Ana Rocío Aguilar Amado

araguilaramado@gmail.com

Chapina parisina, políglota, actriz de teatro, egresada en Negocios Internacionales por la Universidad Toulouse II. Aficionada en analizar el surrealismo de la realidad guatemalteca. “Un pueblo con memoria es democracia para siempre”.

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Hace algunos años participé en una obra de teatro llamada “Heridas de muerte” (basada en el libro del mismo nombre de la autora italiana Serena Dandini), en ella se daban cita varias víctimas de femicidio en una especie de limbo. Cada una contaba en primera persona la historia de su vida y de su muerte. Conforme las representábamos, nos quitábamos un par de zapatos rojos y los dejábamos en el centro del escenario para simbolizar a las ausentes. De hecho, en Italia, cada 25 de noviembre se conmemora a las víctimas de femicidio con zapatos rojos. Este año fueron 106 pares de zapatos.

En la obra de teatro, había una iraní que había sido apedreada; una estadounidense violada y estrangulada mientras corría en Nueva York; una francesa que tenía un mejor puesto de trabajo que el marido, y al sentirse “humillado” en su ego masculino, la ahorcó con un pañuelo de seda. Sin embargo, no es necesario irse tan lejos, de hecho transcribo una de las historias más simples. Empezaba con un “Tenía al monstruo en casa y no me di cuenta. No me di cuenta, cuando me tiró una silla encima porque le puse demasiada cebolla a la salsa; pobre tenía razón, él no digiere bien la cebolla. (…) Tampoco me di cuenta cuando me lo dijeron mi madre y mi hermana, luego de verme la cara llena de moretones. “No es un monstruo” les dije “los hombres son así, de temperamento fuerte”. Tampoco me di cuenta cuando me embarazó por la séptima vez sin que yo lo quisiera, aunque el niño nunca nació. Me mató primero”.

Es una historia que puede hacer eco en muchos lados. A veces es difícil aceptar que tenemos al enemigo en casa, pero admitirlo y buscar ayuda, salva vidas. En mi opinión, desde hace varios años la violencia hacia la mujer y el femicidio son un problema que incumbe a toda la sociedad. Es responsabilidad de todos alertar cuando sospechamos que una amiga, hermana, colega, familiar o incluso desconocida de la calle, está sufriendo violencia. Cortar el círculo social de la mujer para aislarla y así ejercer más control sobre ella, es el primer paso de cualquier hombre violento. Luego sigue destrozar su autoestima. Por lo tanto, no las dejemos aisladas, hagámonos presentes.

Cito al filósofo español, José Sanmartín Espluges en su trabajo: Cuestiones que no conviene olvidar al informar sobre violencia contra la mujer, en el cual indica que “las formas de asesinar a las mujeres suelen presentar agrupaciones temporales, es decir, a un apuñalamiento suelen seguir otros, a un intento de quemar a la víctima le suceden otros intentos, a un logro de tirar a la mujer por el balcón siguen otros intentos”. En otras palabras, un hombre violento nunca va a cambiar, por el contrario, el comportamiento violento se va a repetir con consecuencias cada vez peores.

Me gradué en el 2007 y en diciembre de ese mismo año, mi compañera de promoción, Sofía Pineda, fue víctima de femicidio a manos de su propio padre; mi hermano también tuvo una compañera, Caterina Borsoi, la cual fue víctima de femicidio en el 2021 (aunque han tratado de tergiversar su caso, argumentando que se trata de un suicidio, todo apunta a que el responsable fue su novio). Según el MP, en el 2022 hubo 168 femicidios, de seguir esas estadísticas, antes de que llegue Navidad habrá 9 femicidios.

Nuestra obra de teatro cerraba con el siguiente monólogo: “Todos sabían que me iba a matar, el de la gasolinera, el carnicero, el cartero, sus amigos del bar, incluso a mi madre le había dicho que me iba a matar. Todos sabían que me iba a matar, pero en la misteriosa Italia nadie dice nunca nada. Todos sabían que me iba a matar, mi cuñada, el vecino, todos. De hecho, cuando lo hizo, nadie se sorprendió. Lo sabía mi suegra, lo sabía la policía, incluso lo sabía yo misma. Lo único que no entiendo es que si ya todos sabíamos que me iba a matar ¿por qué nadie dijo nada? ¿por qué dejamos que lo hiciera?” 

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