Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

En los días que corren, todos (o muchos), hemos podido ser testigos de algún fenómeno climático que ha afectado severamente a grupos humanos considerables en distintas partes del mundo.

Inundaciones; tormentas y huracanes feroces cada vez más frecuentes; incendios forestales avivados por excesivas olas de calor y sequías; frentes fríos inesperados e inclementes, etc. Síntomas de una alteración climática evidente que, a pesar de ello, muchos insisten en negar, incluso jefes de Estado, intelectuales y científicos muy respetables. “Los cambios climáticos son un asunto cíclico”, me dijo hace algún tiempo un amigo muy apreciado, y seguramente tenga razón. No obstante, en este caso, el punto es que aunque los ciclos o eras climáticas se repitan a través de la historia, la etapa de la vida humana en la que actualmente nos encontramos, posee características muy particulares y precisas que provocan un aceleramiento de los cambios que quizá de forma natural se habrían producido tomando mucho más tiempo, quizá siglos o milenios, quién sabe. Muchos de los avances tecnológicos con los que hoy contamos han contribuido de alguna manera al deterioro de nuestro medio ambiente, de nuestra atmósfera, de nuestro planeta en términos generales. El uso de combustibles fósiles y la continua emisión de dióxido de carbono a la atmósfera es uno de los ejemplos más contundentes al respecto. Y, aunque ciertamente a veces no somos conscientes de los efectos que determinados avances pueden producir durante su desarrollo o durante los primeros años de su utilización, lo cierto es que, a largo plazo, las evidencias deben ser tomadas en serio para evitar males mayores y para detener (de ser posible) un continuo deterioro que tarde o temprano pasará su nefasta factura a todos y cada uno de los que habitamos este planeta. El desarrollo y los avances tecnológicos conllevan también riesgos, complicaciones, adversidades (por supuesto), eso es innegable, y se asumen como parte del precio que la humanidad debe pagar por dichos avances y por la posibilidad de hacer uso de ellos en algún momento de nuestra existencia. Sin embargo, la responsabilidad con que dichos avances y la misma temática del cambio climático en sí se asuman, son de vital importancia para la subsistencia de los ecosistemas con que aún se cuenta, y, por supuesto, para la calidad de la vida de todos en este planeta al que llamamos nuestra casa, nuestro hogar, nuestra Tierra… Sea cual sea nuestra forma de ver la vida y el futuro del mundo, importante es tomar unos minutos para pensar seriamente y sin egoísmos, en qué clase de mundo queremos dejarle a quienes vienen siguiendo nuestros pasos. El futuro nos llega, tarde o temprano, y a veces, más rápido de lo que tal vez imaginamos.

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