La abogada de migración Christine Alden, derecha, lleva a cabo una sesión de meditación con sus colegas durante una fiesta de fin de año. FOTO LA HORA: BRYNN ANDERSON/AP.

Por GISELA SALOMON y CLAUDIA TORRENS/AP
MIAMI

Cada semana, la abogada estadounidense Linda Rivas cruza varias veces la frontera con México para asesorar a cientos de inmigrantes que están hacinados en humildes refugios de Ciudad Juárez debido a la estricta política migratoria del presidente Donald Trump.

Es una zona insegura. Tiene miedo de que la secuestren o de ser víctima de algún tiroteo. A veces acaba el día con dolor de riñones porque entrevista a tanta gente que no bebe agua ni va al baño. Lo peor, asegura, es la impotencia de sentir que en muchos casos ya no puede ayudar.

«Nunca he llorado tanto frente a mis clientes como en los últimos dos años», dijo Rivas al recordar el caso de unos mellizos de un año que fueron separados de su madre. «Creo que hacemos esfuerzos heroicos por no fracasar, pero aun así fracasamos».

Rivas forma parte de un ejército de abogados que bajo la presidencia de Trump trabaja casi sin descanso para que inmigrantes sean aceptados en Estados Unidos o no sean expulsados de la noche a la mañana y siente en carne propia los efectos de las medidas de la administración republicana.

Uno de los pilares de la actual política migratoria de Estados Unidos es restringir el número de inmigrantes que llegan y están en el país.

Con cada vez más cuestionamientos de cada caso, más retrasos en las decisiones, fuertes restricciones al asilo y constantes cambios en las políticas, muchos abogados aseguran que viven una carrera de obstáculos y que su estrés ha escalado debido a agotamiento y frustración.

La abogada Taylor Levy dice que unos 16 mil inmigrantes han acabado en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, debido a un nuevo programa de Trump para que esperen en México mientras sus peticiones de asilo se ventilan en las cortes estadounidenses. Ella asegura, sin embargo, que no ha visto a más de diez abogados cruzando la frontera desde El Paso, Texas, para ayudar a toda esa gente.

Entre los que llegan, dice Levy, no todos resisten. «Ya no pueden lidiar más con el trauma psicológico de sus clientes», agrega en referencia a las situaciones de violencia de las que muchos inmigrantes huyen en sus países de origen.

Levy, sin embargo, se sube en un Jeep para conducir sobre el barro y poder llegar a los refugios, intentando descubrir qué casos son «los peores» o más urgentes.

«Uno trabaja sin casi esperanza», señala tras explicar que antes de Trump no veía a clientes en México. Tampoco lo hacía Rivas.

En el interior de Estados Unidos, los casos se apilan en las mesas de los abogados: mientras que en 2017 medio millón de casos estaban pendientes frente a jueces de inmigración, la cifra ahora es de más de un millón, con personas que a veces esperan cuatro años para ver finalizado su proceso, señala un informe de la organización de análisis de datos de la Universidad de Syracuse.

Los abogados que ayudan a inmigrantes a entrar al país con el aval de empresas se han visto desbordados por el fuerte cuestionamiento con que el gobierno responde ahora a solicitudes de visas H1B de trabajo. Más de 69.000 solitudes fueron denegadas en este pasado año fiscal mientras que en el 2015 la cifra fue de unas 13.000, según datos oficiales.

En Nueva York, la abogada Ana María Bazán perdió dinero tras la llegada de Trump al poder, ya que trabajaba más horas pero cobraba las mismas tarifas que antes. Finalmente las aumentó y ahora tiene clientes que se quejan de ese aumento de precios.

Hace poco contrató por primera vez a una consejera en salud mental para que le ofrezca a ella y a sus asistentes en sus oficinas de Queens una sesión de cómo superar el llamado «trauma secundario», es decir, la tristeza y preocupación que genera a un abogado escuchar las historias de clientes de forma constante.

«Tienes que ponerte un escudo para no sentir», explicó la abogada, quien mantiene un paquete de pañuelitos en su mesa, disponible para los clientes que lloran.

La presión y los constantes cambios en políticas migratorias provocaron que sintiera que se «ahogaba» en un momento dado, admite la peruana, que recientemente realizó una sesión de meditación por internet que ofrecía la Asociación Estadounidense de Abogados de Inmigración en uno de sus entrenamientos para abogados.

Más conocida como AILA por sus siglas en inglés, la asociación ha agregado clases de yoga y sesiones de meditación en sus conferencias nacionales, algo que no hacía antes de Trump.

«Hemos visto que ha aumentado el número de miembros que piden recursos para lidiar con el estrés, con el trauma. Eso ha aumentado de forma tremenda en los últimos cinco años», dijo Reid Trautz, director del centro de profesionalismo y prácticas de AILA.

La organización ha creado una sección en su portal de internet con podcasts para meditar y videos sobre cómo hacerlo.

Christine Alden posa para un retrato durante una entrevista con “The Associated Press”. FOTO LA HORA: BRYNN ANDERSON/AP.

Hay abogados, sin embargo, que han cambiado de empleo o han dejado de tomar nuevos casos. Eso mismo hizo Aidil Oscariz, en Miami, quien cerró su oficina en 2017 y sólo lidia con casos viejos, previos a Trump.

«Ahora es demasiado desgastador emocionalmente», expresó Oscariz, que ejerció por casi una década y ahora trabaja asesorando a organizaciones sin fines de lucro. «Ahora todo es tan político… Es muy duro saber que uno tiene pocas posibilidades de ganar».

Rivas, la abogada de la frontera, pasa las 24 horas del día pendiente de su celular, por si acaso el gobierno le avisa de la deportación de clientes o alguno de ellos la llama. La estadounidense, que a veces ignora las advertencias de inseguridad, suele cruzar caminando el puente fronterizo en diez minutos para evitar una caravana vehicular de hasta siete horas por el mismo trayecto.

«Si no vamos a México, esta gente no podría tener abogados», explicó. La organización Las Américas que ella dirige atendió en 2016 a menos de 300 inmigrantes en centros de detención de Estados Unidos. Este año, asegura, atendió a 500 en esos mismos lugares y a otros 500 en México.

Otros abogados, como Christine Alden, que preside el capítulo de AILA en el sur de la Florida, consideran que «este es sin dudas el momento de más desafíos para un abogado de inmigración». Para ella, el panorama no luce prometedor en lo inmediato.

«Va a empeorar en 2020 porque es un año electoral», dijo Alden, que incluyó una sesión de meditación en la fiesta de fin de año de los abogados de inmigración de Miami y ha organizado sesiones mensuales con expertos, de yoga en la playa, y de meditación.

Más abogados privados aseguran que realizan trabajo de manera gratuita en la era Trump para ayudar a los inmigrantes que no se pueden permitir altas tarifas. A pesar de su nivel de estrés, muchos no bajan los brazos.

«Me mantiene trabajando porque ellos (los inmigrantes) están luchando por ellos mismos», dijo Rivas, una madre soltera de dos niños. «Lo menos que podemos hacer es luchar por ellos».

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