Imagen La Hora: Cortesía Suplemento Cultural
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Carmen Matute. Ciudad de Guatemala, 1944. Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, 2015.  Miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua correspondiente de la Real Academia Española.

En el 2020 el Consejo Superior Universitario de la Universidad de San Carlos de Guatemala le otorgó el reconocimiento especial Guatemalteca Ilustre de las Ciencias Literarias. En el 2013 recibió la Orden María Antonieta Somoza de la Asociación de Mujeres Periodistas y Escritoras de Guatemala AMPEG. En 2012, le dedicaron el certamen LXXV de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, donde en 2006 había obtenido el Premio Único en la rama de cuento. En 2007 recibió la medalla de la Orden Vicenta Laparra de la Cerda.

Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, sueco e italiano. Ha sido invitada a diversos encuentros de poesía en Israel, Estados Unidos, Nicaragua, Chile, El Salvador y Colombia.

 

UNA MUJER…

Una mujer
no duerme esta noche…

Abandona el lecho
con su hojarasca de nostalgia,
y el ciego remolino
memorioso de otras noches
fluye
como un río fuera de su cauce,
hasta el alba.

Una mujer no duerme esta noche
de espesuras y silencios plena.
La red de luz tejida por la luna
no es consuelo,
ni el llanto de un lucero
que envejece lentamente
en la inmensidad del cielo
en estos momentos de soledad,
cuando los trigales duermen
y duerme la ciudad
de pulso bestial
en sangre de paloma, sumergida.

Una mujer
no duerme esta noche
de afiladas sombras.
Es la antigua punzada
de la herida que no sana
y enlaza su dolor, su duelo,
acercándole
una tristeza despiadada.
En la trampa del pecho
el corazón en su latir
es una flor que sangra
y confunde el sueño y la vigilia.

Hermanada con las sombras
la mujer que no duerme
regresa al lecho vacío,
refugio de soledades.

Imagen La Hora: Cortesía Suplemento Cultural
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SOLEDAD

Llueve
sobre la ciudad desierta.
Los pájaros han huido
hacia el abrigo de los nidos
y la gente buscó refugio
en la tibieza de las casas,
en los albergues,
debajo de los puentes tristes.

Llueve
sobre la ciudad dormida.

En las aguas abismales
de la soledad,
en su oscuro río,
vuelven los días y las horas,
las memorias
ancladas en lugares
sin fechas,
los amados rostros
casi perdidos en la niebla,
los nombres
como flechas lanzadas al aire,
vuelven.

De nuevo cae otro día
como un zarpazo
sobre los recuerdos
de horas, de momentos
que el viento devoró:
el mar, la arena húmeda,
la inmensa enredadera
blanca prendida al cielo
constelado de estrellas,
y las noches largas
de amor,
frente a las olas.
Memorias que también guardan
las tardes de conversa tranquila,
y vino,
y rosas.

Hoy, aquí,
la soledad inunda
las cuatro paredes
de mi casa,
no tiene rostro
pero sí, la piel de tigre.
El silencio con su latido
invade mis noches,
y el tiempo abre
sus fauces de lobo.

Madura la luz en los ojos
del silencio, la soledad y el tiempo
para traerme el sueño ceniza
de la muerte
y hundirme en él
como en los fragmentos
de una estrella rota.

En la madrugada,
cuando la luz toca las piedras
y el tiempo se despeña
en el espejo
que no logra atrapar
mi rostro,
el silencio cubre
mi obstinada esperanza
en este túnel
sin salida.

Año del covid-2020

EL PERDÓN

La herida,
el dolor, el golpe,
te pertenecen,
son solamente tuyos.
Los espejos guardan
la luz de la memoria
que se extingue con lentitud,
como lo hace en los vitrales
de las antiguas catedrales.
Mas, hay que contar
la pequeña historia
de la desolación
y el desamparo.

La memoria en sombra
guarda
la violencia indescifrable
que se instaló
en algún lugar de tu infancia
y te arrebató la risa.
El tiempo no ha podido
sepultar las palabras sombrías…
quedaron para siempre
sumergidas en la hiel
de las mañanas congeladas.
Creciste niña triste
junto a una laguna
de soledad,
desbarataron tus sueños…
Nunca supiste,
nadie te dijo
que tu alma tenía
la fragilidad de una flor.

La región del desamor
donde habitaste
te es ahora, ajena;
pero no basta,
va no podrás abrir la puerta
para que de su jaula
escape el dolor.
Antiguos y escondidos,
el golpe, la injuria, el llanto
son tuyos solamente,
por eso nadie puede,
nadie debe decirte,
que perdones.
Nadie puede imponerte
el perdón,
que también te pertenece.

Imagen La Hora: Cortesía Suplemento Cultural
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GUATEMALA, VENADA HERIDA (Fragmento)
I

¿Quién eres, Guatemala?
Tú, la devorada
por bosques incendiados
más allá de las aguas
del Petén Itzá.
Tú, la oculta
por glifos y pirámides,
que me llamas con tu voz ardiente
prendiéndose como hiedra
hasta en el mismo sueño,
y no me dejas reposo
y me dueles día a día
en toda tu esplendente belleza
y en toda tu miseria
de venadita herida.

¿Qué eres, Guatemala?
Sino un pedazo minúsculo de tierra
donde lloran los volcanes
antes de volverse
ira y lahares, roca y lava,
furia desbordada
desde el alba hasta la noche
apagando las voces,
sepultándolas
bajo oleadas candentes
antes de que el silencio
cubra todo con su manto oscuro.

RITUAL DEL AMANECER

En esta aurora
que coagula en el cielo
los rojos, rosas y naranjas
más crepusculares,
se aleja el momento,
la hora del despertar,
mientras escucho al viento inquieto
y espero calladamente frente
a la ciudad aún dormida,
la hoja en blanco del día.

Con lentitud
una claridad inicial
inunda la habitación
para traerme de nuevo
la palabra,
el pensamiento que resurge
para repetir mi credo,
mi verdad vivida,
la dignidad de la luz
y la paz,
derramadas sobre mí misma.

Escucho el vibrante
canto del día,
y la música que guardó
la noche.
Hay un lugar
donde el recuerdo
se posa, breve,
donde habita
tu presencia tan ansiada,
tu indomable marca.

Hoy, desde el abismo
De la obstinada nostalgia,
en secreto
te nombro, memoriosa,
amurallada
en el ritual de la mañana.

RITUAL DE LA PLEGARIA

Humilde y sola
viene.
Rosa blanca
que se abre lenta
ante mis ojos,
corola impoluta
que surge
de una misteriosa fuente,
blanca,
como la sal
más pura.

Se acerca de puntillas
a reconfortar el alma,
luego se escapa de los labios
para salmodiar
un canto de gratitud,
de alegría,
de celebración de la vida,
o para aliviar
el antiguo dolor
trenzado con la propia vida.

Se desgranan las avemarías
y los padrenuestros:
«(…) perdona nuestras ofensas …».
En el silencio de la noche
las palabras más santas
llenan el corazón:
«Dios te salve, María,
llena eres de gracia…”.
Palabras que guardo
en la mano empuñada,
en el alma
encadenada al dolor,
como un pequeño tesoro
que me trae la luz.

RITUAL DEL REGRESO

Me habitas,
llenas mi alma
y mi piel;
y este corazón que anhela
atrapar el instante fugitivo
recibe tu luz,
tu sonrisa,
tu palabra,
espejismos que acunan
la lluvia triste de mi soledad.

Vuelves a enseñarme
los caminos del amor,
otra vez
aprendo las letras de tu nombre,
vuelvo a gemir entre tus brazos
—sin recato—
un poco niña, un poco flor,
descalza, extraviada,
perdida en lo fugaz
de un momento que se escapa.

Bajo la apacible luz
de la tarde
tu ardor me enciende,
se amontona la pasión,
el profundo aliento
del fuego
quema el ayer, el mañana,
y el presente es solo un sueño
—caudal de alegría—
que se va llenando de ti.

RITUAL DEL JARDÍN CERRADO

Hubo un tiempo
de acerado deseo
entre nosotros,
mañanas de amor
y palabras compartidas;
breves horas
que guardé
en un jardín cerrado.
Ayer… hoy…
tu corazón
se va por los caminos
del aire,
y no puedo borrar
este anhelo
que me acerca
hasta tu orilla
con la ciega fuerza de una ola.
No puedo negar
el amor
que me empuja
hacia la luz
de tu mirada,
a los fugaces gestos de ternura
que se te escapan
y llueven sobre mi desnudez
dejando tu huella
en mi piel
con un leve temblor
de mariposa.

Selección de textos. Roberto Cifuentes

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