Jorge Antonio Ortega Gaytán

 

“… ¡toda carne con angustia pide morir!”

 

Lucila de María Godoy Alcayaga originaria de Vicuña, situada en el valle del Elqui, al norte cálido de Chile, vio la luz el 7 de abril de 1889, “entre treinta cerros” como a ella misma gustaba recordar. Sus padres Juan Jerónimo Godoy Villanueva (profesor) y Petronila Alcayaga Rojas (modista), según consta en los registros parroquiales de su ciudad natal. Gabriela Mistral fue su seudónimo en homenaje a dos de sus poetas favoritos, el italiano Gabriele D´Annuzio y el occitano Frédéric Mistral el cual lo utilizó a lo largo de toda su vida literaria.

Sin duda alguna fue un referente de las poetas chilenas y de Hispanoamérica. Se le considera una de las principales de la poesía universal y por su producción literaria obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945, siendo la primera vez que un latinoamericano recibía dicho reconocimiento universal.

A los 15 años inició su carrera de educadora; en 1904 fue nombrada ayudante en la Escuela de la Compañía Baja, y en 1908, nombrada maestra en la localidad de La Cantera. Su ingreso a la Escuela Normal de Preceptoras de la Serena se vio frustrado debido a la resistencia que despertaron algunos poemas suyos en círculos conservadores locales, que los calificaron como “paganos y socialistas”.

En 1910 trabajó en Santiago, en la Escuela de Barranca y aprobó los exámenes especiales en la Escuela Normal de Preceptores. A partir de ese momento empezó su periplo laboral educativo por el territorio chileno, se pueden nombrar Traiguén, Punta Arenas, Antofagasta y Temuco. En esta última conoció a Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda), a quien introdujo a la literatura rusa.

Su desarrollo profesional y poético fueron paralelos, inicialmente en la prensa de La Serena (El Coquimbo), Ovalle y en Vicuña (La Voz del Elqui) se dio a conocer con sus primeros escritos: “El perdón de una víctima”, “La muerte del poeta”, “Las lágrimas de la huérfana”, “Amor imposible” y “Horas sombrías”, publicados entre 1904 y 1910. En su residencia en Coquimbito, Los Andes, compuso los “Sonetos de la Muerte” obra ganadora de los Juegos Florares de 1914, que la catapultó a nivel nacional.

El ministerio de educación de México la invita en junio de 1922 a colaborar con la reforma educativa y la creación de las bibliotecas populares. En dicho año en New York es impreso “Desolación”, dando el paso de su creación al reconocimiento internacional, considerada una de las mayores promesas de la literatura latinoamericana. Tres años después edita en México “Lecturas para Mujeres” y en 1924 se publica en España “Ternura”.

Inicia su carrera consular en 1932 en Génova, Italia y retorna al Continente Americano en 1938 y su publicación “Tala”, es editado en Buenos Aires. Retorna a los Estados Unidos de Norte América a instancias de la Unión Panamericana y a finales de la década de 1930 se comienza a promover a Gabriela Mistral para el Premio Nobel de Literatura. Debido a esa iniciativa se inicia la publicación de sus obras en varios idiomas.

Producto de circunstancias personales que marcaron su existencia abre una conversación poética con la muerte, núcleo generador y permanente de su producción, logrando tocar las fibras intimas de sus lectores. Algunos de los eventos trágicos que marcaron su obra: una decepción amorosa platónica, luego en su estancia en La Cantera conoció a Romelio Ureta (supuestamente el amor de su vida) se suicidó en 1909 (de ese profundo dolor motivó Sonetos de la Muerte). Mientras vivía en la ciudad de Petrópolis, Brasil, fue impactada por el suicido de dos de sus amigos Stefan Zweig y su esposa, judíos ambos, que habían huido de la persecución nazi; en el transcurso del siguiente año se suicidó su sobrino Juan Miguel (Yin Yin), un golpe sumamente doloroso que la devastó.

Luchó largamente con un cáncer de páncreas que le ganó la vida el 10 de enero de 1957. Luego de su fallecimiento en Nueva York, de manera póstuma se editaron sus prosas, rondas, cantos, oraciones y poemas. En el archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile se conserva el fondo documental dedicados a su legado.

Se pude concluir que su vida fue dedicada a la docencia, la literatura y al servicio diplomático, a pesar de que sus relaciones personales fueron escasas y reservadas, generaron algunos comentarios adversos a las costumbres sociales de la época. Su obra se divide en dos vertientes, una dedicada a la docencia en los diferentes niveles y la otra a la poesía. Su producción se le considera dentro de los escritores posmodernistas:

  • Sonetos a la Muerte. (1915). Santiago: Primerose.
  • Desolación (1922). Nueva York: Instituto de las Españas en los Estados Unidos.
  • Lectura para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje(1923), con prólogo de Palma Guillén. México: Departamento Editorial de la Secretaría de Educación de México. 1.ª edición en Chile, abril de 2018, Editorial Planeta Sostenible.
  • Ternura. Canciones de niños: rondas, canciones de la tierra, estaciones, religiosas, otras canciones de cuna(1923). Madrid: Saturnino Calleja.
  • Nubes blancas: poesías, y La oración de la maestra(1930). Barcelona: B. Bauza.
  • Tala 1938). Buenos Aires: Editorial Sur.
  • Antología (1941), selección de la autora. Santiago: Editorial Zig-Zag.
  • Los sonetos de la muerte y otros poemas elegíacos(1952). Santiago: Philobiblion.
  • Lagar (1954). Santiago: Editorial del Pacífico.
  • Recados, cantando a Chile(1957), selección, prólogo y notas de Alfonso M. Escudero. Santiago: Editorial del Pacífico.

Un dato importante luego de su fallecimiento es que su albacea Doris Dana resguardó por cincuenta años un sinfín de documentos entre ellos:  correspondencia privada y oficial, artículos, ensayos, fotografías y conferencias dictadas en sus periplos, de igual forma las colaboraciones en revistas y periódicos. En noviembre de 2006 la sobrina de la depositaria del archivo personal de Mistral, Doris Atkinson donó a Chile dicha colección docente y poética.

La lectura de la obra poética de la escritora chilena es un ejercicio necesario para experimentar el dolor que produce el amar, y el vacío que deja la muerte en nuestro corazón. Su métrica conduce por los laberintos de la soledad, los enigmas del abandono, la incertidumbre de la existencia y sobre todo la ironía de la vida: ¡Nacer para morir!

La aproximación a la obra poética de Gabriela Mistral es viajar al abismo del amor, profundizar en cómo el dolor se enraíza en nuestras entrañas a partir de él. Como la muerte es capaz de ahogarnos en el dolor y como el alma se estruja tratando de diluir la angustia de la incertidumbre de la otra vida. A pesar de ineludible momento de dejar de existir, el amor nos da esperanza por instantes que recoge la poetisa chilena en lo extenso de su producción literaria.

 

“Tengo ojos, tengo mirada: Los ojos y las miradas en mí

por los tuyos que quebró la muerte…”

En el caso de Gabriela, la proximidad del amor y el suicidio de dos de sus amores marcan a fuego su creatividad.  La interpretación de su pensamiento a través del correcto uso del lenguaje para decir todo en pocas palabras, le permitió abrir una ruta sinuosa hacia la plenitud de la vida en el tormentoso mar del desasosiego del existir, logrando una conversación intima entre ella y sus lectores, teniendo como interlocutor permanente el corazón provisto de sentimientos, más que de la idea del sufrimiento de la carne y el alma; un ejemplo de ello:

 

“Este largo cansancio se hará mayor un día,

y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir

arrastrando su masa por la rosada vía

por dónde van los hombres, contentos de vivir…”

 

La comparación de los sublime de enamorarse y de fallecer lo describe: “El amor no se puede controlar, es un llamado a no intentar contenerlo, porque amenaza con desbordarse”. En fin, no todo el tiempo se puede ser feliz, en algún momento hay que enamorase, afirma un refrán. Inclusive la Biblia lo deja muy claro que el: “el amor todo lo soporta…” No existe obstáculo alguno que detenga el ímpetu del amor y menos el arribo de la muerte, pero mientras llega podemos amar aún a sabiendas del que podemos perder la razón y destrozar el corazón propio o ajeno.

 

Los besos que acarician, que erizan la piel, que anuncian la odisea de compartir el corazón, que despiden al viajero o inclusive el último beso al cuerpo inerte del ser querido es parte de la exploración poética de Mistral.

 

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

El amor para Gabriela Mistral es un reto tortuoso por las circunstancias que rodearon su diario vivir, amores platónicos, rupturas violentadas debido a la muerte, un corazón en permanente congoja…

 

“¡Tengo una vergüenza

de vivir de este modo cobarde!

¡Ni voy en tu busca

ni consigo tampoco olvidarte!”

 

La lectura de los poemas de Mistral permite en primera estancia asombrar nuestra mente al conceptualizar el dolor con expresiones vibrantes y dulces al oído de un evento de por sí, terrible, por las consecuencias existenciales de los dolientes. Toda la intensidad de la muerte se convierte en una reflexión. Una reflexión asombrosa que conduce al lector a un estado íntimo del conocimiento de la estructura del espíritu humano, de las fibras que generan los sentimientos básicos de nuestro corazón, su plasticidad, su capacidad ilimitada para amar y sobre todo su resistencia al dolor.

Gabriela conduce a sus lectores por los vericuetos de la ilusión del amor, la esperanza de un sentimiento integral de satisfacción de la vida y aceptar que el dolor es por nuestra condición de mortales, de que nada es para siempre y que no hay forma de evadir la cita con la muerte. El planteamiento es consistente con los rituales que van de la sepultura al proceso individual (pero universal) de llevar el duelo, que el paso del tiempo termina desgastando el dolor, que los recuerdos se van perdiendo en el mar de nuestra mente y se ocultan en oscuros e intrincados mecanismos de la mente.

Al final, tanto el amor como el dolor se cobijan en el corazón, debido a que los problemas de amar no existen, sino que el ser amado se convierte en lo transcendental de la existencia. El hecho radica en las consecuencias que producen de inmediato el desamor con su dosis de sufrimiento hasta llegar al tormento donde el alma se estremece y permite acciones radicales como adelantar la muerte a través del suicido. Lamentable, pero imposible de detener la intensidad que resulta del desafecto cuando se entrega al ser amado todo en forma incondicional.

Sin duda alguna, Gabriela Mistral con la experiencia tormentosa en su existir nos hereda un mapa de supervivencia al desamor a través de su profunda poesía que permite una visión panorámica tangible del sufrimiento al que nos vemos expuestos cuando entregamos el corazón y lo destrozan manos habilidosas o simplemente el destino nos lleva por caminos sinuosos a conocer un calvario propio y sin retorno.

En uno de los prólogos de la segunda edición de Desolación se afirma que: “Mistral ama al Dios único, al Dios del desierto, al Dios vengador y terrible que abomina los pecados de la carne, Dios violento, inmensamente distante de su criatura, Dios solitario y resplandeciente que se siente detrás de su sombra, tiembla sordamente el miedo de su condenación. Así lo percibe, lo describe, con incesante diálogo el cual no tiene eco ni respuesta. Lo incrimina y lo dispensa, pero le cuestiona por permitir el suicidio ¿A dónde van los suicidas?”

En la lectura del libro de Job nos señala el sufrimiento, casi la agonía de su vida a corazón abierto, pero Gabriela nos lleva de la mano por el dolor por medio de sus versos, evitando desollar nuestro cuerpo. Su lectura es un acompañamiento seguro para evitar tomar decisiones erróneas en el amor. Como no estar agradecidos con la chilena que escribe a flor de piel, que nos comparte el antídoto para protegernos y no morir de amor, y lo explica claramente al desnudar sus prejuicios y amar hasta la muerte.

Leer la obra de Gabriela Mistral es necesaria y fundamental para entender el vaivén de la vida. Que la felicidad, si es que existe es la cara opuesta del dolor y que lo único que nos salva de esa ambivalencia es el amor, ese que duele, que nos arrastra por la desilusión, la pasión, la traición y la compasión. Lo anterior son nuestros instintos primitivos de pertenencia y protección. Hoy no se cuestionan como en la época que le toco vivir a la escritora austral en una sociedad hermética y recelosa de sus convicciones con respecto a las demostraciones de amor en todo el sentido de la palabra.

Lo innegable es la calidad de la pluma de Mistral que le permitió el reconocimiento universal de su obra por medio del Premio Nobel de Literatura en 1945. Su producción está al alcance de los lectores interesados en conocer las rutas tortuosas del amor y el dolor, por supuesto que entrar en una conversación directa con el corazón rebalsado de sentimientos encontrados de una mujer apasionada por el arte de escribir. Por nada del mundo pierda la oportunidad de experimentar la fortaleza del alma frente a la confrontación de amar y sufrir.

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