Imagen La Hora: Cortesía Suplemento Cultural
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César Antonio Estrada Mendizábal

Considerando que uno de los anhelos más legítimos de los actores intelectuales del país ha sido la organización de la Universidad Nacional, en forma que responda a las realizaciones de auténtica cultura que el pueblo espera de ella.

Decreto 12 de la Junta Revolucionaria de Gobierno[1].

Compete pues a la universidad que, a la par de proveer una formación científico-tecnológica moderna, desarrolle la conciencia histórica y la conciencia crítica de los estudiantes.

Los retos de la enseñanza superior de cara al nuevo milenio.

Dr. Carlos González Orellana.

 

Introducción

El papel de las universidades en la educación superior de un país es un tema de discusión y reflexión que debería estar siempre presente, por su relevancia social, en la práctica y en el pensamiento universitarios. Las universidades, ya sean públicas o privadas, en cuanto instituciones, es decir, como organismos que desempeñan funciones de interés público tales como la labor educativa y cultural, deben hacerse cargo de las condiciones históricas y naturales de la sociedad en que se desenvuelven aun tomando en cuenta ciertos fines particulares que puedan tener. Esto es especialmente crítico para la Universidad de San Carlos de Guatemala (Nacional y Autónoma, al menos formalmente) que aún se encuentra en una grave crisis ampliamente conocida.

Ahora que estamos en las postrimerías de este inquietante 2023 y de conmemorar el 1º de diciembre el otorgamiento de la Autonomía Universitaria en 1944, vale la pena considerar que el año entrante con el nuevo ciclo lectivo y las posibilidades que se vislumbran en la política nacional se podrá presentar la oportunidad de pensar y discutir cruciales asuntos para la universidad como cuál es el sentido de la educación universitaria –no simplemente instrucción o cualificación profesional– en un país como el nuestro con su circunstancia histórica y social, consideraciones que pueden dar pistas para reencauzar y renovar la actividad de las universidades, especialmente de la Pública.

A continuación, aunque es una temática compleja donde intervienen distintos factores relacionados entre sí y que debe ser abordada con sentido amplio, práctico y crítico, presento algunas consideraciones de cómo la educación universitaria contribuye a que quienes pasan por sus aulas, foros y laboratorios conozcan su realidad y se ubiquen en ella para orientar su práctica y buscar su superación.

Postura gnoseológica

En la actualidad nacional y mundial se hace especialmente necesario saber, tener conciencia de que estamos en un mundo social, natural e histórico que es real, que está allí, que es objetivo y que puede ser conocido por nosotros, paso primero para buscar su superación. Por supuesto, este conocimiento es mediado por los límites fisiológicos de nuestros sentidos y por las relaciones sociales en que vivimos pero que, aun así, podemos alcanzarlo mediante un proceso que no es unidireccional y que, aunque es provisional, es perfectible y nos lleva a captar intelectualmente y en la práctica la esencia, los accidentes y los dinamismos de lo que nos rodea.

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Como sujetos que buscan conocer, podemos ubicarnos en el realismo filosófico (podría decirse también, en el materialismo dialéctico) según el cual existen los cuerpos u objetos materiales -las cosas- los seres vivos, la naturaleza y los seres humanos en sociedad, en relaciones mutuas, acciones y procesos susceptibles de cambios. El hombre como sujeto cognoscente activo puede conocer esta realidad. De hecho, la objetividad de la naturaleza es de distinto tipo de la social, pero ambas esferas son reales independientemente del conocimiento o de la conciencia que tengamos de ellas.

 

La humanidad se pone, entra en relación con el universo mediante la práctica, lo empírico, la experiencia, y, en este proceso, en esta actividad, va alcanzando el conocimiento de las cosas y sus dinamismos y, a la vez, como consecuencia, se va transformando ella misma. Algo que, por cierto, vieron, entre otros, Carlos Marx y Federico Engels ya en sus primeros escritos[2].

 

¿Qué tiene que ver con esto la educación universitaria?

La universidad no debería ser sólo una institución de cualificación, de enseñanza y aprendizaje de conocimientos y destrezas para ejercer una profesión liberal sino un centro de educación superior liberadora, científica y crítica que ayude a hombres y mujeres a orientar su vida individual y colectivamente en la sociedad en que están inmersos.

En las décadas de los años setentas y ochentas del ya pasado siglo, notables universitarios centroamericanos como Ignacio Ellacuría[3], Ignacio Martín-Baró[4] y el Rector Rafael Cuevas del Cid[5] plantearon que el fin de la universidad en nuestro medio es cultural –en el sentido de cultivo de la realidad–, ideológico (ideología como concepción del mundo), y que lo persigue ubicándose en el punto de mira o de perspectiva de los intereses liberadores de las mayorías explotadas, desposeídas, marginadas y discriminadas. Así pues, la principal función universitaria es, en un sentido amplio, la proyección social, el quehacer con y para la sociedad, acción que se consubstancia con la educación, la investigación científica y las labores de extensión y de servicio.

Lo que viene a continuación parte de este supuesto. Previamente, sin embargo, conviene un breve paréntesis: contrario a lo que suele decirse, el fin de la universidad no son los estudiantes (como tampoco lo es la investigación a secas y desconectada de nuestra realidad), con todo y la importancia de las labores educativas y de adiestramiento profesional; es más, en ocasiones los alumnos plantean demandas pragmáticas, inmediatistas y particulares que, por sí solas, entran en contradicción con los propósitos universitarios. Atender estos asuntos y darles la conducción adecuada en el marco del fin y de los objetivos de la universidad requiere una dirigencia, organización y planificación universitarias cuyos integrantes reúnan las condiciones de idoneidad, esto es, de preparación, conciencia social, honradez y conocimiento de nuestro medio y de su historia, virtudes que no se obtienen simplemente por mayoría de votos en las complicadas e inapropiadas elecciones para asignar cargos en la Casa de estudios.[6]

  1. La educación universitaria debe mantener su especificidad.

La educación primaria y la secundaria tienen un papel fundamental, determinado, imprescindible, unos objetivos, prácticas y logros sin los cuales la educación superior no puede realizarse plenamente o es severamente limitada pudiendo llegar incluso al punto de dejar de ser ella misma por tratar de subsanar en su interior las limitaciones que sufren los alumnos como consecuencia de las carencias y fallas del sistema escolar. Como sabemos, nuestro sistema educativo adolece de múltiples dificultades, limitaciones y deficiencias que dan por resultado un graduado de la secundaria que no está suficientemente preparado para los estudios universitarios. La universidad debe hacerse cargo de esta condición, es decir, debería emprender acciones para que el nivel educativo de los estudiantes esté más acorde con las exigencias de la educación superior pero sin que esta sea desvirtuada, o sea sin perder de vista sus auténticos objetivos ni convertirse en una especie de escuela secundaria superior al estilo de los programas especiales de bachillerato avanzado que ofrecen algunos colegios caros cuyo nivel sería equivalente al del primer año de una decente universidad.

Esta situación aunada a la aceptación de importadas tendencias o modas pedagógicas de inspiración neoliberal adoptadas acríticamente y que impulsan mecánicamente acciones didácticas bajo lemas como el “aprender a aprender” sin fijarse mucho en el logro y sistematización de conocimientos concretos; el “trabajo en equipo” visto como una condición necesaria independientemente de las características, la disposición o las preferencias personales y de la labor que se realice; que ven al profesor como un simple “facilitador”, no como mentor, y que adoptan criterios meramente cuantitativos de eficiencia y productividad propios del mundo empresarial –de “resultados”– que llevan a buscar el máximo de promoción estudiantil de los cursos o de la cantidad de graduados en el menor tiempo posible independientemente de cómo sea su formación… toda esta situación, en fin, ha dado lugar a un continuo descenso en el grado de exigencia académica indispensable en las universidades con el consiguiente decaimiento del espíritu crítico, científico y humanístico en la vida universitaria.

Asimismo, también es necesario señalar que la universidad tampoco ha de convertirse en una simple institución cualificadora o, menos aún, en un organismo meramente emisor de diplomas o licencias –de aquí el término licenciado– que permitan ejercer una profesión liberal y aspirar a mejores empleos, o en un centro de capacitación de “emprendedores” que buscando su propio beneficio contribuyeran a la economía nacional pero con cortas miras sociales y simplemente reproductores del estado de cosas. Es decir, aun tomando en cuenta la necesidad de brindar una buena cualificación al futuro profesional, el Alma máter no debería ser reducida a una especie de instituto técnico –o, pensando en nuestro medio, en una suerte de Intecap, Instituto Técnico de Capacitación, profesionalizante– con todo y el reconocimiento que una institución de cualificación técnica merece considerando las necesarias funciones que cumple.

II

  1. Relevancia de la ciencia.

Si partimos de que el hombre es un ser social y natural, de que se relaciona con las cosas materiales mediante su actividad, su práctica, en la cual afecta o modifica estas cosas y, a la vez, se va paulatinamente transformando a sí mismo, si consideramos que los cuerpos (en el sentido físico), los objetos, las personas y sus relaciones tienen múltiples aspectos y relaciones entre sí y están sujetos a cambio, son históricos, veremos que la ciencia en sus distintas ramas y, en particular, el estudio y la práctica de las ciencias naturales, por su objeto y por sus métodos, por sus puntos en común y conexiones con las vitales ciencias humanas pueden y deben coadyuvar ciertamente en esta labor ideológica y cultural de la educación superior.

Concretamente, creo que la práctica y la comprensión de las ciencias naturales pueden promover y reforzar la idea de una concepción científica de la realidad en virtud de la objetividad y concreción científicas que se ven potenciadas por sus objetos y método de estudio, por atenerse a la realidad, a los hechos, a la experiencia, y por su capacidad de cuestionarse ágilmente a sí mismas, de comprobarse, modificarse o, incluso, de refutarse, lo cual se hace hoy más relevante en vista de las posturas relativistas o escépticas y, al final, paralizadoras de la práctica, de las distintas corrientes de inspiración postmodernista. En este sentido, en general, las ciencias en sus vertientes de investigación, sistematización y divulgación promueven un espíritu indagador, crítico, transformador y, así, revolucionario, además, por supuesto, de ofrecer su aporte al conocimiento de la estructura, dinamismo y esencia del mundo[7].

 

  1. La práctica de las ciencias naturales. Lo anterior no coincide con la forma como realmente se practican, se aprenden o se viven las ciencias de la naturaleza. Su investigación suele ser fragmentaria, especializada en extremo hasta el punto en que especialistas de una misma rama muy particular (conocedores de casi todo de casi nada) apenas puedan comunicarse entre sí por ignorar las interioridades y sutilezas de la teoría del otro; investigaciones fragmentarias sin orientación o coordinación definida que no son integradas dentro de un programa investigativo amplio y con sentido epistemológico, lo cual viene a ser análogo al movimiento de las moléculas del aire que se desplazan aleatoriamente a altas velocidades en cualquier dirección por lo que no se perciben corrientes que se muevan, que avancen en ningún sentido.

Agréguese a lo anterior que a nivel global el sistema de investigación científica está supeditado a los intereses privados del gran capital que se mueve por el hambre de plusvalía, del aumento de la productividad y la ganancia donde el bien común se relega a un segundo plano.

 

Esto ha de cambiar, entre otras importantes razones, para que las ciencias naturales entren efectivamente en diálogo, cooperación, interpenetración y potenciación mutua con las ciencias humanas, en una suerte de simbiosis espiritual, material y práctica. (De paso, es de hacer notar que las ciencias sociales también se pueden ver constreñidas al ser dirigidas por las orientaciones y objetivos impuestos por la ideología social imperante.)

La política de investigación del Estado o de sus instituciones debería estar en consonancia con lo anterior. Particularmente, en las universidades públicas –por disposición constitucional, la San Carlos es la única en el país– se necesita una reorientación y reestructuración que haga mejor, más eficiente y eficaz el uso de los limitados fondos públicos que se le asignan, dé un peso equitativo al financiamiento de las ciencias sociales y humanas en relación con las naturales, se libere del burocratismo, financie los proyectos que realmente tengan valor científico y pertinencia social, y combata los vicios del amiguismo, de las prácticas clientelares, los intereses meramente personales o la simple fuerza de la costumbre y la mediocridad.

Llegamos ahora a lo que debería pretenderse con la enseñanza como componente esencial de esa actividad fundamental de la universidad, la educación superior. Como afirmara el recordado pedagogo Dr. Carlos Gonzáles Orellana: Frente a los riesgos de una formación superficial y excesivamente pragmática, proponemos el desarrollo del pensamiento crítico y la formación científica que permitan que la investigación y la docencia estudien los hechos y fenómenos en su causalidad y en su vinculación para construir conocimientos válidos hasta donde la ciencia de nuestro tiempo lo permita [y] propiciar el mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones, detectando la problemática real que padece nuestro pueblo […].[8]

  1. Objetivo de la enseñanza superior: Comprender principalmente y no sólo aprender hechos, conceptos o enunciados. Trascendiendo la mera formación de profesionales, la educación universitaria debería coadyuvar a la formación de mujeres y hombres cultos, con un conocimiento básico de los logros de la ciencia, del modo de pensar filosófico liberador, con formación y apreciación estética, con conocimiento de la realidad nacional, sus etnias, su gente, su naturaleza y su historia. Con este fundamento, establecido desde los primeros dos años de los planes de estudios de las diversas carreras, se pueden emprender mejor la formación y la práctica particular de las distintas ciencias, técnicas o profesiones.

Para ello, la docencia y la pedagogía universitaria deben enfocarse en la comprensión de la ciencia, de sus supuestos teóricos fundamentales, de sus resultados y enunciados, conceptos y teorías. De más esta decir que esto no significa que se pueda prescindir de los conocimientos concretos tal como algunas tendencias didácticas recientes parecen suponer: al contrario, es necesario alcanzarlos. Conocer hechos, cosas o fenómenos particulares, sus conexiones o interrelaciones, es imprescindible para entender qué es la ciencia, cómo opera y qué nos dice, pero no es suficiente, se necesita conocer sus causas, sus acciones recíprocas y su dinamismo. Desde los primeros cursos, los profesores y los estudiantes deben buscar el porqué y para qué de lo que se aprende, cómo se llegó a ello, cuál fue el proceso que se siguió, qué otras posibilidades existen al respecto, cuál es su grado de confiabilidad o certeza, sus alcances o limitaciones, cómo se relaciona con otras esferas de la realidad y cómo lo afectan el desarrollo histórico y las relaciones sociales. El espíritu crítico, abierto, dinámico y comprensivo –dialéctico, en una palabra– es aquí indispensable.

Por otro lado, en cuanto a la promoción y superación de las diversas labores investigativas, más allá de dictar formalistas y estériles cursos de “investigación”, en la universidad es indispensable orientar la enseñanza hacia la comprensión de la ciencia, es decir, de sus principios y enunciados, de su actividad y sus caminos metodológicos, para despertar el interés de los estudiantes y docentes por la investigación cuyo fortalecimiento favorecerá, a la vez, la formación y adiestramiento de futuros investigadores así como un ambiente académico donde los universitarios puedan practicar y vivir una mentalidad científica, integradora, crítica e inquisitiva. Todo ello, a la par del estudio serio y riguroso para alcanzar un conocimiento sólido de las ciencias particulares, dará pábulo al deseo de hacer ciencia, de querer conocer, de investigar nuestra circunstancia natural, social e histórica con miras a superar nuestra actual situación.

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Vale anotar que, paradójicamente, lo anterior contrasta con la proliferación y la escasa eficacia de tantos cursos o inclusive “maestrías” y hasta “doctorados” (incluso, ya se ven venir sospechosos “posdoctorados” con pretensiones de grado académico)[9] que ofrecen las más variopintas y peregrinas especializaciones como algunas en “investigación” per se, como si fuera posible la investigación en abstracto, sin entrar en la práctica científica concreta, investigativa, rigurosa y pertinente que merezca tal nombre: algo así como si en un gimnasio se ofrecieran cursos para aprender a nadar sin tener nunca la acaso difícil pero necesaria experiencia de meterse en el agua. En realidad, muchos de estos programas sólo aumentan las credenciales de quienes los cursan para buscar empleos: se hace de los títulos un ídolo al que se atribuyen poderes mágicos para dar ciencia a su poseedor, es decir, se cae –parafraseando a Marx– en un fetichismo de los diplomas.

Si la acción educativa de la universidad se encauza y se realiza de esta manera, los graduados universitarios podrán ser más conocedores y estarán más al tanto del mundo que los rodea, de las relaciones sociales que los conectan con sus semejantes, de las condiciones y de la situación nacionales en que deberán bregar, afinando así su sensibilidad social y preparándose para enfrentar, cuestionar y tratar de superar las políticas antisociales del modelo socioeconómico dominante. Estarán más dispuestos a buscar no sólo su superación profesional y su personal ascenso social -lo cual es comprensible- sino a plantearse el desarrollo del esperado espíritu o voluntad ética de servicio y la necesidad de cambiar, de superar el precario e injusto estado de la sociedad guatemalteca y sus pueblos, a darle el lugar que le corresponde a lo político y a la política honrada, incluyente y democrática que tenga como norte el bien común y la humanización de la vida.

Como habremos visto, pues, la educación universitaria trasciende la cualificación, la graduación de profesionales. Ciertamente, tiene un crucial papel ideológico y social que desempeñar, en verdad es relevante para ubicarnos en nuestra realidad natural, social e histórica, pues en ella tenemos que vivir, y no sólo  para adaptarnos al presente sino decidirnos a buscar su superación y liberación.

[1] Primer Considerando del Decreto 12 de la Junta Revolucionaria de Gobierno dado el 9 de noviembre de 1944, a tan sólo tres semanas de la gesta de la Revolución del 20 de Octubre, por el cual se otorgó la autonomía a la Universidad Nacional de San Carlos, en aquel entonces la única universidad del país.

[2] “(…) las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que este hace a las circunstancias”. Marx, K. y Engels, F., La ideología alemana, Akal, España, 2017, p.32.

[3] Ellacuría, Ignacio, Escritos universitarios, UCA Editores, El Salvador, 1999.

[4] Martín-Baró, Ignacio, Haciendo la universidad, FUPAC Ediciones, Guatemala, 1979.

[5] Cuevas del Cid, Rafael, La autonomía, en Pensamiento universitario, enfoque crítico, Editorial Universitaria, Guatemala, 1978.

[6] Al respecto, son premonitorias las palabras del joven Miguel Ángel Asturias que, en 1925, en su artículo Situación de nuestros estudios superiores escribió “A las deficiencias de la organización […] debe sustituir una organización universitaria creadora, fundadora, constructora, nacida de inmaculados anhelos de regeneración social […] con orientaciones nacionales bien definidas”. Miguel Ángel Asturias, París 1924-1933 Periodismo y creación literaria, Amos Segala, Coordinador, ALLCA XX, Fondo de Cultura Económica, 1996.

[7] Un aporte, porque hay otras vías no discursivas de conocimiento como lo son las experiencias estéticas.

[8] González Orellana, Carlos, Pensamiento pedagógico, tomo II, Propuestas, Pronice, Guatemala, primera edición, 2008, p. 81.

[9] “Posdoctorados” a la vista, Estrada, César A., https://www.gazeta.gt/71888/

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