Por: Giovany Emanuel Coxolcá Tohom
En las últimas páginas de Lucero del alba, del escritor Wu Ming 4 bajo la traducción de Enrique Popoca encontré un diamante que debo compartir con mis posibles lectores: “Una buena historia es capaz de calentarte el corazón y de acercarte a algo verdadero, tan fuerte que podría incluso confundirse con Dios”. ¿Alguna vez han tenido esa experiencia o la tuvieron en su infancia? Con el paso del tiempo no hay historia que pueda sorprendernos. No sé. Posiblemente sólo hable por mí.
Con Lucero del alba (2022), el Fondo de Cultura Económica y Enrique Popoca (el traductor) nos permiten leer a Wu Ming 4 y tener noticias, una vez más, de la genialidad y de la barbarie del Homo sapiens. En sus más de 300 páginas, este libro puede ser ficción, historia, elucubraciones en torno a la existencia y la creación artística o todo eso a la vez.
La segunda década del siglo pasado fue escenario de la I Guerra Mundial. No estuvo involucrado todo el mundo, pero cuando ingleses, alemanes, franceses o gringos lanzan bombas o se dedican a la carnicería humana debe hablarse de acontecimiento mundial. Periodistas e intelectuales, con su fidelidad canina, se acomodan al escritorio para legitimar las miserias hegemónicas.
Robert Graves (que osa declararse socialista), John Ronald Revel Tolkien y Clive Staples Lewis son tres figuras fundamentales de la literatura inglesa de la primera mitad del siglo XX y esenciales para el porvenir de la humanidad, si los enloquecidos gobernantes de la anglósfera no terminan de provocar una catástrofe nuclear en los próximos años, meses, semanas o días. Ahora ya no se sabe. Basta con mencionar Las crónicas de Narnia, Cartas del diablo a su sobrino, El señor de los Anillos o El hobbit y preguntar qué otros títulos o autores se han actualizado con la aparición del cine para respaldar la afirmación que abre este párrafo.
Entre otros personajes, en el universo de Wu Ming 4 transitan Thomas Hardy, gran novelista, Winston Churchill, genocida galardonado con el Premio Nobel de Literatura, Lenin y su mitología, Ezra Pound en busca de la abolición de la sintaxis en la poesía, el rey Arturo, William Butler Yeats…
¿Dónde está la genialidad del Homo sapiens? He aquí una muestra de lo que se dice de un posible J. R. R. Tolkien, en la página 35: “…amaba las palabras, pero de una manera personal y peculiar. Eran como símbolos arcanos, enigmas por resolver; contenían historias, abarcaban siglos y continentes. Cada palabra sugería otras, quizá nunca pronunciadas, pero del todo plausibles, todavía más densas en significados y referencias, y por lo tanto más verdaderas. Pero entre esas paredes no podía estirarse mucho la liga, había un límite inamovible. En la visión de los fundadores, el Oxford English Dictionary debía ser la piedra miliar de la civilización británica, la suma de todo lo que se decía en inglés y de cómo se decía desde el principio de los tiempos hasta la época moderna. La fantasía no tenía cabida”.
¿Y la barbarie? En el segundo párrafo de la página 97 se lee: “Avanzan por la aldea. Los habitantes fueron masacrados en el lugar, mutilados por armas blancas. En un muro, el cuerpo de una mujer embarazada está clavado con una bayoneta que le sale por entre las piernas. Alrededor, sus hijos, despedazados”. Un lector avezado dirá que lo anterior es un extracto de Masacres de la selva (Ricardo Falla). No. Es una breve descripción de los horrores de la I Guerra Mundial, en Oriente Medio o Asia Occidental.
Las guerras jamás deben encontrar justificación en cabeza humana y menos en la de los gobernantes. En la página 204 quedan para la posteridad estas luminosas palabras: “La verdad es que la vida es algo tan íntimo que ninguna circunstancia debería poder justificar la violencia de un hombre contra otro”.
¿Cuántas personas podrían repetir las palabras de la página 232?: “Las guerras tienen la mala costumbre de arrebatarnos a las personas que amamos. Me imagino que usted piensa que son una triste necesidad de la historia”.
Sobre la obra
La Primera Guerra Mundial terminó y después de haber realizado su servicio para el ejército británico tres jóvenes poetas deben regresar a su vida de antes de la guerra. ¿Cómo cambiar los fusiles por las bancas de la universidad? La labor no resulta para nada sencilla, pues fantasmas merodean dentro y fuera de ellos mismos. Es en este complicado contexto que en su camino se cruza un muy peculiar personaje, Lawrence de Arabia, el Rey sin corona. Su llegada traerá consigo a la vida de los poetas cambios que, a su vez, los llevarán a replantearse su vocación. Las palabras, dicen, dan significado a las cosas, son creadoras y destructoras de mundos y en manos del poeta guardan un poder especial. Nos toca a nosotros decidir cómo usar la pequeña fuerza creativa que poseemos.
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