Secretos

Con él aprendiste a guardar secretos. Entraba a tu cuarto, ponía un dedo sobre sus labios y te extendía la mano para que lo siguieras.

Con él descubriste el escondite de la hormiga reina y el lugar donde los cucubanos fabricaban su luz. Te contaba historias fantásticas y regresaban muy tarde, cuando papá ya dormía.

El día de la tormenta entró a tu cuarto, te arropó con una manta y corrieron hasta la tormentera de un vecino. En el trayecto se empaparon y les cayeron muchas ramas encima. Los rayos partían el espacio y los truenos estremecían el barro del camino. En la tormentera se colaba el agua y el viento, furioso, parecía querer levantar los cimientos. Tu hermano te abrazó y te prometió que nunca te abandonaría. Con él, tus miedos tenían de dónde asirse.

Días después le comenzaron los ataques. Se le viraban los ojos y convulsaba. Caía al suelo, como muerto. Le guardaste el secreto, y lo protegiste. Hasta que un adulto lo vio y dijo que estaba poseído.

Se lo llevaron y no lo volviste a ver. Supiste que había muerto cuando comenzó a visitarte. No le dijiste a nadie. Hablar con los muertos es cosa de brujas. Y a ellas también las desaparecían.

Fue un secreto feliz que te acompañó siempre. Él llegaba, ponía un dedo en sus labios, y te hacía compañía. Te contaba de mamá, de la abuela, y de lugares hermosos donde se respiraba paz.

Pasaste momentos muy duros, como cuando tu marido te abandonó, siendo muy joven aún, y tuviste que afrontar la crianza de tus hijos sin ningún apoyo. Cuando, ya adultos, tus vástagos se fueron y quedaste sola. Cuando te declararon vieja y te internaron en un asilo.

Tu hermano siempre te acompañó. Así cumplía su promesa, y tú guardabas el secreto. A veces, las enfermeras te sorprendían hablando o riendo, y te miraban compasivas. Ellas no entenderían. Y tú no les ibas a explicar.

Hoy tampoco les dirás que a tus 92 años, tu hermano ha venido a verte, como siempre. Solo que esta vez, luego de la señal convenida, te ha extendido su mano para que lo sigas.

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