Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace algunos años leí un artículo escrito por el profesor Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía. El autor comentaba cuán desanimado se había sentido al concluir la conferencia anual del Foro Económico Mundial, que, por esos días, se había llevado a cabo en Davos, Suiza. Entre otras cosas, recuerdo que el artículo trataba dos temas importantes y trascendentales. El primero, la desigualdad, que según el economista va en aumento, especialmente en las economías avanzadas; y el segundo, el cambio climático, que representa (según sus propias palabras) “una amenaza existencial para toda la economía global tal como la conocemos”. Ni uno ni otro tema son algo nuevo, ciertamente. Sin embargo, en medio de la pandemia que actualmente vivimos, pareciera que a pesar de las evidencias con que tropezamos prácticamente a diario sin necesidad de mucho buscar, los discursos que abordan dichas temáticas a nivel de los países que podrían hacer una diferencia notoria en tal sentido, (salvo contadas excepciones) se quedan únicamente en eso, en discursos, en retórica que en la práctica no trasciende y que por lo tanto no cambia nada, algo que tristemente se va convirtiendo en una suerte de “corre y va de nuevo”, como en aquellas pintorescas loterías de feria que hoy quizá nos parecen tan ajenas. Al final del día, cuando se corren nuevamente las cortinas y se recogen los cartones con las figuritas, el panorama vuelve a cobrar la misma incertidumbre de siempre. La desigualdad y el cambio climático, a primera vista, parecieran ser dos cuestiones muy disímiles y alejadas entre sí, no obstante, en distintos países de América Latina, es imposible desligar una cosa de la otra, en virtud de que la desigualdad se hace cada vez más notoria (más allá de la actual pandemia). Y dado que los menos favorecidos dentro del conjunto de la población, representan un porcentaje bastante alto y considerable, no es necesario ser un experto para comprender que, como suele suceder, es ése segmento de la población el que usualmente está más expuesto a los embates de los fenómenos naturales, especialmente cuando estos se van tornando cada vez más violentos y catastróficos como ha ocurrido durante los últimos años. Para darnos cuenta de que algo anormal está sucediendo realmente con el clima, basta hacer una breve retrospectiva y recordar cómo han afectado los más recientes desastres naturales que van desde extensas temporadas de sequías, hasta inundaciones ocasionadas por torrenciales lluvias y tormentas que han devastado poblaciones enteras en distintas partes del mundo. El cambio climático es una realidad, se reconozca o no, y los problemas ocasionados por la desigualdad social, tristemente se están viendo aumentados con ello.

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