Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Leí un breve artículo acerca de cómo la Inteligencia Artificial (o IA) pareciera estar trascendiendo los límites de lo que probablemente se imaginó en un inicio, es decir, aquella frontera entre lo que hace tan sólo unos pocos años pensábamos que era una cuestión estrictamente humana, y aquello que ahora puede realizarse mediante la utilización de algún tipo de IA o chatbot. La cuestión, sin embargo, no termina en ese punto, en virtud de que existe en ello una casi imperceptible línea que a veces tan sólo un ojo experto puede advertir. Y he allí, justamente, quizá, uno de los más grandes dilemas al respecto. Para nadie es un secreto, por ejemplo, que en términos educativos o de algunos procesos de enseñanza-aprendizaje actuales, en muchos países (de América Latina, en este caso, aunque no con exclusividad) suele privilegiarse la calificación o punteo sobre el verdadero conocimiento adquirido, algo que resulta un asunto nefasto por sí sólo y más aún si a eso le sumamos el hecho de que un chatbot o IA puede “escribir” un texto, “pintar” una obra de arte o “componer” una pieza musical que el ojo u oído incauto tal vez no logren distinguir de una obra realizada por un autor humano. Ciertamente, en un caso en el que alguien pretenda falsear una tarea o una obra académica, o hacerla pasar como suya habiéndola realizado una IA, la cuestión cobra dimensiones que a lo mejor no somos aún siquiera capaces de intuir. Una obra literaria, pintura o composición musical, por muy bien escrita que esté, por muy hermosa que parezca a la vista, o por muy singular que resulte al oído (según sea el caso), ¿es igual si su autor es humano o si es IA? ¿Una u otra se realizan con la misma finalidad? ¿Tienen ambas la misma intencionalidad, el mismo esfuerzo? La lista de preguntas puede extenderse por mucho, sin duda, y las respuestas quizá serían una suerte de elucubraciones motivadas por lo incierto, por lo aún desconocido. Pero, más allá de la existencia de la IA per se, con la que ya convivimos desde hace bastante tiempo sin percatarnos de ello siquiera, quizá no sea el punto central del cual se deba partir para la discusión, sino el fin o los fines para los que ésta puede utilizarse independientemente de lo lícito o ilícito que dicho uso suponga. El mundo está cambiando aceleradamente, y nada podemos hacer para detener esa vorágine de acontecimientos que el devenir de la existencia supone en tanto que etapa del desarrollo humano. En el marco de la convivencia social, quizá para muchos resulte solamente un producto del inexorable paso del tiempo, quién sabe… Un poeta muy querido me dijo un día que lo artificial jamás podrá sustituir lo humano, quizá tenga razón. No obstante, tal vez no estaría de más pensar un poco al respecto alguna vez… Nunca se sabe.

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