Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Sin lugar a duda el aparecimiento de la actual pandemia ha venido a trastocar los esquemas de poder y su ejercicio en prácticamente el mundo entero. Las circunstancias para unos y para otros han cambiado. Y las piezas en los tableros políticos a nivel global se han movido con base en “estrategias” que, en muchos casos, obedecen al momento coyuntural en el que todos, como humanidad, nos guste o no y sea para bien o para mal, nos hemos visto inmersos o afectados de algún modo. En ese sentido, el poder, entendido como esa dinámica en la que en mayor o menor medida unos tienen la capacidad de que otros hagan o dejen de hacer algo con respecto a determinados intereses (sobre todo en el marco de la política), se ha visto modificado en virtud de diversos factores que de alguna manera han alterado tal dinámica. La incursión de actores que tradicionalmente se habían mantenido al margen y el aparecimiento de otros que hace tan sólo cuarenta o cincuenta años no eran visibles (aunque existieran), ha modificado los escenarios de los Estados mismos y permeado incluso sus estructuras, lo cual, como es de suponer, parece ir de la mano con esa concepción o percepción de la política que la ha ido convirtiendo en una finalidad en sí misma, es decir, incursionar en el ejercicio de la política se ha convertido en muchos casos en un mecanismo para acceder a botines jugosos e ilícitos o para sumar cuotas extras de poder que nada tienen que ver con la finalidad de la política en sí, y mucho menos con dicha disciplina desde el punto de vista de las ciencias sociales. La corrupción, campante y visible en muchos casos en quienes forman parte de la llamada “clase política” o en muchos de quienes pretenden incursionar en la función pública, es el mejor ejemplo de ello, lo cual va en serio detrimento de la democracia y de los pilares en que ésta se basa. En el marco de la práctica política el concepto poder está relacionado con el de autoridad y con el de legitimidad, y estos dos últimos hacen una gran diferencia en la utilización de ese poder que, de ninguna manera es ilimitado ni para siempre. Es preciso comprender que todo poder es pasajero, transitorio, efímero. Y como dicen los viejos refranes que son reflejo de la sabiduría popular que a veces olvidamos que existe: “el mundo da muchas vueltas. Lo que hoy quizá consideramos muy sólido, mañana podría rápidamente transmutar al estado gaseoso. Por ello, esta pandemia que nos aqueja no debiera ser excusa para los desmanes, para el irrespeto, para el aprovechamiento de la buena voluntad o incluso del poder que quizá tenemos y que tal vez podemos ejercer con respecto a otros. Todo poder, ciertamente, es transitorio.

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