Con el soplo de la tradición

Juan Fernando Girón Solares

 

SEGUNDA PARTE

 

El calor propicio de la época, hacía estragos en la frente de Nicolás, cuando raudo y veloz abandonó el transporte colectivo que había tomado desde su natal Santa María de Jesús, el que en su ruta a la ciudad de Guatemala realizaba escala antigüeña; y así, sudoroso y jadeante, caminó desde la carretera asfaltada hacia su destino del segundo Viernes de Cuaresma: el templo de Santa Inés del Monte Pulciano en la entrada de la ciudad colonial.

Una frondosa jacaranda con sus moradas flores, símbolo inequívoco de la llegada de la Cuaresma, abría sus cundidas ramas arbóreas, para dar la bienvenida a los visitantes, que llegaban unos a pie, otros en vehículo con el objetivo común de no perder su cita anual con la solemne velación de JESÚS NAZARENO, que precisamente se venera en el templo antes mencionado. Nuestro valiente y a la vez, humilde músico de penitencia subió la cuesta que separa la plazoleta del pequeño templo con la ruta asfáltica, y al superar el pequeño graderío, se santiguó frente al sagrado edificio, en cuyo interior se desarrollaba ya el piadoso acto de la velación.

Saludó a los miembros de la fervorosa Hermandad, quienes se dividían el trabajo propio del día: unos colocando las sillas plásticas, que horas más tarde serían ocupadas por los integrantes de una prestigiosa banda de música, que en agradable concierto de marchas fúnebres, rendirían tributo a la imagen del Señor con la cruz a cuestas, para la salvación de la humanidad; los otros al pie, no del cañón sino más bien del cartabón, que con su cinta métrica y sus brazos perpendiculares, se aprestaba a colocarse sobre los hombros de los devotos cargadores, quienes cumplirían de esa forma, la etapa del procedimiento de su inscripción para participar en la solemne procesión de Santa Inés del próximo domingo.

Un directivo del grupo se acercó amablemente a Nicolás, y con un gesto de afecto y sincero agradecimiento, le extendió un vaso conteniendo un delicioso, frío y refrescante vaso de súchiles, que a esa hora de la tarde, con el fuerte calor de las últimas horas de sol vespertino, este llevó a sus resecos labrios para hidratar a su garganta, disfrutando hasta la última gota de la tradicional bebida de la época.

  • Tómeselo con calma buen amigo ¡le dijo el Directivo. Necesita tener fuerzas para la jornada. La señora de aquel puesto, gentilmente se lo obsequia, mire.

Luego de ingerir el refresco, dijo a su interlocutor: “Dios se lo pague”, y el protagonista de nuestra historia, esbozó una amplia sonrisa, que levantando el vaso,  igualmente fue compartida con la gentil dama de aquel puesto de venta de bebidas y alimentos, en señal de agradecimiento, quien con muchos otros de sus colegas, engalanaba la calle aledaña del acceso a aquel lugar sagrado, denominado así en honor a la Santa dominica del Monte Pulciano.

Colocando su infaltable banquillo de madera, Nicolás se sentó al lado de la puerta principal de la Iglesia, y mirando al cielo, con la oración de gratitud por estar allí por un año más, tomó aire con firmeza, llevó su tzijolaj a los labios, y del cuerpo de aquel instrumento musical, se escuchó por primera vez en la tarde de marzo:

Tiririiiiiiiiii, tiriririrá, tiriritiriririrum…. y luego, el ronco sonido de su instrumento de percusión, habló igualmente: ¡TUM! ¡TUM! ¡TUM! …

El templo de Santa Inés es realmente pequeño. Pero a pesar de sus reducidas medidas, no pasaron desapercibidos para Nicolás, los detalles y realización de la colorida alfombra, que había sido realizada a los pies de la sagrada imagen de Jesucristo, que era objeto de velación. Y tenía toda la razón del mundo. Todos los templos en los cuales se realizan velaciones en la ciudad de las perpetuas rosas, elaboran extraordinarias alfombras de aserrín, las cuales se complementan desde luego con candelarios portando sus velas encendidas en señal de veneración; pero la de este año en el sitio tantas veces indicado, cobraba un especial atractivo.

Efectivamente, los moldes que utilizaron las personas que la habían confeccionado, se habían inspirado en figuras que reproducían escenarios de la Antigua Guatemala, fácilmente identificables: la Cruz que corona el cerro, el palacio de los Capitanes Generales, el arco de Santa Catalina, el tanque de la Unión, el campanario de la Merced, la fachada de San Francisco el Grande y algunos otros sitios que a poco alcanzó a divisar, porque la muchedumbre que se agolpaba en el interior de aquella ermita, era cada vez más numerosa. Eso sí, la alfombra era cuidadosamente respetada, y el residuo de la madera que proviene de aserraderos y carpinterías, había sido teñido con anilinas de colores sumamente vivos, los que incluso sin necesidad de la iluminación propia del telón, resaltaban por su intensidad y vivacidad: rojo, verde, morado, amarillo, café, fucsia y celeste.

Nicolás pensó para sus adentros, cuántas horas les habría llevado a los esforzados artistas, la realización de aquella obra ¡ y a pesar que contrario a las que se realizan para recibir las procesiones, las que se desfiguran en pocos instantes, las alfombras de velación no solamente tienen una vida mucho más larga, sino además se acompañan de otros elementos que le dan un sabor muy especial. En igual manera, no puede existir una buena alfombra, como se reitera, sin buenos moldes. Y en sus caminatas por las empedradas calles del valle de Panchoy, muchas veces apreció allá por la séptima avenida norte, la venta del conocido negocio de don Chepe Armas, o de pronto la tienda que él conoció como la de don Lencho Silva, ahora la boutique del Cucurucho, donde a más de túnicas y uniformes de penitentes, los referidos moldes con la mayor variedad de diseños, se ofrecen para los devotos vecinos, quienes demuestran en esa forma tan peculiar su amor por Jesús y la Virgencita. Pero la alfombra de velación se deshace al concluir la velación, a altas horas de la noche.

Bendito sea Dios, la fila de hermanos cargadores que desean obtener su inscripción para el cercano cortejo procesional de Santa Inés, va creciendo paulatinamente. Con el atardecer, el cálido ambiente de la tarde da paso a una fresca noche de cuaresma, y un par de horas más tarde, como febrero es loco y marzo otro poco, la frescura se torna en una fría sensación que obliga a momentos a nuestro personaje, a resguardar sus manos que percutan el tun, entre las bolsas de su saco para protegerlas del frío. Otro miembro de la Hermandad, le consigue una humeante taza de café, acompañada de dos panes dulces que a esa hora de la noche le saben a gloria, para restaurar sus fuerzas y seguir adelante. El gesto de gratitud sincera es nuevamente expresado.

Son las veintitrés horas del segundo viernes de cuaresma. La sagrada y piadosa actividad religiosa de velación concluye, y por última vez, los autóctonos instrumentos se dejan escuchar con sus notas, portadoras de la música indígena de la penitencia, de tanto significado para quienes aman las actividades paralitúrgicas de la época, en nuestra querida Antigua. Nicolás recoge su banquillo, guarda sus instrumentos, y se despide del Señor. Será hasta el siguiente domingo, debidamente revestido de morado penitente, cuando nuevamente le acompañe en su recorrido procesional del segundo domingo. Se santigua despidiéndose: – ¡Gracias Jesusito por un año más! -.