Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

-Vos –me dijo Gedeón el viernes pasado, que vino con la intención de que fuéramos a ver un partido de fútbol entre no sé quién contra no sé quién, y luego de que yo le explicara que no gracias porque no me gustaba perder mi tiempo mirando partidos de fútbol, a lo que él me respondió que eso de ver partidos de fútbol no era una actividad que se debía tomar como cosa de perder el tiempo, que era útil porque uno se entretenía mirando las buenas jugadas que hacían los jugadores y que se socializaba con otras personas que eran aficionadas al fútbol, y que por si fuera poco, podríamos tomarnos un par de cervezas mientras disfrutábamos de un momento de solaz y alegría, porque eso de los partidos de fútbol era cosa de mucho contento y felicidad, y que era y se hacía muy conveniente disfrutar de la vida, no solo estar uno ahí todo el día pensando en arreglar el mundo, cosa que ya no se puede arreglar porque ya se descompuso para siempre por lo que no había que estar preocupándose por las cosas que no se pueden arreglar, y que quién era yo para querer componer las cosas –acordate, continuó, -que el único que quiso componer el asunto fue nuestro Señor Jesucristo y ya ves lo que le pasó, que terminó crucificado, cosa que le ocurre a todo aquel que se mete de redentor, por lo que te insisto en que nos vayamos a dar una vuelta por ahí, ya vas a ver que nos vamos a divertir.

Sabés qué –le dije-, ocurre que le ofrecí a Papaíto que lo iba a ir a visitar porque me dijo que está pensando comprar un apartamento que le están ofreciendo en un edificio muy bonito, dice él, por ahí por la zona dos o tres, no lo recuerdo bien, pero que me quería consultar al respecto para que yo le diera mi punto de vista.

-Ah, bueno –me dijo-, estando así las cosas yo creo que tenés razón, lo mejor que podés hacer es ir a visitarlo y explicarle los pros y los contras de hacer tal operación, y te digo esto porque yo bien sé que vos sos un tipo inteligente y que comprendés bien las cosas, por lo que podés darle un buen consejo; y es más, si querés te acompaño porque ya desde hace varios días que no lo veo a Papaíto, y vos sabés que yo a él le tengo mucho cariño.

Le dije que estaba bien, pero casi de inmediato me arrepentí de habérselo dicho porque a papaíto no le gustan las visitas de Gedeón; sin embargo, no me quedó más que pedirle que me esperara un momento, que solo me cambiaría de camisa y nos iríamos a visitarlo.  Me respondió que estaba bien.

Ya en camino me fue diciendo que realmente no entendía la razón por la que a mí no me gustaba el fútbol, que se trataba de uno de los deportes más importantes del mundo, que se practicaba en todas partes y que los jugadores llegaban a ser seres de influenciaban en muy buena forma a la gente porque ganaban mucho dinero y eran un muy buen ejemplo para la juventud y para el mundo en general.  No quise exponerle mis razones sobre dicho tema porque bien sé que establecer una discusión con él es la de nunca acabar; además, no estaba de humor como para tratar de explicarle nada, solo escuché su perorata hasta que llegamos a la casa de papaíto.

Nos pusimos a tocar la puerta, pero nadie nos salió a atender, cosa que me pareció extraña.  No sé de dónde fue a conseguir Gedeón una piedra, con la que comenzó a somatar la puerta, cosa de tanto escándalo, que las personas de las vecindades salieron a ver de qué se trataba la violencia.  De inmediato lo reprendí y le ordené que dejara la piedra en donde la había encontrado.

-Es que fíjate que ya me entró la preocupación –me dijo.  -¿Qué tal si a Papaíto le pasó algo?, ¿qué tal si le dio un ataque al corazón o está desmayado, tirado ahí en el suelo y sin poder moverse?

Acto seguido, y sin que me diera tiempo a nada, volvió a somatar la puerta con la piedra.  Ya me estaba poniendo nervioso, y cuando estaba a punto de decirle que no fuera bruto, que dejara en paz la puerta, ésta se abrió violentamente y ahí estaba papaíto con un rollo de papel higiénico en una mano y un machete en la otra, con la intención de enfrentar al que estaba somatando de esa forma la puerta de su casa.  Su enojo se convirtió en sorpresa al verme ahí, y luego otra vez en enojo cuando vio a Gedeón, quien de inmediato escondió la piedra.

-¿Y cuál es el motivo del escándalo? –quiso saber.

-No, pues verá, Papaíto, que lo vinimos a visitar para saber qué tal estaba, pero como no nos abrió la puerta nos asustamos mucho, ¿verdad vos?, entonces a mí me entró la preocupación porque pensé que usted se había desmayado o se había muerto, ¿verdad vos?, y me fui a conseguir esta piedra, mire, y por eso me puse a tocar la puerta, porque me puse muy angustiado, verdad vos?

Papaíto se me quedó mirando, y yo, sin saber qué hacer ni qué decir, solo le dije que había llegado a visitarlo para que platicáramos lo de su apartamento.

-Ahí venís otro día, ¿querés? –me dijo, y se dio la vuelta y se desapareció, luego de haber cerrado la puerta violentamente.

-¿Qué le pasaría a papaíto, vos? – me pregntó Gedeón.

Artículo anteriorÁpices
Artículo siguienteEn lugar de un prólogo: Una invitación a la lectura