Juan Fernando Girón Solares
Tercera parte

El trino de las aves que empezaban a revolotear en los alrededores del Cerrito del Carmen, despertó a nuestro amigo Raúl, cuando el sol empezó a destellar sus primeros rayos, la mañana de aquel miércoles. Efectivamente, era miércoles, pero no un día de la semana común. ERA MIÉRCOLES DE CENIZA ¡y con una amplia sonrisa, el septuagenario caballero se incorporó de la cama, y encendió el radio receptor que tenía en su mesita de noche; sintonizó la emisora católica, y casi al instante, salieron del aparato las inconfundibles notas de una marcha fúnebre. Una mezcla de sentimientos, desfilaron por la mente y el corazón del devoto abuelo y participante de muchos cortejos procesionales, al escuchar la composición musical – LA FOSA – de don Santiago Coronado. Concluida la marcha, removió las cortinas de su dormitorio, abrió la ventana y contrario del frío viento de inicio de año, como si el propio clima supiera que había llegado ya la época más devota con sus jacarandas, la mañana le regaló un suave viento cálido de finales de febrero.

Después de la rutina del baño y aseo personal, y el chapinísimo desayuno de huevos, frijoles y pan francés, Raúl abandonó su domicilio del Barrio Moderno, y  se encaminó presuroso para buscar el graderío del Cerrito que asoma al parque de la Avenida Juan Chapín. Ahora lenta, pero seguramente, ascendió por el graderío hasta llegar a la cumbre del histórico sitio de la Nueva Guatemala de la Asunción; y más que jadeante con rostro de satisfacción, llegó a su ansiado destino: el templo ubicado en tal sitio, para participar en la primera eucaristía del día de precepto, y recibir la imposición de la ceniza penitencial.

Concluida la celebración religiosa, el signado en la frente cargador, se dirigió a la panadería del barrio para comprar sus empanadas de leche, y luego al mercado de la Parroquia, localizado a algunas cuadras de su residencia, donde la transacción comercial versó aquella mañana en corozo, incienso, carbón y ocote. Exactamente al retornar a casa, Raúl llevó a su argentífero e insustituible amigo y compañero de las procesiones, al pequeño patio trasero de su casa, e inició con ansiedad el proceso de combustión. En breves instantes toda la casa se llenó del exquisito e incomparable aroma de aquel incienso. Posteriormente, encendió su equipo de sonido a todo volumen con el primero de los programas cuaresmales de la época, y mientras las volutas se elevaban escapando del incensario, en aquel ambiente perfecto que combinaba oído con olfato y corazón, nuevamente cerró los ojos y sus recuerdos empezaron a desfilar  por su mente…

Luego de haber participado durante varios años y hasta nuestros días, en el Santo Entierro de El Calvario, donde fue su inicio como “incensario” pero más bien debería decirse incensador, el recordado don Chema le comentó que el Miércoles Santo de aquel año de mediados de los años 50, un buen amigo se encontraba en la afanosa y devota tarea de reorganizar el Cortejo Procesional de una hermosa imagen de Jesús Nazareno, que se veneraba en la Iglesia de Santa Teresa del Centro Histórico. Se trataba del gentil caballero don Oswaldo Aquino, notable carpintero del medio quien efectivamente guardaba una gran amistad con el experimentado incensador, y había recibido una cordial invitación tanto para él como para su grupo, para ofrendar su incienso en la reestrenada procesión que por motivos que no estaban claros, se había suspendido en el año 1943 de aquel templo de Santa Teresa. Don Oswaldo invitó a don Chema, y éste a su vez a Raúl, ahora en plena adolescencia, quien con su incensario en mano, se presentó al histórico templo Teresiano de la cuarta calle y novena avenida, aquella calurosa tarde del Miércoles Santo, revestido no con túnica ni capirote, pero sí en traje de calle de color oscuro.

Repetido el procedimiento que ya le era familiar, todos se pusieron de rodillas cuando en pequeñas andas, una hermosa talla de Cristo con la Cruz a Cuestas, emergió de aquel templo,  que dicho sea de paso, fue el último en ser reconstruido luego de los sismos de 1917-1918 que asolaron la ciudad de Guatemala. Jesús lucía una muy sencilla pero hermosa túnica de color verde esmeralda, con cruz del mismo color, colocado en andas cuya decoración evocaba simplemente trigo y flores artesanales en la vía dolorosa.

El cortejo buscó la octava avenida y luego la tercera calle, hasta las inmediaciones del que años más tarde sería su vecindario, es decir el Barrio Moderno cuyas calles fueron trazadas durante el gobierno del General Ubico Castañeda, y las viviendas lotificadas en el sitio que algún día ocupó el potrero de Corona. La idea que algún día privó en la mente de Raúl, en cuanto a que la devoción de participar como incensario o incensador en los cortejos procesionales sería igual, quedó desvanecida aquella tarde de Miércoles Santo: no es la misma uniformidad, ni la parafernalia, ni la forma como reciben al Señor o a la Vírgen, y desde luego tampoco es el mismo horario y recorrido. Entendió sin duda alguna, que cada Procesión tiene su personalidad propia.

Cuando el cortejo de Santa Teresa, arribó al Parque de San Sebastián al caer la tarde, las “baterías” idóneas para el uso de transporte pesado, iluminaron las pequeñas andas de Jesús del Rescate, instante preciso en el cual el señor Aquino como Encargado General y organizador del sagrado desfile, se aproximó al grupo de incensarios para agradecerles su amable y devota participación. Luego, la quinta avenida hasta los parques Centenario y Central, la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional y el retorno al templo de Santa Teresa aproximadamente a las ocho de la noche. La experiencia para el muchacho no solamente fue satisfactoria, sino especialmente MUY AGRADABLE. Aquella actividad, pensó para sus adentros, no puede ser una penitencia, es una hermosa bendición de Dios… ¡

El programa en la emisora radial concluye, como igualmente concluye la marcha fúnebre y el viaje al pasado del experimentado devoto incensario de blancos cabellos, quien retorna al presente de aquel primer día de la Santa Cuaresma de la época actual; y el infaltable artefacto con el cual rindió tributo por primera vez a Jesús Nazareno del Rescate, a mediados de los años cincuenta del siglo veinte, continúa expeliendo el agradable humo del incienso como lo ha hecho a lo largo de más de seis décadas de aquella devoción. Sin embargo, la procesión del Miércoles Santo en las zonas uno y dos, según medita para sus adentros, ha dejado de ser un discreto y pequeño cortejo, para convertirse en una de las grandes majestuosidades de la Semana Mayor en Guatemala.

Durante toda la tarde, nuestro coprotagonista de esta historia permaneció expeliendo su agradable aroma en la casa del Barrio Moderno, hasta que la bolsita de incienso adquirida por la mañana por su propietario, se agotó. Raúl la manera en que aquellos integrantes del grupo original se mantuvieron por varios años, y el recuento de cada uno de los nombres que los integraban, se presentó por su mente hasta que por azares del destino, se fueron separando paulatinamente del mismo. Unos por haberse ido a vivir fuera de Guatemala por trabajo o estudios; otros por enfermedad o imposibilidad física, y finalmente, la cabeza del grupo, el querido y recordado don Chema, quien años después, fue llamado al cielo por nuestro señor Jesucristo, para comandar la brigada celestial de incensarios. No obstante, Raúl nunca lo olvidó, ni mucho menos desatendió sus sabios consejos en el arte de “incensar las andas” del Señor,  y durante tantos y tantos años, los secretos del oficio de don Chema fueron sin duda alguna, el abc y la piedra angular de su devota entrega.

Concluye el miércoles de ceniza, pero inicia según insistimos, la época más linda del año para los devotos y devotas cargadoras….

 

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