Víctor Muñoz
Escritor. Premio Nacional de Literatura

-Fijate vos -me dijo Gedeón, mostrándose sumamente indignado-, yo ahí metido dentro del carro y la cola no caminaba.  El semáforo se ponía rojo, verde, amarillo, rojo, verde, amarillo, rojo verde…  El calor estaba insoportable a pesar de que llevaba el vidrio de la ventana totalmente abajo, corriéndome el riesgo de que se apareciera por ahí algún ladrón de celulares.  Y yo con urgencia de llegar a tiempo.  Ya los limpiadores de vidrios, los vendedores de raquetas para matar zancudos, de plataninas, de bolsitas de mangos verdes con limón y sal, de toallitas de color fosforescente y demás chucherías habían pasado una y otra vez pero yo no quería nada, lo que yo quería era que la cola avanzara un poco.

El tipo de al lado iba, muy entretenido él, escuchando su reguetón.  Sonaban tan duro los bajos que casi llegué a estar seguro de que no iba a tardar mucho para que el carro se le desarmara.  De pronto la cola avanzaba dos o tres metros y eso era todo.  Un motorista pasó zumbando por un lado y le fue a dar un rayón al carro que estaba justo adelante del mío.  Era un BMW nuevecito.  El dueño, un grandote colorado se bajó hecho una furia y a gritos amenazó al motorista para que le respondiera por el daño.  Ahí se estuvieron como 15 minutos discutiendo.  Por mí que pudieron haberse quedado una o dos horas o lo que quisieran porque nada se movía.

Sentía las gotas de sudor que me escurrían desde el pescuezo hasta la espalda.  Como vi que la cosa iba para largo decidí apagar el motor del carro y esperar.  A lo lejos escuchaba que el motorista se defendía con el argumento de que no había sido su intención hacerle daño al BMW del grandote, pero éste no le aceptaba las disculpas y lo insultaba muy groseramente.  Durante un momento pensé en las cosas de la vida.  El motorista, aunque quisiera, jamás iba a poder pagarle al grandote el daño del carro y el otro jamás iba a estar permitiendo que no le pagara.  La discusión seguía de la misma forma y era bien visible cómo el grandote estiraba el pescuezo, seguramente tratando de hallar algún policía para que llegara y tomara nota de lo sucedido.

En esas estábamos cuando de pronto logré escuchar el encendido de varios vehículos.  Me di cuenta entonces de que no era sólo yo quien había decidido apagar el motor del vehículo.  Logré avanzar apenas unos cuantos metros y de nuevo todo se detuvo.  ¡No podía ser!  ¡Me urgía llegar a mi destino!  Hasta me vinieron unas ganas urgentes de orinar.  En medio de la confusión provocada por el mínimo avance, el motorista causante del daño al BMW desapareció; el grandote se salió de su carro, inspeccionó el daño y se puso a ver para todos lados.  De nuevo comenzó a pasar el tiempo.  Yo, como no tenía mejor cosa qué hacer y el calor estaba de infierno dentro del carro, me salí y lo saludé.  Por lo menos le tomé la placa a la moto, me dijo, pero con un tono como de desconsuelo.

Entre quejarse del atasco, de la ineficiencia de las autoridades para corregir los embotellamientos y de la irresponsabilidad de la gente pasaron otros 20 minutos.  Y eso que había salido con una hora de anticipación, pero ya faltaban apenas 15 minutos y nada se movía.  Es que si hubiera sido cualquier otro día no me habría importado pero esto era verdaderamente urgente.  Entonces de pronto, otra vez, todo el mundo encendió sus carros.  Yo corrí al mío, lo encendí y logré quedar apenas a dos carros de distancia del semáforo.  ¡A dos carros del semáforo, por la gran puerca…!

Y pasaron otros 20 minutos y todo seguía igual, a pesar de los esfuerzos de un policía gordo moreno tirando a prieto que trataba de hacer algo, pero no hacía nada porque nada se movía hacia ninguna parte.  Me entró la desesperación y me dieron ganas como de agarrar a patadas a todos los carros que estaban adelante del mío, hasta que pensé que era por demás, que no iba a conseguir mi objetivo y que lo peor era que si eso seguía como estaba, ni siquiera iba a llegar para el segundo tiempo del partido entre el Real y el Barsa…

Es entonces cuando pienso que con bastante frecuencia no le salen bien las cosas a este Gedeón.

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