Foto: La Hora
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Por Víctor Muñoz


—Vieras que no se me ocurre qué cosa regalarle a Papaíto para esta Navidad.
De nuevo Gedeón con sus problemas e indecisiones. Y lo peor es que cuando se aparece con tales interrogantes se me queda mirando fijo, como si yo supiera qué cosa le gustaría a Papaíto que le regalen, cuando la verdad es que yo ni siquiera puedo sospechar qué cosa le gustaría a él, un hombre de ya casi 90 años para quien la vida ya se descompuso y que lo único que le interesa y le gusta es escuchar sus discos de óperas, amén de ir a misa los domingos y cargar dos o tres procesiones para la Semana Santa.
—Porque fíjate que estaba pensando en regalarle un metro de esos que venden en las ferreterías, de esos que uno puede andar llevando sujeto al cincho, o tal vez un metro de carpintero, de unos que son de madera y que parecen abanicos, o un martillo con todo y media docena de clavos de todos los tamaños que hay.

—¿Y para qué creés que podrían servirle tales cosas a Papaíto? —quise saber.
—Pues vieras que aunque no me lo creás, y te parezca extraño, tales cosas siempre son útiles en la casa. Siempre es bueno tener un metro a la mano cuando uno desea medir algo. Por ejemplo, si vos querés comprar una silla, primero tendrías que saber si el lugar en donde la vas a colocar va a ser el adecuado, entonces medís el lugar, luego te vas a buscar un negocio en donde vendan sillas y te ponés a medir todas las sillas hasta que encontrés la que te va a quedar en el espacio justo, ni más grande ni más pequeña, ¿te das cuenta? Además, de pronto querés comprar un pantalón, pero no sabés cuál es tu medida, entonces te medís la cintura y ya con ese dato te vas a cualquier almacén de ropa y pedís lo que necesitás, de esa manera no andás perdiendo el tiempo ni se lo hacés perder a la gente; es que es sumamente importante tener la información de lo que uno necesita antes de andar dando palos de ciego. Viendo así las cosas, creo que lo del metro de carpintero no le va a funcionar mucho a Papaíto, creo que voy a quedar mejor con el metro metálico. Ahora bien, lo del martillo y los clavos sí que es indispensable en cualquier hogar. Siempre anda uno viendo en dónde coloca un cuadro, o cuando se desajusta una silla uno tiene que tener a la mano un martillo y suficientes clavos para repararla inmediatamente, sin andar buscando carpinteros, que ya ni hay y los que quedan son incumplidos.

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Como ya en una anterior oportunidad, y ante las somatadas que Gedeón le dio a la puerta de la casa de Papaíto porque no nos abría a pesar del timbre, y Papaíto había salido, muy enojado él, con un martillo en una mano y un rollo de papel higiénico en la otra, para ver cuál era la razón del escándalo en la puerta de su casa, y dispuesto a agarrar a martillazos al abusivo que en tan mala forma somataba la puerta, le hice ver a Gedeón que lo del martillo mejor no, porque a ambos nos constaba que él ya tenía uno.

—Tenés razón —me dijo—, ya me había olvidado de esa pasada. Entonces yo digo que mejor le voy a regalar un su metro para que se entretenga midiendo las cosas de su casa.
Como a mí no me gusta entrar en discusiones de ningún tipo con Gedeón, no le dije nada; y es más, lo felicité por su decisión y le pedí que cuando fuera a visitar a Papaíto para entregarle su regalo me lo hiciera saber, ya que yo también deseaba llevarle un regalo navideño.

—¿Y vos qué pensás regalarle? —quiso saber.
Le dije que ya le había comprado un frasco de loción de una que él usaba.
—Pues fíjate que yo también había pensado en una loción, pero llegué a pensar que la gente solo esas cosas regala, y que la cuestión es que hay que salirse de la rutina, salirse del borreguismo, hay que innovar un poco para que la gente vea que uno es creativo en sus cosas.

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Luego de conversar de algunos otros asuntos nos despedimos, no sin antes convenir en la fecha en que haríamos la visita para entregarle a Papaíto nuestros regalos.
Llegado el día tomamos camino hacia la casa de Papaíto. Durante el camino, Gedeón no paró de hablar sobre lo complacido que quedaría Papaíto con su metro. Papaíto mismo nos salió a abrir, nos recibió con el recelo de siempre cuando ve a Gedeón. Lo saludamos muy cariñosamente, le entregamos lo que le llevábamos y él, que siempre ha sido muy curioso, de inmediato se puso a abrirlos. Afortunadamente abrió primero el que yo le había llevado y se mostró sumamente complacido con el frasco de loción; acto seguido abrió lo que le había llevado Gedeón, se nos quedó mirando un tanto extrañado o pensativo y mudo.
—Ve mijo —le dijo a Gedeón—, ¿no será que te equivocaste y este regalo era para otra persona?

—No, Papaíto, no, este metro se lo traje a usted porque yo sé que le va a ser muy útil, ¿verdad vos? Es que nos pusimos a pensar que es bueno tener un metro en la casa porque a veces uno tiene que medir alguna cosa y no hay con qué, ¿verdad vos?, y convinimos en que a usted le iba a resultar muy útil en su casa, ¿verdad vos?
Yo no dije nada, solo pensé en que lo mejor sería que nos fuéramos inmediatamente de ahí, por lo que mirando mi reloj me hice el preocupado y dije que tenía que ir a hacer unas compras, le di un abrazo a Papaíto y le pregunté a Gedeón si se iba o se quedaba. Decidió que también tenía que hacer algo y por fin nos despedimos de Papaíto.
—Yo como que vi que a Papaíto no muy le pareció mi regalo, vos. ¿Qué crees?
No le hice ningún comentario.

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