Jairo Alarcón Rodas
Ya habrá tiempo para estar tristes. Años para estar tristes. Y toda la muerte, que es tan larga. Ahora no. No tenemos derecho.
Eduardo Galeano
El tiempo es la forma de medir la trayectoria por la vida, la duración de las cosas, las dimensiones espaciales y más. En ese transcurrir del comienzo en lo eterno, la existencia humana oscila en un periodo entre el nacer y el morir que se alimenta de experiencias, vivencias e intenciones. Poco a poco se va de lo misterioso a lo desconocido, a la ausencia total, a la nada.
Es por lo que el tiempo, es el enemigo de lo perenne, con su incesante transitar, comenzando y consumiendo la vida, transformándolo todo, intercambiando lo vivo por lo muerto. Así, la frágil existencia humana recorre un breve trayecto con la angustiosa conciencia de lo que eso representa. Vivir, para qué, tal vez sea la interrogante más usual, aunque la vida sea bella, con sus innumerables manifestaciones.
Se nace sin saber el porqué, no obstante, al adquirir conciencia de la existencia, al echar una mirada al interior y verse en la vida, el propósito de la existencia cobra sentido y resulta ser una constante interrogante que irrumpe, inquietando, que se va matizado con intenciones, propósitos, búsquedas, encuentros, emociones y pasiones. Así, pretender conocer por qué se está vivo adquiere sentido, aunque sea inescrutable la respuesta.
Lo biológico da paso a lo existencial, lo que es posible solo en lo humano, al tomar conciencia de lo que eso representa, sentirse uno mismo vivo, ser participe del mundo, el Dasein heideggeriano, el cual significa también su Ser en el mundo – obtiene su comprensión ontológica de sí mismo en primera instancia de aquellas entidades que él mismo no es pero que encuentra» dentro «de su mundo, y del Ser que poseen.
Ser existente no es lo mismo que verse existente. Ser existente es estar en el tiempo y en el espacio, convertirse así en objeto de conocimiento para otros; en cambio, verse existente es reconocerse a uno mismo como parte de lo que es en un todo y, con ello, no solo ser objeto para los otros sino también para sí mismo, lo que resulta asombroso e inquietante.
En ese indagar en las cavilaciones de la conciencia, las interrogantes surgen, los dilemas, las paradojas y, con ello, los retos, las angustias, las aflicciones, los gozos y las alegrías. De ahí que vivir por vivir no tiene sentido, pues el vegetar no es condición para los humanos. Vivir representa, para el ser con conciencia, acumular experiencias y reflexionar sobre ellas, en el antes y el después, sin olvidar el efímero presente en el que las acciones tienen valor relevante en el hacer.
La existencia humana debería ser conciencia del aprendizaje continuo, aprender haciendo, sin embargo, es consumida por la cotidianidad, por lo inmediato, por lo fútil. En ese estado de dependencia a lo biológico, lo instintivo se antepone a lo racional, lo emocional adormece a la conciencia. Las obras sentimentaloides, señala Steven Pinker, simulan un triunfo sobre la tragedia. Y no solo esas, también, la ciencia ficción, es por lo que se convierten en los distractores por excelencia, en placebos de la existencia.
Pero ¿cuándo surge la desesperación? Kierkegaard nos dice que se presenta de dos formas: una, que surge al desesperarse de uno mismo, siendo un estado en el que se pretende deshacerse del yo; la segunda, que consiste en la desesperación por querer ser uno mismo. Ese deshacerse del yo que disgusta, que no se encuentra en el mundo, que no es comprendido y no comprende a los otros, que no se siente a gusto, es lo que sume en el spleen y la otra, el no poder ser lo que se es por temor a no ser aceptado, por miedo al rechazo.
Desesperación por querer hacer algo y no poder, ser impotentes a lo posible. Y así, como el cuerpo que no responde a las órdenes del cerebro cuando se encuentra dentro de la parálisis del sueño, en donde por momentos la desesperación se hace presente, ya que el cuerpo no reacciona a lo que el cerebro le pide, el tormento surge al no poder queriendo. Es ese pretender y no poder o no saber cómo lograrlo, es lo que causa desesperación, angustia, dolor y sufrimiento.
Y qué decir cuando no se tiene un propósito en la vida, más allá de lo que es la sobrevivencia y la reproducción. La vida se convierte en una existencia vacía y quizás por momentos se añore la muerte y en ese querer morir y no poder, una nueva desesperación surge con trémula presencia. Entonces ¿cuál es el propósito de la vida? Quizás Mario Bunge nos dé la respuesta al decir, la máxima de mi sistema ético es: «Disfruta de la vida y ayuda a vivir». Si llega un momento en que ya no se puede disfrutar ni ayudar a otros, es mejor desaparecer con el mínimo dolor para uno mismo y para los demás.
El acaecer en la vida, en la existencia, para los seres humanos, requiere, por lo tanto, mucho más que satisfacer las necesidades reptilianas, demanda de propósitos por realizar, expectativas y asombro, ya que como lo dijera Friedrich Nietzsche: Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo y es en ese cómo en dónde la desesperación puede hacer presa de la existencia, cuando lo otro le causa resistencia y la frustración elimina al optimismo.
Pero quizás sean las interrogantes que asaltan sobre la muerte las que causan mayor inquietud ante fatal suceso ya que, de cara en la existencia, en todo se encuentra la variable de lo posible menos en la muerte pues ahí hay certeza. No es el acto biológico de cesar las funciones cerebrales sino, como lo indica Pinker, el no saber qué les sucede a nuestros pensamientos y sentimientos cuando morimos. La mente se plantea estas preguntas, pero puede que no esté dotada para responderlas, aun cuando tenga respuestas. Respuestas que resultan poco satisfactorias a tales inquietudes, a no ser para aquellos que se acogen a lo ficticio, a todo aquello que se opone a la ciencia.
Pretender conocer por qué se está vivo quizás no sea relevante, al no encontrar respuestas convincentes sobre ello, pero ya vivo, existente, conscientes de todo, sí lo es, al establecer cuál es el propósito que se tiene en la vida, a pesar de ser una interrogante por desvelar entre optimismos, dolores angustias y gozos pues la muerte apremia. Decía Dostoyevski, el misterio de la existencia humana no radica en mantenerse vivo, sino en encontrar algo por lo que vivir, sin embargo, hay veces que el deseo existe, pero el cuerpo no responde.
Vivir la vida, comprender lo que eso significa libre de ficciones, ilusiones y fantasías ¿será posible? Sin embargo, es ese pretender entender lo inentendible lo que quizás mueve a buscar evasores de la realidad, Soma, aquella de la que Huxley habla en su libro Un mundo feliz pues la insoportable levedad del ser y el angustiante camino hacia el final así lo demanda.