Hotel Terminal 1976 - 1 Foto María Cristina Smith Fotos Antiguas de Guatemala El hotel Terminal, ubicado en ese mercado, fue destruido por el terremoto. (Foto María Cristina Smith Fotos Antiguas de Guatemala)

Por Samuel Flores

Fotografía: Roberto Sánchez, (QEPD)

Hemerografía: Samuel Flores

————————- Recuadro de llamada ————————-

En memoria de las víctimas fallecidas y damnificados producto del devastador desastre que he sido testigo en Guatemala. Esas generaciones aún mantenemos latentes en nuestras mentes esa tragedia que hace 45 años enlutó a los “chapines”.

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La construcción del Hotel Terminal concluyó en 1975. Esa estación congregaba a los comerciantes y visitantes de todos los departamentos del país. (foto Mario R. Cruz.)

La madrugada del miércoles 4 de febrero, a las 03:01, iniciaron los 33 segundos más letales que he experimentado en mi vida. Cuando la tierra se estremeció, todas las familias dormían en la intimidad de sus hogares descansando para la jornada matutina. Los efectos devastadores de ese terremoto quedaron grabados en niños, jóvenes, adultos y adultos mayores que permanecen latentes hoy por el terror, muerte, destrucción y llanto que vivimos.

Esa tragedia produjo más de 23,000 muertes, unos 76,000 heridos y más de un millón de damnificados en los departamentos de Guatemala, Chimaltenango, El Progreso, Huehuetenango, Izabal, Sacatepéquez y Sololá. Además de la destrucción de viviendas, se reportó el derrumbe de puentes y torres de alta tensión, postes de energía eléctrica y teléfonos, mientras la mayoría de carreteras colapsaron o se destruyeron.

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Las clases presenciales fueron suspendidas por la destrucción de millares de edificios educativos como el Instituto Nacional Central para Varones, INCV.

Del terror, a la muerte

En esa década vivía en la 30 calle “C”, 8-43 de la zona 8, a inmediaciones de la avenida Castellana que dividía la avenida Bolívar de la zona 3, y la Terminal de buses de la zona 4. La noche anterior, le comenté a mi mamá María Luz Pérez que sentía una angustia que presagiaba algo aterrador y que estaba inquieto. Le dije: “siento que algún accidente nos puede pasar”; élla me respondió que debíamos orar para que desapareciera ese presentimiento. Como pude logré conciliar el sueño sin imaginarnos que la covacha construida de madera de “lepa”, palos de madera que sostenían el techo de lámina, -el cual- además de estar clavado a vigas de madera tenía encima piedras, ramas gruesas de árboles, armazón de bicicletas deterioradas, llantas, y toda clase de desechos que evitaban que las láminas fueran desprendidas por la acción del viento: era una trampa mortal.

Cuando la tierra se estremeció escuchamos un estruendo fuerte producto de que la mayoría de viviendas tenían techos de lámina; la tierra generaba un sonido indescriptible, conjugado con gritos de terror dentro de la vivienda, el miedo y el temor a la muerte nos invadió. La energía eléctrica se suspendió y en medio de la penumbra y desorientación logramos ubicar sábanas, colchas y “chamarras” y mi madre trasladó hacia la calle a mis hermanas, mi hermano, donde encontré a mis primos, tías, vecinas y vecinos que buscábamos escapar de la muerte.

TERREMOTO Chimaltenango
En las comunidades y municipios de Chimaltenango se registraron más de 14,000 fallecidos.
(foto Roberto Sánchez, QEPD)

Con lo que teníamos puesto permanecimos sentados en la acera de enfrente y a media calle en paciente espera del amanecer con la esperanza de que la luz de día nos diera una esperanza de vida. En ese lapso de tiempo se produjeron réplicas que por instinto nos impedían retornar e ingresar a las viviendas.

Esa mañana no pudimos sacar la carreta en la que vendíamos -en el mercado La Terminal-, frescos elaborados con piña y esencia; de horchata de arroz, granizadas. Yo no pude acudir al Instituto Nacional Central para Varones, INCV, en el cual cursaba el primer grado básico. Al igual que millares de familias que vivíamos en pobreza, se suspendió la venta de números de lotería Nacional, Chica y Santa Lucía, con los cuales mi mamá sostenía a la familia.

Agradezco a Dios por proteger a mi familia ya que ninguno de los miembros falleció. Si hubo pérdidas económicas, destrucción, desempleo, pobreza, falta de vivienda, pero con vida.

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El mercado Central ubicado en la 7ª. Calle y 9ª. Avenida de la zona 1 fue destruido. (foto: Roberto Sánchez, QEPD)

Luz de esperanza en medio de la tragedia

Durante la mañana, cuando florecieron los primeros rayos de sol salimos con mis hermanas y primos a recorrer la avenida Castellana y observamos viviendas destruidas, familias que se organizaban para la distribución de espacios en las aceras de sitios baldíos, y a media calle para la construcción de “champas”, instalación de mesas para la colocación de estufas a fin de que las madres y abuelitas cocinaran los alimentos; y niñas y niños que disfrutaban jugando entre los escombros.

Sin embargo, también ese movimiento telúrico permitió ver la solidaridad, compartir la tragedia, ayuda y asistencia de gobiernos amigos que apoyaron a la población azotada por la furia de la naturaleza.

Ante la falta de dinero, energía eléctrica, agua entubada, recuerdo que la agencia México Conasupo y el Comité Nacional de Emergencia, CONE, (hoy CONRED), distribuía alimentos en camiones. Hacíamos cola ante las carrocerías de esas unidades con platos, cucharas, ollas y vasos de “peltre” a recibir nuestra ración de arroz, frijoles, huevos fritos, pan francés y de manteca, que era nuestra dieta durante esa emergencia.

Durante los siguientes tres meses habitamos en “champas” construidas de nylon, “colchas”, ramas de árboles, y en su interior, colchones, chamarras, almohadas y otros enseres para intentar dormir. El objetivo era evitar el ingreso a las casas por temor a otro movimiento telúrico. Para los sobrevivientes y su servidor fue una aventura dormir a media calle, -durante las frías noches y madrugadas-, pese a los problemas de diarrea, enfermedades pulmonares y oculares debido a la cantidad de polvo que emanó de los escombros y las réplicas.

En los municipios de San Martín Jilotepeque, y otras comunidades de Chimaltenango, se reportaron más de 14 mil fallecidos, destruido por la fuerza devastadora del terremoto.

A raíz del terremoto se registró una migración oportunista a la capital desde comunidades y municipios, cuyas familias fueron asentadas en terrenos que después fueron registradas en la sección de Catastro como: colonias: “4 de febrero”, “Paraíso”, “Amparo I, II”, y otras, de la zona 7; “San Rafael”, “El Limón”; “El Paraíso”; “Las Ilusiones”; “Colonia Maya”; “Pinares del Norte I, II” en la zona 18; el famoso asentamiento “El Mezquital”, en jurisdicción de Villa Nueva, y otras.

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Durante más de tres meses habitamos las aceras y a media calle para evitar la destrucción de otro temblor. (Foto Roberto Sánchez, QEPD)

 

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