Adolfo Mazariegos
Leí ayer un breve y formidable texto escrito por el maestro Juan Villoro: “Melancolía del paraguas”. Una suerte de nostálgica reflexión a la que el autor designa como “un tema menor”, en comparación con ciertas hipótesis sobre el comportamiento humano que usualmente luego se transforman en tesis de antropólogos (y de otras disciplinas científicas, como cabe suponer). Hacia el final del escrito, el autor aborda brevemente lo que él denomina “la capacidad legendaria de adaptación de la especie humana”. Y expone, como prueba de tal capacidad de leyenda, “la confirmación que de ello hacen quienes durante la pandemia trabajan en pantuflas y no soportan la idea de volver a hacerlo en zapatos”. Aunque aquel texto no trata propiamente de los cambios y adaptaciones a los que yo me referiré someramente (si no, en todo caso, trata de la capacidad de mojarse y de nuestra dependencia del agua), el mismo, a pesar de su brevedad, nos hace un recorrido por la poesía, por la realización de viajes, por las actitudes de las nuevas generaciones, las anécdotas personales y, cómo no, como ha quedado ya evidenciado, por eso que los estudiosos llaman la adaptación humana ante el devenir constante de la vida. Tal adaptación ocurre, en tanto que acción humana y como es fácil adivinar o suponer, sin que nos percatemos siquiera de ello -mientras está ocurriendo-. Nadie hubiera creído, por ejemplo, que en los años que corren estaríamos viviendo una pandemia. Esas cosas solemos verlas como historias lejanas o como vivencias que no serán nuestras porque ocurrieron hace mucho o porque asumimos que nunca nos ocurrirán a nosotros más allá de la ficción. No obstante, somos parte de las generaciones que la viven actualmente y que de una u otra manera padecen sus efectos inmediatos. Y eso, sin duda, ha significado tener que realizar cambios en nuestra vida cotidiana; en casa y en la calle; en nuestro lugar de trabajo y con nuestros amigos; en los restaurantes y en el transporte colectivo; en las escuelas y en las universidades… En fin, la lista podría continuar por mucho. Y lo notemos o no, hemos tenido que adaptarnos a una forma de vida que ha tomado por sorpresa prácticamente al mundo entero, desde el uso de mascarillas habituales o geles pegajosos a la entrada de las agencias bancarias y supermercados, hasta tener que renunciar al contacto cercano y constante con nuestros familiares y amigos queridos. Sea para bien o para mal (según se vea) de cara al futuro, lo cierto es que la pandemia que vivimos nos está dando grandes lecciones y ha abierto la puerta a un cúmulo de necesarias reflexiones en diversos campos del quehacer humano, tanto en lo individual como a nivel de la sociedad en su conjunto. Bueno es estar consciente de ello, y como digo, quizá reflexionar al respecto.