Víctor Muñoz
Escritor. Premio Nacional de Literatura

Papaíto me pidió que lo acompañara al banco, ya que deseaba hacer ciertas transacciones que regularmente hace a cada cierto tiempo.  Y está claro que no podía decirle que no, por lo que a la hora convenida tomé camino y me dirigí a su casa.  El día estaba fresco y agradable, la gente estaba más sonriente que nunca y yo me sentía extrañamente feliz.

Y ahí iba yo, muy quitado de la pena, cuando vi que por ahí venía Gedeón.  Me preguntó hacia dónde iba y le dije que iba por Papaíto, ya que me había pedido que lo acompañara al banco para hacer cierta transacción.

-Ah, no, vos –me dijo, haciendo gran alharaca-, yo los acompaño porque todo está muy peligroso y solo nos va a estar haciendo falta que le hagan algo a Papaíto, que lo asalten o lo maten por quitarle su dinero, acordate que la gente cada vez está más malvada, ya no respetan nada; además, Papaíto ya está viejito, imagínate nada más que por asaltarlo le vayan a dar un mal golpe.

Casi de inmediato me arrepentí de haberle dicho hacia dónde iba y con quién, pero ya le había confesado mis planes y no se me ocurrió nada para que entendiera que mejor no, gracias; en su vista dejé que los acontecimientos siguieran su marcha hasta que llegamos a la casa de Papaíto, que ya me estaba esperando en la puerta de su casa.  Y bien pude notar su desagrado al verme llegar acompañado de Gedeón.

-Hola Papaíto –le dijo este-, mire, no se puede imaginar el gusto que me da verlo, y verlo bien; usted no aparenta la edad que tiene, cada día lo miro más patojo, dígame cuál es su secreto para mantenerse tan joven y tan esbelto.

Papaíto solo se lo quedó mirando como de medio lado, entró a despedirse de la tía Toya y tomamos camino para el banco, que queda ahí nada más a cuatro cuadras.  Durante el camino, Gedeón continuó felicitando a Papaíto por su juventud, por su buena disposición para enfrentar la vida y de lo peligroso que se habían puesto las cosas últimamente.

-Máxime por estos lugares en donde usted vive, Papaíto, donde hay tantas cantinas y pensiones de mala muerte, yo le aconsejaría que mejor se fuera a vivir a otro lado, a un lugar más sano porque la mera verdad es que a mí me da mucho miedo que usted viva por acá.

Desde dos cuadras antes habíamos comenzado a escuchar una música como de fiesta, y al llegar al banco nos encontramos con que de ahí provenía la música. Estaban celebrando el aniversario de la agencia y haciendo algunas actividades para tal efecto.  Entramos los tres a la agencia, Papaíto fue atendido prontamente debido a que ya es un hombre de la tercera edad.  Cuando íbamos ya para afuera nos abordó un muchacho un tanto lleno de carnes que nos preguntó a qué habíamos ido al banco.  Papaíto le explicó lo de la transacción.  El muchacho quiso saber qué clase de transacción había sido, y antes de que Papaíto le pudiera explicar algo, Gedeón se lo dijo.

– ¡Lo felicito, mi estimado…! –le dijo el muchacho a Papaíto, dando grandes gritos- La transacción que usted hizo la estamos premiando hoy, precisamente, con un regalo que le da su banco, que lo hace ser enorme y próspero, véngase conmigo, por favor.

Y diciendo tales cosas se llevó a Papaíto hasta el centro de la calle, que lucía adornada con papeles de colores, hojas de pacaya y pino tirado en el suelo, acto seguido llamó a una muchacha que iba vestida de la Abejita Feliz, que lucía muy sonriente ella, pintarrajeada de payaso, tenía dos antenitas en la cabeza, llevaba una playera muy ajustada, a rayas horizontales negras y amarillas y un pantalón, también muy ajustado, de color negro.  Esta Abejita Feliz agarró de la mano a Papaíto, no le dio tiempo a nada, lo metió dentro de un cuartito inflable de un metro por un metro de tamaño, como una pequeña carcelita, luego le explicó que a la cuenta de tres iba a entrar mucho aire al cuartito y que él debía agarrar uno de los papelitos que saldrían volando, cerró la puerta del cuartito y se alejó.  Papaíto estaba a punto de explicarle algo cuando de pronto comenzaron a volar los papelitos dentro del cuartito.  A Papaíto se le voló la gorra, el fólder en donde llevaba sus papeles y hasta se quedó sin saco.  Y yo todo asustado, pero Gedeón lucía muy contento y divertido.  Cuando terminó el ventarrón, la Abejita Feliz fue a sacar a Papaíto del cuartito, le puso uno de los papelitos en las manos y a grandes gritos anunció que se había hecho acreedor a un premio, luego se lo llevó hasta una mesa en donde estaban los premios, de los que él tenía que escoger uno.  Había sartencitas y ollitas de aluminio, lapiceros promocionales, pachas plásticas para llevar agua, seis vasitos de vidrio y llaveritos.  Papaíto, sin haber terminado de entender la cosa, y sumamente preocupado por su saco, por su gorra y por su fólder, daba la apariencia de alguien que se encontraba perdido, pero ahí estaba Gedeón con todas sus pertenencias y le dijo que no tuviera pena, cosa que lo consoló un poco.  Y todos los mirones ahí esperando cuál de los premios iba a escoger él, y unos le gritaban que los vasos, otros que el llavero, otros un colgadorcito de ropa, pero él seguía sin entender la cosa, hasta que Gedeón le dijo que sería bueno que se llevara los vasos porque los vasos siempre son útiles en la casa.  Como lo que tenía más a la mano era la ollita de aluminio, Papaíto decidió que eso deseaba llevarse y eso se llevó.  Acto seguido nos fuimos para su casa

-Viste lo que te dije –me dijo Gedeón cuando ya veníamos de regreso-, que no es bueno que Papaíto ande solo en la calle.  De hoy en adelante, cuando le toque ir al banco ahí me avisás, ¿oíste?

Yo no dije nada y Papaíto tampoco porque no había terminado de entender qué era lo que había pasado.

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