Beatriz Sánchez
Poeta quetzalteca

En las montañas encontré el susurro de mi nombre, salvaguardado bajo una piedrita. Subir allí es una hecatombe de sueños un poco rotos. Mis pasos no han sido ni rápidos, ni firmes, y a cada paso, mi corazón retumba en mi cabeza. Los pensamientos no cesan.

Mis pasos van haciéndose firmes, aunque aún lentos. El dolor me hace subir despacio, con miedo. No es hasta que llego a la cumbre que estoy segura de que todo valió la pena. Llegar allí es encontrar la eternidad en una mirada, lo posible en un vistazo.

En la cima de la montaña encontré despistado al destino, no creía que yo subiera, no me creía capaz, el muy cretino. Le sonrío triunfante diciéndole:

  • Me retaste y aquí estoy contigo.
  • Acércate y mira — contesta orgulloso.
  • ¿Qué ves? — pregunta sabio.
  • Veo el alma en las colinas,

 

veo cómo se eleva mi corazón como esa densa bruma,

asciende ante el Dios que todo lo ve.

Veo el sol y siento cómo me calienta la sangre,

veo el horizonte a donde podría llegar,

veo el cielo azul a donde podría volar.

Otros me aventajan, lo sé,

otros, sin embargo, se desarman,

espero no darme por vencida.

Suspiro fuerte.

  • ¿Qué más ves? — pregunta apuntando con el dedo índice hacia el horizonte.
  • ¡Veo mi libertad!
  • Desciende — contesta mientras asiente satisfecho —. Te lo has ganado.

Me regala un sorbo de satisfacción con el que recobro mis fuerzas, mientras me impulso de regreso a casa.

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