La Paz

Byron Ponce Segura

No importa cuántas veces se haya viajado a La Paz, capital boliviana. Siempre habrá dudas sobre la reacción del organismo ante las dificultades de la altitud. La ciudad es la capital nacional más alta del mundo (oficialmente a 3 640 metros sobre el nivel del mar —m s. n. m.—).

Viajar a La Paz significa prepararse para un viaje largo, aunque sea desde algún cercano país de América Latina. Normalmente se llega al día siguiente de la partida. Viajé desde Panamá y el itinerario obliga una parada en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad con mayor fortaleza económica del país. Se llega cerca de la media noche, se duerme poco y muy temprano de la mañana se debe retornar al aeropuerto para el tramo final. Este viaje significa partir de un sitio a 300 m s. n. m. hasta una altitud de 4 061 metros. El Aeropuerto El Alto se encuentra en la ciudad del mismo nombre, que no es parte de La Paz. Una vez se desembarca, es necesario tomar un vehículo que descienda 400 metros.

El repentino cambio de altitud puede provocar diversas reacciones físicas. Hay personas que desde el mismo aeropuerto han debido ser evacuadas por problemas cardíacos o respiratorios. Otras resisten algunas horas o días, pero les llega la crisis. La razón es de sobra conocida: la cantidad de oxígeno en la atmósfera disminuye conforme nos alejamos del nivel del mar, y muchos organismos no están habituados a funcionar con tan poco oxígeno, así que aparte de enviar señales de alerta (dolores de cabeza, nausea, debilitamiento físico) nuestro sistema también comienza a desconectar subsistemas no vitales para la sobrevivencia.

Mi experiencia en tierras altas no era mala. Había vivido por tres años en Asmara, Eritrea, una ciudad a 2 300 metros de altitud. También había estado en Quito (2 850 m s. n. m.) y puntos más altos de Ecuador. En ninguno de esos sitios había sufrido alguna reacción. Pero cada metro cuenta, y no sabía si estaba preparado para los cuatro mil de El Alto.

Tan solo tomé los corredores de salida en el aeropuerto comencé a sentirme flotante como un astronauta y tuve una sensación de desfallecimiento. Recordé que debía dosificar mis pasos y caminar despacio. Soy de las personas que normalmente salen rápido de los aviones, para evitar largas colas.

En la puerta me esperaba un conductor con su vehículo. Algo se le había descompuesto y me pidió que me sentara mientras lo resolvía. Bajé el vidrio de la ventanilla y comencé a hacer ejercicios de respiración profunda. La sensación inicial había pasado y así quería mantenerme.

Esa mañana había llovido en El Alto. El asfalto de las calles brillaba al sol como charol limpio. Una llovizna leve nos acompañó durante buena parte del recorrido. Por la temprana hora había en la calle muchas personas de la economía informal que se dirigían a sus puntos de trabajo. Vi repartidores de pan, vendedores de comidas callejeras y gente empujando carretas no sé de qué. También encontramos escolares.

Se hizo obvio que la arcilla es un recurso disponible localmente. Las viviendas están construidas con ladrillo rojo casi al 100 por ciento. Estos tienen son huecos para ahorrar material, no son tan sólidos como los tradicionales de Guatemala.

Por la altitud de la ciudad las montañas que dan fondo al paisaje parecen pequeñas, pero se les debe sumar la altura de El Alto. Estaban nevadas, algunas en su totalidad.

Pasamos frente a la estación del teleférico que transporta a la gente hacia y desde sus sitios de trabajo en La Paz. Más adelante regresaré a este tema.

Una sinuosa calle me hace pensar en una mágica alfombra de asfalto que la montaña nos va extendiendo de curva a curva. Los autos que ascienden no disimulan su esfuerzo. Los autobuses parecen elefantes que tienen todo el día para llegar. La topografía de La Paz no es plana, aunque estando en el centro de la ciudad sí lo podría parecer.

Por charlar un poco le digo al chofer que no se podría vivir ahí sin un buen auto. Está de acuerdo conmigo y me cuenta historias de marcas y modelos. Critica a las marcas chinas, que llegan a buenos precios pero que se arruinan pronto. Luego menciona el alivio que ha traído las líneas del teleférico.

Llegamos al hotel. Está como a un kilómetro de donde estaré trabajando y pienso si podré hacer el recorrido a pie. En la recepción me señalan el rinconcito esquinero donde hay té gratuito y me recomiendan que tome varias tasas al día de té de coca. También tienen un par de tanques de oxígeno. Una colega estuvo en el mismo sitio y tuvieron que atenderla un par de veces.

Me instalo en la habitación, reviso noticias y correo electrónico y luego me preparo para la rutinaria revisión: dentro del hotel, conocer rutas de escape en caso de incendio o terremoto; fuera, una caminata para familiarizarme con el vecindario; conocer farmacias, supermercados, restaurantes, lavanderías, estaciones de policía; puntos para canje de moneda y otros servicios que podrían ser necesarios.

La primera expedición es un éxito. El hotel está muy bien ubicado y mi organismo está respondiendo bien a la escasez de oxígeno.

Desde el aeropuerto he visto la amabilidad de los paceños como una constante. Son calmados y prudentes.

Durante el primer recorrido me llamó la atención los muchos anuncios sobre diversos eventos culturales. Están pegados en las paredes. La mayoría son actividades organizadas por la municipalidad. No había visto tanta ni tan variada promoción cultural de algún gobierno local.

Cerca del hotel encontré un río. Sentí un poco de mal olor. Está muy bien encauzado y los muros son altos, pero se ve que arrastra mucho material de desecho líquido y sólido, además de suelo de los erosionados cerros de los alrededores. Después aprendí que se llama Choqueyapu (finca de oro, en aym ara), que se ha salido de su cauce varias veces, que se ha teñido de distintos colores debido a contaminantes industriales y que en el pasado dividió la ciudad en dos sectores: el de los blancos y el de los indios.

Bolivia es el país más indígena de América Latina. Según el último censo de población, el 62 por ciento de las personas se declara indígena. Siguiendo estándares internacionales, a las personas censadas se les pregunta su identidad con base en un listado predefinido de opciones. El criterio de la persona encuestadora no interviene, como se hacía en el pasado.

A pesar de la mayoría indígena, la discriminación racial es un problema social grande.  Algunas personas me dijeron que, desde la llegada al poder de Evo Morales, la discriminación había disminuido. Ahora se sienten más empoderadas, más libres, aunque algunos otros problemas continuaban en 2017, el año de mi visita.

Durante la semana de trabajo debo ir al centro histórico de la ciudad. El tráfico es de locura y se agrava con la topografía empinada y las calles estrechas. Por fortuna, los horarios adoptados facilitaron el transporte. Fue una grata experiencia trabajar junto a trabajadores estatales en el mejoramiento de sus sistemas de información. El entendimiento fue muy bueno y se forjó una buena amistad. Encontré que están muy motivados y comprometidos con mejorar la situación económica de la población. Uno de ellos solía llevar una bolsita tejida a mano (en Guatemala sería un pequeñísimo morral) y de ella extraía hojas de coca para el té. Contrario a lo que algunas personas pudieran pensar, las hojas de coca son muy saludables y no tienen nada que ver con la cocaína, que es un derivado procesado. El té de hojas de coca se vende en todas partes (mercados, supermercados, tiendas de barrio), se sirve en los restaurantes y se ofrece a las visitas. Hay té en sacos de papel, como los tés que consumimos en Guatemala, y lo mejor es hacer la infusión a partir de las hojas naturales. Durante la semana de trabajo disfruté la compañía y el té con los colegas. Al finalizar mi trabajo me llevé la grata sorpresa de que el colega me obsequió su morralito para hojas de coca y pidió que lo conservara como recuerdo de mi visita.

En el fin de semana, un colega de trabajo me invita a hacer un recorrido por el teleférico. Sin ese medio de transporte público el tráfico de automóviles sería caótico. Las personas prefieren el teleférico porque es rápido, muy ordenado, seguro, el precio es razonable y el proyecto de expansión no se ha detenido desde el inicio. Para subir a El Alto tomamos tres líneas diferentes, transbordando en cada una. Las cabinas son pequeñas, para diez personas. Están programadas para salir cada doce segundos por diecisiete horas diarias de servicio. Oficialmente se puede transportar a seis mil personas por hora en cada línea, considerando la ida y el regreso. La línea más moderna (se identifican con colores y para 2017 ya funcionaban cinco de las once líneas proyectadas. El proyecto es totalmente financiado con recursos nacionales y administrado por una empresa pública. Al finalizar el proyecto (2019), Bolivia tendría la red de teleféricos más grande del mundo (32 kilómetros y cerca de 40 estaciones).

Mi estadía se va terminando y no hubo mucho tiempo para conocer la ciudad o salir de esta. De todas formas, el centro me dejó curiosas observaciones. Una de ellas fue el de las cebras del tráfico. No se trata de esquinas de calle calles pintadas de lado a lado con diagonales blancas alternas. Las cebras de tráfico son personas reales, embutidas en trajes de cebra. Trabajan en grupos pequeños, y son de gran utilidad. En algún momento fue un voluntariado y ahora no queda muy claro si ya reciben algún sueldo. Se distinguen por su amabilidad. Organizan el tráfico, ayudan a cruzar la calle a personas que lo necesiten, ayudan a subir y bajar de los autobuses y taxis y son, en definitiva, un atractivo turístico y un activo cívico de la ciudad.  En ciertas celebraciones nacionales hay personas son invitadas por las autoridades a enfundarse voluntariamente el disfraz. Conversé con una extranjera que disfrutó la experiencia y la llevará como uno de sus más agradables recuerdos del país.

Otra curiosidad son los lustradores de zapatos o limpia calzado.   Según me explicaron, ese trabajo está estigmatizado. Se lo considera en lo más bajo de la escala laboral. Por esa razón, hombres y mujeres que se dedican a eso visten gorros pasamontaña y no se lo quitan en ningún momento de la jornada laboral.

Espero regresar para conocer el resultado del trabajo conjunto.