Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

En la actualidad es prácticamente imposible hablar de Democracia sin tomar en consideración la vorágine de acontecimientos y sucesos que ha traído consigo la pandemia por la que atraviesa la humanidad. Por diversas razones, la Democracia es un tema del que se habla constantemente en casi todo el mundo, y no pretendo, por supuesto, cuestionar o mucho menos negar las bondades de vivir en democracia. Sin embargo, en los últimos quince o veinte años (más o menos), ha cobrado especial relevancia en distintas latitudes eso que para muchos es una crisis (de la Democracia), lo cual, nos guste o no, existe. En América Latina, aunque no con exclusividad por supuesto, nos asombramos de acontecimientos históricos como aquel no tan lejano ocurrido en Chile cuando el aumento en el costo del pasaje del transporte de pasajeros se convirtió en el detonante o detonador para protestas populares que rápidamente fueron en aumento y que aparentemente desnudaron una realidad más compleja y de raigambre más profunda en el marco de la convivencia social, tanto en la forma de conducir el Estado, como en los modelos políticos vigentes en términos generales. Ello resulta sumamente revelador sin duda, en virtud de que, en casi todos los países del continente, aquello que someramente percibimos y aceptamos como Democracia en tanto que sistema o forma de gobierno, es realmente joven (cuarenta años, promedio). En tal sentido, vale la pena poner sobre la mesa, como factor de incidencia o como argumento teórico para la discusión académica inclusive, la necesidad de analizar y quizá hasta repensar (si acaso es posible) los modelos y planteamientos vigentes desde América Latina, dada la permeabilidad de las instituciones del Estado actualmente y el aparecimiento de actores que hace tan sólo medio siglo no existían o apenas iniciaban su incursión en los escenarios sociopolíticos y económicos creciendo hasta hoy de forma desmesurada en muchos casos. Asimismo, se hace necesario el replanteamiento de temas como las desigualdades sociales y la corrupción, y de cómo estas temáticas son abordadas por los gobiernos latinoamericanos en virtud de que, lo aceptemos o no, son algunas de las razones por las cuales se exacerban los ánimos populares (como ha quedado evidenciado con reiterados ejemplos sin necesidad de mucho indagar) incidiendo directamente en la Democracia. Por otro lado, los sistemas de partidos, como parte fundamental de los pilares que sostienen los regímenes democráticos, han dado muestras de susceptibilidad alarmante ante la corrupción y ante la nefasta visión (por denominarle de alguna manera) de convertir los partidos -políticos-, instituciones que por antonomasia son los vehículos a través de los cuales se accede al poder gubernamental, en finalidad, más que en un medio para la consecución del beneficio colectivo, social, lo cual hace que la razón fundamental de su existencia se vea seriamente cuestionada […]

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