Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura
Esa tarde de sábado en que el bochorno del calor incitaba a la pereza me encontraba yo en el comedor de mi casa revisando un periódico y releyendo un artículo sobre un actor que abofeteó a un individuo durante la presentación de no recuerdo qué cosa, creo que el tema era que se estaba discutiendo algo sobre la supervivencia de las arañas trepadoras de Madagascar o sobre las posibilidades de terminar con todo mediante el uso del arsenal nuclear de no sé qué país, cuando sonó el timbre. Yo no sé, pero tal acontecimiento me causó un sobresalto instintivo, un como mal presentimiento, algo así como si se tratara de la visita de Gedeón, que por cierto, desde hacía ya bastante tiempo no sabía nada de él. Tampoco es que me hiciera falta, pero uno llega a acostumbrarse a las malas vibras. Dejé el periódico y me fui a ver quién era el que llegaba de visita. No lo pude creer, se trataba de Gedeón, precisamente. Me quedé mudo.
-Hola vos –me dijo-. Le respondí el saludo y de inmediato pensé en las cosas de la mala suerte y de la mala costumbre que tiene todo ser humano de imaginar siempre lo peor. Un poco como tartamudo o asustado, no lo sé bien, le respondí a su saludo y le pregunté si deseaba entrar, aun a sabiendas de la molestia que tal visita despierta en tía Toya.
-No, vos, gracias –me respondió, pero de inmediato noté que su actitud no era la de siempre-, solo vine saludarte, pero ya me voy.
Su voz y sus actitudes denotaban cierto embarazo o cierta cosa extraña que no supe a qué atribuir y solo me quedé callado, observándolo. Iba ataviado con un sombrero extraño, como de poeta maldito, llevaba un saco a cuadros que evidenciaba que el anterior propietario había sido un hombre en extremo corpulento. Su demás indumentaria no la recuerdo muy bien, solo que llevaba una playera con una inscripción que decía: “Are you ready?”
-Vengo a despedirme de vos –me dijo, de manera muy solemne, exhibiendo una actitud de gente taciturna-. Quiero contarte que hará cosa de cuatro meses, yendo yo en camino para mi casa, me detuvo una luz intensa que durante algunos breves instantes me cegó; y claro, tal cosa me causó un susto muy grande, sin embargo logré recuperarme y cuando mis ojos se fueron acostumbrando a la intensidad de la luz pude divisar un ser extraño, como de un metro y medio de altura, que tenía una cabeza demasiado grande para su cuerpo, imaginate nada más, la mitad de su cuerpo era su cabeza en la que solo había un par de ojos enormes, y la otra mitad lo demás. De pronto escuché una voz como metálica, con un tono sin ninguna inflexión, como si una máquina me estuviera hablando. Me dijo que me preparara porque él y sus compañeros, que se habían quedado dentro de la nave, y excuso decirte que hasta entonces pude divisar una especie de campana de unos dos o tres metros de alto que lucía estacionada apenas unos metros más allá y que emitía luces y sonidos extraños, habían llegado a determinar que yo era la persona ideal para visitar el planeta de donde ellos venían, que preparara todas mis cosas porque no antes de un mes vendrían por mí y me llevarían con ellos, que no tuviera ninguna pena ni preocupación, que en su momento me devolverían a mi casa, pero que yo regresaría con una misión que cambiaría muchas cosas en el mundo, y dicho todo esto se volteó, se fue hacia la nave donde lo estaban esperando sus compañeros, y sin más, el aparato se fue elevando en forma silenciosa, pero eso sí, formó un viento tan fuerte que hizo que mi gorra de los Mulos de Nueva York que me trajo un amigo de los Estados saliera volando y ya no logré recuperarla, porque como bien sabés, los Mulos de Nueva York son mi equipo favorito del deporte rey; entonces me vengo despedir de vos, a pedirte que no te vayás a estar preocupando si no me aparezco por acá durante algún tiempo, pero eso sí, la primera cosa que haré cuando esté de regreso será venir a verte para relatarte mis experiencias. Te recomiendo mucho que cuidés a Papaíto, a la tía Toya y vos también cuidate bastante. Eso sí, si Papaíto pregunta por mí, te agradeceré le digás que ando en una misión que vino desde Europa para estudiar el comportamiento de los gorgojos del frijol.
Y sin decir nada más se dio la vuelta y se fue, y yo me quedé ahí parado, pensando en que las cosas del destino no las arregla nadie. Y como no tenía nada que hacer ahí, parado en la puerta de mi casa, solo mirando pasar gente, mejor me entré.
-¿Quién vino? –quiso saber Papaíto.
-Gedeón –le respondí.
-¿Y ahora en qué anda ese burro? De seguro te vino a prestar dinero o a contarte alguna tragedia a raíz de la cual anda metido en problemas. Ese tipo le haría muy bien a todo el mundo yéndose a la luna –concluyó.
-Pues en algo así anda –le respondí, pero no quise entrar en detalles, no fuera a ser que comenzara con su cantaleta de que se trata de un sujeto bueno para nada, mala junta, loco, etcétera.