Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

En la actualidad es bastante común escuchar términos como el de “anti-política”, una denominación que remite, por simple asociación de conceptos y de una manera bastante obvia, a posturas o puntos de vista contrarios a la política y a su ejercicio. Sin embargo, si nos retrotraemos en la historia y aceptamos como válida la premisa aristotélica del zoon politikón, nos encontraremos con que, con base en dicha premisa, es imposible abstraerse o sustraerse de la política como práctica humana en virtud de esa capacidad de la que solamente el ser humano puede hacer gala en tanto que ser social-racional. La política está presente, queramos o no, en todos (o casi todos) los ámbitos de la vida humana en sociedad. Ahora bien, si de lo que hablamos es de ‘politiquería’, como práctica utilizada para acceder al poder gubernamental o para ejercerlo y/o mantenerlo de acuerdo con determinados intereses particulares o personales, ciertamente, diríamos que es un asunto distinto y tristemente bastante extendido en la actualidad. En tal sentido, convendría, pues, hacer una distinción (aunque fuere breve y somera), entre, por un lado, la definición de la política en el marco de las ciencias sociales, y, por el otro, aquellos pasos que en la práctica se dan en un sistema político como mecanismo para acceder a puestos de elección popular o de la administración pública, según sea el caso. De esa cuenta, la política, desde la óptica de la academia, debe ser vista como la ciencia -social- que nos ayuda a organizar la sociedad en tanto conjunto de procesos y prácticas para la toma de decisiones que regulan las relaciones de poder y las demandas que supone la convivencia colectiva, buscando la satisfacción de estas demandas cuya finalidad debiera ser, por supuesto, el bien común. La política es, por lo tanto, la ciencia del bien gobernar (arte, quizá también para algunos). Adicionalmente, la política debe estudiar, sistematizar y por supuesto proponer soluciones con respecto a esas relaciones de poder que se dan en toda sociedad. En la actualidad, es innegable que existe un descontento creciente con respecto al desempeño y a las acciones a veces reprobables de quienes se autodefinen como políticos (y con quienes ocupan cargos en la función pública), cuyas acciones y maneras de hacer “política”, a la larga, consiguen generar entre otras cosas, fragmentación de la sociedad, evidenciado aún más ese creciente descontento de la ciudadanía cuyas expectativas y necesidades no se ven cumplidas. La política va más allá de intereses personalistas, clientelares o de grupos aislados que ejercen una particular forma de poder al que a veces nos vemos sometidos… Eso que ha dado en llamarse la anti-política, no es más que una de las manifestaciones con que suele expresarse un creciente descontento popular.

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