Juan Fernando Batres Barrios

Es el mes de agosto, son las tres de la tarde en la ciudad, en una colonia antigua, con mezcla de calles de cemento y adoquín. Ha estado lloviendo como era de esperarse y el suelo se ve como un sucio espejo grisáceo.

Estoy medio dormido, con hambre, logrando escuchar los gruñidos de entre mis entrañas por la falta de alimento. Tengo desde la noche del día anterior de no probar bocado, pero no puedo moverme para buscar, aunque sea una golosina en la tienda de la esquina. Estoy de vigilancia.

Soy un oficial del orden con la vida más desordenada que puede existir, eso si es ironía. En la academia nos enseñan lo vital que es el orden tanto material como mental para ser personas y oficiales efectivos, eficaces, leales a los principios y al servicio de la sociedad. En mi clase fui uno de los más avanzados, logré condecoración en logística mediadora de crisis y medalla de honor al valor. ¿De qué demonios me ha servido con mi vida?

Anoto en mi cuaderno que no hay novedad, son ya las 3:15 p.m. y no se avista ningún sospechoso a la locación designada. Estoy en medio de una vigilancia encubierta para descubrir a algún tipo de delito de alto nivel, o por lo menos eso me indicaron los superiores en la comisaria. Nunca dan mucha información y en realidad de un tiempo a la fecha no pongo mucha atención tampoco.

Yo era mejor que esto. Recuerdo que hace un año aún tenía sueños y aspiraciones, tenía una novia hermosa, tenía planes, ¿Qué fue lo que ocurrió?…

La verdad no lo recuerdo muy bien, será que no quiero recordarlo o será el hambre que ya me hace ver borroso casi todo. Veo a lo lejos a un perro que olisquea un poste antes de subir su pata trasera y dejar su marca.

Se llamaba Ágata, y era la mujer más buena que había conocido aparte de mi madre. Me motivaba a seguir, aunque las jornadas en este trabajo siempre son arduas y peligrosas. Lo único que tenía seguro era que, si lograba terminar mi turno a salvo, llegaría a nuestro cuarto en una humilde vecindad y me tendría una taza caliente de café bien dulce y un abrazo. Decía que el café debía ser dulce para compensar lo amargo del trabajo y el abrazo para que sintiera que ya estaba en un lugar seguro.

Aunque pasara 24 horas trabajando y patrullando a pie constantemente no me cansaba, estaba motivado a terminar para llegar por mi café dulce y mi abrazo al lado de mi amada Ágata.

Un momento, levanto la mirada y trato de ver a través del sucio parabrisas del vehículo que me asignaron, un armatroste desvencijado de hace más de 20 años de antigüedad que según los superiores no resaltaría en un barrio como este, logro ver una braza ardiente de un cigarrillo asomándose por la esquina de forma furtiva. Son las 3:25 PM. anoto en mi cuaderno el hallazgo, aunque puede no ser nada, la calle es libre la última vez que revisé la ley que prometí cumplir.

Sigo observando, y es un tipo medio extraño, sacado como de una película de esas de acción de hace treinta años, vestido con una camiseta super ajustada y unos pantalones comando militares todos rotos, pelo al rape y fumando ese cigarrillo. Pero solo va caminando, bajo nuevamente mi mirada para que no pueda ver mi cara y pienso otra vez en Ágata.

No recuerdo bien como la conocí, siempre he sido un poco distraído, lo que no es muy bueno para esta clase de empleo en realidad. Es como si intencionalmente pusiera una bruma en los recuerdos, pero lo cierto es que ella cambió mi vida.

Si recuerdo que una vez pedí un permiso de 24 horas para ausentarme y la llevé de paseo al zoológico, nos divertimos como nunca, le enseñaba los animales al mismo tiempo que intentaba torpemente de imitar sus sonidos, ella se reía y yo la amaba cada vez más. Nos hicimos un retrato de esos que te ofrecen en las plazas públicas y otros lugares, con un telón de fondo de unos graciosos monos y una jirafa nos paramos abrazándonos.

Con el sueldo limitado de oficial del orden público lo que nos pudimos permitir era compartir una hamburguesa y una soda entre los dos, pero charlamos tanto, nos reíamos de cualquier tontería que parecíamos un par de locos y yo lo que menos parecía era un policía.

Siempre terminábamos nuestro día con un café dulce y un abrazo. Cuando las fuerzas lo permitían después de mi trabajo hacíamos el amor con tanta pasión, amor, energía y delicadeza a la vez que en verdad pensábamos que estábamos tocando las puertas del cielo.

Nunca le pedí que nos casáramos, siempre lo desee y lo planee un millón de veces, pero entre su calidez espontánea, mi cansancio crónico, los cafés dulces y los abrazos, nunca encontré el momento.

Empezó a llover otra vez, creo que, con este clima, nadie saldrá a la calle y la vigilancia será toda una pérdida de tiempo. Pero como me diría el comisario, no me pagan para opinar, solo para seguir instrucciones. Anoto, son las 3:40 PM. y ha empezado a llover nuevamente en la zona, no se ve a ningún sospechoso en los alrededores.

De repente se escucha chirriar unos neumáticos atrás, veo por espejo retrovisor y es un vehículo último modelo deportivo detrás de mí. Se baja una figura que no logro enfocar bien, probablemente ya por la falta de alimento que tengo, y patea la parte trasera de mi auto. Hago como si estuviera despertando y alzo la mano desde dentro, bajo el vidrio de la ventanilla y digo un seco “¿Qué?” …

La figura que ahora veo que es un caballero de traje solo me dice en un tono pedante que me mueva, que acaso no veo que estoy tapando la entrada a su casa… Yo únicamente volteo como si estuviera medio dormido aun, que es muy cierto, y trato de encender el viejo cacharro, el cual tose como si tuviera tuberculosis antes de arrancar; levanto mi mano fuera del auto y muevo el vehículo sin decir media palabra.

Estoy a la vuelta y salgo del auto para comprar una galleta y una soda pequeña, ya no aguanto el hambre. De repente de la casa donde hace unos segundos entró el caballero elegante se escuchan unos gritos.

Suelto sin haber probado un solo bocado las galletas y salto de inmediato, para ver que el sujeto pedante que me había hablado hace tan solo un par de minutos yacía muy malherido, llamo por radio a las unidades de emergencia y levantando la vista, diviso una silueta que va corriendo entre los arbustos del jardín de la propiedad.

Inicio la persecución, me había dado cuenta de que la casa estaba rodeada por un jardín muy grande, como esa la usanza en esas colonias de hace 100 años. Mientras la figura corría alrededor del mismo, yo me dispuse a atravesar parte del caserón para atajarle en el patio trasero.

Siento que desfallezco, pero debo continuar, como si algo me impulsara a hacer esto. Mis recuerdos de un buen cadete me saltan a la memoria y siento que todo lo que vivido es para este momento. Solo imagino que sería si atrapo al culpable y si Ágata estuviera conmigo, lo orgullosa que estaría de mí…

Salgo por la puerta trasera de la propiedad y me lanzo por los aires para derribar a la figura que vi huir. Es mucho más delgada de lo que me pareció a un inicio. Al tomarla del brazo veo que es una mujer, al observarla mejor me quedo como muerto… ¡Es Ágata!

No puedo creerlo, ella me mira y bufa como gata enojada. Me grita ¡Suéltame! No sabes lo que ese patán me hizo, no lo sabes…

Son las 4:20 PM. han llegado las unidades correspondientes para dictaminar lo que yo había visto desde un principio, el caballero ha fallecido. Yo, teniendo esposada a la mujer que más he amado en la vida, estoy quebrado entre lo que quiero y lo que debo hacer.

¿Qué pasó contigo Ágata? Le pregunto. Ella en completo silencio, solo baja la mirada. Cuando llegan mis refuerzos no tengo opción, debo entregarla para ser conducida a la comisaria, ella solo me dice: “Él debía morir, por él te dejé hace más de un año. Me equivoqué.” Todo mi cuerpo tembló; recordé de golpe que un día sin aviso, al regresar de mis rondas, llegué a casa y no había ya nadie… que siempre me eché la culpa de haberla perdido y quizá haya sido cierto, quizá fue mi culpa, pero fue ella la que lo decidió así.

Con un nudo en la garganta, aun sin aliento por el gran esfuerzo de la persecución, a un segundo, antes de que mis compañeros salieran de la patrulla, abrí las esposas, la liberé y solo dije: “vete lo más rápido posible y pégame en la cara; nunca quiero saber de ti nuevamente.”

¡Se escapó! Digo sonoramente, y hago el intento de correr detrás de ella, pero engaño a mis colegas de la dirección de la huida. Ellos, después de todo el revuelo, solo se burlan de mí por haber dejado escapar a la fugitiva…

Reporto a mi supervisor lo ocurrido a lo que él me indica que me retire de inmediato, llene el informe con toda la información pertinente para proseguir con la investigación y que luego verá cómo me castiga por mi ineptitud.

Ya en la comisaria, tomo un trozo de papel, lo meto en la vieja máquina de escribir Olivetti de hace más de medio siglo, porque no contamos con equipos de computación para los patrulleros comunes y corrientes, inicio a leer mis notas para realizar el informe, recuerdo todo lo ocurrido, lo vivido y que hubiera querido vivir el resto de mi vida.

Me sirvo una taza de una sustancia parecida al alquitrán que aquí le llaman café, doy un sorbo y frunzo el ceño por su mal sabor y lo amargo que está. Busco el azúcar y le echo como tres o cuatro cucharadas a la taza para hacer esa bebida soportable, cuando recuerdo a mi Ágata, mi café dulce y mis abrazos…

 

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