Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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En estos tiempos de Inteligencia Artificial y de constantes avances tecnológicos, el concepto de humanidad tal vez cobra un sentido nuevo. Más allá de disquisiciones religiosas, morales o filosóficas, lo cierto es que biológicamente no podemos apartarnos de aquello que asumimos como algo que nos es inherente, algo que nos es propio desde el momento en que empezamos a formar parte de este mundo al que consideramos nuestro. Pero ¿qué nos hace humanos, realmente? Esa capacidad de pensar, analizar y tomar decisiones, cuestión propia de un monopolio racional del que históricamente nos hemos adueñado, parecieran ir quedando atrás (sin que apenas nos demos cuenta). ¿Y dónde quedan, además, esas nociones de dignidad, de libertad o de simple asombro ante las realidades de la vida cotidiana cuando intentamos desentrañar cuán humanos somos? Jaques Maritain decía que el hombre (ser humano) es más que sólo un trozo de materia, y que se distingue del resto de los seres vivientes por la inteligencia y por la voluntad (lo he parafraseado). No obstante, en virtud de que el concepto de inteligencia, como es fácil advertir, en la actualidad trasciende lo puramente “humano”, quizá sea la voluntad, más que el instinto o más que una respuesta algorítmica ante las demandas, retos y desafíos que supondría toda existencia, lo que entonces pueda constituirse en punto de partida para la búsqueda de la respuesta al cuestionamiento ya planteado. Y lo mismo ocurre al intentar descifrar, desde lo jurídico, las diferencias entre la persona humana y cualquier otro tipo de persona que pueda existir de conformidad con las leyes vigentes, normas creadas con base no sólo en una necesidad (humana), sino en la voluntad. ¿Puede el asombro ante un atardecer anaranjado, acaso, ser un rasgo distintivo de humanidad? ¿O la compasión ante el dolor de un necesitado remover raigambres humanas en quienes no padecen la misma necesidad? ¿O la nostalgia; la enigmática sonrisa de un recién nacido; el sabor de la manzana? Saber exactamente qué nos hace humanos es aún en nuestros días, ciertamente, todo un misterio, a pesar del paso del tiempo, a pesar del devenir constante de la vida que nos ha traído por derroteros que siguen siendo ignotos con todo y los avances y el desarrollo del mundo moderno. ¿Qué nos hace humanos? La pregunta sigue siendo una, aunque elucubremos muchas respuestas.

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