Carlos Menkos-Deká. Nació el 6 de noviembre de 1924, en Guatemala. Licenciado en letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala y profesor de segunda enseñanza. Maestro de Arte especializado en Teatro, en las áreas de Literatura y Técnica Teatral.
Obtuvo estudios de especialización sobre materias de Arte y Cultura en Hollywood, 1945; Santiago de Chile, 1948; Perú, 1949; La Habana, Cuba, 1951; París, Francia, 1952-1954; Madrid, España, 1954-1955; México, 1967. Fue director del Teatro de Arte Universitario de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Socio fundador, actor, director y directivo del Teatro de Arte de Guatemala, 1950. Miembro fundador del Ballet Nacional de Guatemala en 1948. Profesor de Literatura y Lenguas en Centros de Segunda enseñanza 1948-1954. Director General para el montaje del “Popol Vuh” en el V Festival de Cultura. Falleció en México en 1983. |
Poema
Cada hombre
habla desde su verdad
(sintiendo el lindero de lo fugaz y de lo eterno,
tormentos de algo entre piedra y espectro)
recónditamente convencido de no ser un solitario.
Pesa esta noche
en el presente.
Somos en ella negado camino,
puñado de algo fino que debiera heredarse a alguien.
Cantamos un poco.
Cantamos aferrados a la inocencia,
de corazones sin escándalo,
sin que nos hayamos prohibido amar el aroma de los
cuerpos.
Queremos hallar la grieta del misterio
donde sea intocable el tesoro de los hombres,
el gozo de la libertad sin definiciones.
Todavía fracasa nuestro intento.
Navegar el rumor de la vida
sin poseer ni serenidades ni certezas,
de esas sentidas hasta en el eco del túnel de los huesos,
en la íntima hondura tan dolorosamente vulnerable
por la cual discurre la onda de la sangre.
Sí. Todavía fracasa nuestro intento
porque hay un lodo irreverente,
empañado de crimen y vejámenes,
engrudando el afán de nuestras velas.
Ruda, la realidad es contraste. Incita a alejarse.
Irse, decimos, a cualquier punto cardinal sin nombre.
Irse en nube de metal,
disueltos en canto,
a la eternidad sintonizados
para nuevos modos de cantar libertades.
Somos solidarios en el insomnio.
Nutren nuestra espera, hilada con paciencia y rabia,
las amargas almendras de la angustia,
el humus amasado a los cadáveres,
el vapor que se levanta de la muerte
hasta nuestras muertes cotidianas
y recuerdos permanentemente engusanados de un rencor
total.
Somos solidarios en el insomnio,
conformes con el precario equilibrio que nos mantiene
sobre la nada.
Primer canto de libertades
CADA HOMBRE
habla de las cosas cuando necesita hablarlas.
Habla desde el recodo suyo,
propio,
desde el sitio del que no se puede apuntar
grados tantos latitud norte,
grados tantos longitud oeste,
ni ponerlo más o menos cerca del meridiano de Greenwich.
HABLA DESDE SU VERDAD
que es su balcón para asomarse a pesar el universo.
Yo no tengo tus ojos
¡oh, viandante desconocido ocupado en pasar la
bocacalle junto conmigo!
Ni tus ojos
ni tu forma de oír
ni el tacto de tu piel
ni tu especial manera de capturar del aire hedores y
fragancias.
No sé si al hablar de sinsabores hablaríamos de iguales
sinsabores.
No sé,
entre la muchedumbre que ignora tu nombre,
el lugar exacto que te ceden
para desarrollar las órbitas de tu enjambre,
ese de tus pensamientos,
ese de tus “a ti te amo”, de tus “los odio tanto”
y de lo concreto de tus actos;
pero nos une un hilo que resiste sin quebrarse:
el medular denuedo que nos acompaña mientras vamos de
camino por las calles.
SINTIENDO EL LINDERO DE LO FUGAZ Y DE LO
ETERNO
suprimiríamos las pesadumbres:
la de lo inútilmente derramado,
no importa si odio, amor, leche, simiente o sangre.
TORMENTOS DE ALGO ENTRE PIEDRA Y ESPECTRO
son la sed y el hambre que el hombre mitigará
cuando halle indiscutible sitio para afirmar
inviolables
sus humanas dignidades.
Y los suprimiríamos con un solo gesto de la mano.
RECONDITAMENTE CONVENCIDO DE NO SER UN
SOLITARIO
sé cómo los actos que forman mi existencia
son como los granos de arena de las playas,
como la gota, pobre en sí misma, que unida a otras golas
crea la fuerza de la ola.
Sé que, al fin, mis actos, trascendiéndome,
se sumarán al total de las acciones
que conforman la trama de la historia.
Primer canto de prisiones
PESA ESTA NOCHE,
perdida la estrategia que hallaba acceso
al oro ceñimiento de los astros
para laminar con él súbitos sentimientos
de tristeza o alegría,
fluentes pensamientos,
actitudes definidas.
Pesor de indiferencia.
Pesa aquella,
cualquiera,
aquella forma vacía,
dádiva sin brillo,
frustrada tentativa de vivir al albedrío.
Pesa el decir y el desdecir,
el saberse rehén fortuito,
el estar ahogado en palabras de ceniza,
clamar con muecas sin concretar sonidos,
evanescer ignorado,
absorbido por la evanescencia sustancial de la muerte.
Por eso,
por esos sensibles pesos,
se es el aire mismo,
el aire sin olor,
sin forma,
detenido,
el aire sin pesares,
también sin alegrías,
el aire en el abismo,
el aire en la nada en sombra de la madrugada.
SOMOS EN ELLA NEGADO CAMINO.
En caracol de cal envueltos,
dolidos de sentir cárcel los destinos.
Y nos pesa el retazo de vida
y la magnitud próxima del cuenco del olvido.
Saber:
en algún lugar de nuestro ser se carboniza,
bajo la quemadura constante de un ardor cenital,
el yo sin nadie,
sin vigilias ni sueño,
el yo sin dueño,
PUÑADO DE ALGO FINO QUE DEBIERA HEREDARSE
A ALGUIEN.
Segundo canto de libertades
CANTAMOS UN POCO
en voz no muy alta,
dejándonos tocar de luz nocturna.
No de la noche en verdad,
sino botada a la calle en la ciudad vacía,
por las lámparas detrás de las ventanas.
O por los cuerpos, aun por los cuerpos ya sin vida,
y aun por las cosas
y por todo lo que hay invisible, vedado para nosotros.
CANTAMOS AFERRADOS A LA INOCENCIA,
mansos, habituados a las bienaventuranzas.
Llevamos en alto el tirso y no nos sorprende
ni nos pesa
ni nos cansa.
DE CORAZONES SIN ESCANDALO
hablamos todavía
Y de cómo sería navegable si decidieran utilizarlo para
eso,
el caudal de nuestra sangre.
SIN QUE NOS HAYAMOS PROHIBIDO AMAR EL
AROMA DE LOS CUERPOS,
ni la creencia en la magia ecuánime de los planetas,
pasamos lastimados sin razón por la violencia;
pero sintiéndonos a salvo en ese nivel que queda
entre ásperas realidades y clementes ensueños.
QUEREMOS HALLAR LA GRIETA DEL MISTERIO
por cuyo estrecho paso se pueda ingresar a otros ámbitos
y ser habitantes de todos los lugares tenues,
investidos también de nombres tenues,
donde ni siquiera un nombre ofenda.
DONDE SEA INTOCABLE EL TESORO DE LOS
HOMBRES
instalar nuestras tiendas,
parar el tránsito de la caravana,
suspender el éxodo,
encender hogueras,
tañer los instrumentos,
entablar conversación con los ungidos de otras épocas,
mirarse sin horror en los espejos,
tener ilusión por el mañana.
Ahí cantaremos,
cada quién para sí mismo,
un poco alucinados,
EL GOZO DE LA LIBERTAD SIN DEFINICIONES.
Tercer canto de libertades
RUDA, LA REALIDAD ES CONTRASTE. INCITA A
ALEJARSE,
pero somos de las torres y del follaje otoñal del parque.
Estamos en su fuente
(hongos, umbrelas de hongos, así es el cáliz verde de
la fuente)
y seguimos adheridos
a los asteriscos múltiples de los crisantemos blancos.
IRSE, DECIMOS, A CUALQUIER PUNTO CARDINAL
SIN NOMBRE
pero ¿quién puede clausurar su memoria?
¿Quién puede cerrar los sentidos
próximos a la verdad
robada a cosas tan familiares como las rosas y los encajes?
La dura nuez de viejas iras no resiste el golpe dulce de la
lengua
hablando de barrios cariñosos,
de calles y avenidas,
de plazas y de parques.
IRSE EN NUBE DE METAL,
gaseoso corcel para viajes prolongables
de tundra a soles,
de impenetrables hielos a cuanto esté incendiado,
siendo propiedad de nadie,
volcados entre veleta y copo,
vagabundos de la ronda de las estaciones.
Irse duros de renuncias,
erguidos porque adentro llevamos esqueleto de diamante,
armazón provista por el desamor
que la decepción fue burilando.
Y nos vamos.
Vivimos como exilados,
valiéndonos del orgullo para permanecer de pie,
para que nadie descubra el asomo del llanto,
hasta cierta hora de cierto día,
cuando en mitad del ensimismamiento
suena de algún modo algún llamado.
Entonces emprendemos el regreso,
sin cabalgadura,
pisando sin premura,
volviendo a descubrir aromas ancestrales
que estrujan nuestras pisadas
en la tierna hierba de los valles.
Volvemos
amor, amor, amor, purificados de resentimientos,
los abrasivos enconos y la incomunicación del desabrimiento
DISUELTOS EN CANTO,
para sumarnos un día a nuestra tierra
y sorprender el sueño sin interrupción de nuestros cuerpos
anegados de espigas en verano.
Estamos contigo tierra,
contigo amigo,
contigo amor
y estamos en toda circunstancia
A LA ETERNIDAD SINTONIZADOS,
sintiéndonos mejores, siendo más gratos,
logrando esa cara sonrisa confortable,
retorno de instantes malgastados.
Si nos vamos será en viaje solamente de alma,
sin monedas, concibiendo un perfecto itinerario
que conduzca a descubrir resueltamente la palabra
necesaria
para legar, a los que vienen, nuestro canto
construido, golpe a golpe, de padecimiento y esperanza,
templado,
sin debilidad ni oscuro pacto,
PARA NUEVOS MODOS DE CANTAR LIBERTADES.
A R A
Sabemos
¡oh, ardiente convicción!
de épocas ajenas para el breve lapso de vida
que se nos escapa de las manos.
Ahí discurrirá el destino de los hombres
alumbrado
por las que hoy son tan sólo presentidas claridades.
PORTICO
Entre la polvareda que oculta el derrotero de los siglos,
cualquiera distingue la carroña del indio,
hediendo entre plumas de quetzal y guacamaya
y la carroña de guerreros rubios,
pestilencia de metal y huesos juntos
dentro de las armaduras
y carroña de más y más traiciones y venganzas
de inconsistentes héroes y proceres
y redentores y nuevos redentores,
trashumantes que en la alforja llevan trucos
para jugar la prestidigitación de la esperanza.
Selección de textos. Roberto Cifuentes