Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace algunos días arribaron a Guatemala ciento cincuenta mil dosis de vacunas contra el COVID-19, donadas por México, cincuenta por ciento de un generoso ofrecimiento realizado por el Canciller mexicano en nombre de su país. Asimismo, México abrió su frontera sur para que, mediante el procedimiento migratorio correspondiente, muchos guatemaltecos pudieran acercarse a algunos centros de vacunación en Tapachula para recibir la vacuna que seguramente les dará alguna tranquilidad dadas las actuales circunstancias globales. Los guatemaltecos que han podido realizar el viaje, de alguna manera (aunque quizá de manera mínima, claro está) han contribuido a crear cierto movimiento económico en aquel sureño Estado mexicano, lo cual ha sido bueno para los hermanos mexicanos y, por supuesto, me alegro por ello. Otros guatemaltecos, que han podido disponer del tiempo y de los recursos para viajar más lejos, han emprendido viaje a Houston, Miami, Los Ángeles u otras ciudades de Estados Unidos para vacunarse rápidamente y sin mayores contratiempos aparentemente (según datos extraoficiales, los viajeros con tales fines fueron cerca de cien mil en el mes de mayo). Esos dos sencillos, pero contundentes ejemplos, con amplia difusión en medios, ponen de manifiesto sin necesidad de mayor explicación, la realidad de este país y la actual situación de quienes habitan el territorio del Estado guatemalteco en el marco de la pandemia. Asimismo, ponen en evidencia nuevamente, la nefasta dinámica de cómo vienen funcionando las cosas en Guatemala (decir “funcionando”, quizá sea tan sólo un recurso más bien retórico). Lo cierto es que, independientemente de todo lo que pueda decirse o argumentarse a favor o en contra en una coyuntura como la actual, hay algo que debe trascender: el agradecimiento. Porque una cosa es la obligación de cumplir con un mandato y con las responsabilidades que ello conlleva, y otra muy distinta la generosidad de quienes, como en este caso, han tenido a bien realizar las donaciones de vacunas que Guatemala ha recibido hasta el momento (incluidas las donadas por India e Israel) gracias a las cuales se han podido inmunizar, con al menos una primera dosis, algunos guatemaltecos cuyo porcentaje ciertamente es ínfimo en comparación con el total de la población que debe ser inmunizada. De las vacunas supuestamente ya compradas y que sencillamente brillan por su ausencia, ni hablar. Y de más está hablar, asimismo, de la manifiesta falta de voluntad política, de la eficiencia, eficacia, negligencia y corrupción. Mucho de eso ha quedado ya sobradamente evidenciado… En fin. Vaya, por lo tanto, un sincero agradecimiento a los países que amablemente han donado o han realizado el ofrecimiento de próximas donaciones de vacunas a este país centroamericano que va prácticamente al final de las estadísticas de vacunación en todo el continente. Sencillamente inaceptable.

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