Un ayuno ateo y salvífico

Juan Blanco

Doctor en Filosofía por la Höchschule für Philosophie, München, Alemania.

 Guatemala es una de esas desafortunadas atmósferas envenenadas por las fantasías de un cristianismo decadente. Esta enfermiza decadencia cristiana tiene como síntomas la opresión, el racismo, el autoritarismo, un profundo resentimiento antidemocrático y pasiones filo-oligárquicas. Este cristianismo maligno funge como uno de los pilares del poder colonial y, en ocasiones no tan infrecuentes, deviene látigo metafísico al servicio de los dueños de la finca republicana.

Una de las silentes consecuencias de este cristianismo decadente y productor de decadencia es la anulación del cristianismo de las buenas nuevas. El Dios de Jesús de Nazareth desaparece bajo las densas sombras de los clones de la divinidad engendrados por teógonos adictos a la acumulación de riqueza y poder. Clones perversos de ese Dios alimentan también las enrarecidas atmósferas nicaragüenses y salvadoreñas de coexistencia. En esas infernales repúblicas bananeras, el nombre de Dios-clon justifica y propicia la corrupción, el servilismo gratuito, una larga tradición antidemocrática y la colonialidad finquera de tintes castrenses.

Abundan también los obscenos espectáculos en los que el nombre de ese Dios-clon sale disparado de la boca de los líderes políticos como asqueroso escupitajo que atrofia el sentido común de sus compatriotas. Expulsado de las fauces de los presidentes y políticos centroamericanos, ese nombre hiperpoderoso tiene la maléfica facultad de obligar al exilio involuntario a millares de coterráneos, despatriarlos, mantener en aumento la desnutrición infantil, reproducir la pobreza y encarcelar a los que anuncian a un Dios de tonalidades evangélicas. ¿Es exagerado pensar que la decadencia centroamericana tiene también raíces cristianas? Quizás. Pero no es del todo absurdo entrever el siniestro vínculo que hilvana sutilmente nuestras innumerables catástrofes y la tradición cristiana hegemónica, esa a la que los creadores de calamidades dicen pertenecer.

Los adeptos de este cristianismo de cosecha guatemalteco-colonial han convertido al país en un enclave haitiano de baja intensidad. Ni Cuba ni Venezuela. El cristianismo finquero prefiere la haitización de las atmósferas que cobijan a los coexistentes. Las bendiciones del Dios-clon ofrecidas por los mandatarios cristianos y sus correligionarios tienen como efecto la condena a la miseria material, la falta de acceso a la educación y a la salud públicas, y el constante regateo de los derechos humanos fundamentales. Este cristianismo decrépito y perverso mantiene en forma el ímpetu autodestructivo de nuestros modos de organizar la vida común.

La cuaresma nos ofrece la oportunidad de enmendar estas atmósferas enrarecidas y de reanimar el agonizante potencial evangélico del cristianismo. El ateísmo es una de las vías penitenciales a recorrer durante esta cuaresma. Un ateísmo amoroso, salvífico y solidario. Un ateísmo evangélico. En este contexto atmosférico que nos envuelve, el ayuno ateo es uno de los medios salvíficos para la producción de fugas liberadoras. Una fuga redentora pasaría por la abstención de los deleites obscenos del cristianismo finquero. Se trata del inusual ayuno de la soberbia seguridad de estar en posesión de la verdad universal y de la arrogante certeza de disponer del auténtico modelo de la vida afectiva y familiar. El ayuno de mencionar a Dios a diestra y siniestra para validar los privilegios de clase, raza, género y religión.

Esta cuaresma es la oportunidad para ayunar también de la organización jerárquica de las comunidades de fe. Un inigualable bien nos haría el ayuno de la ridícula certidumbre de ser miembros de la religión del Dios auténtico y de la obscena fantasía de que los gobernantes son puestos por la providencia divina. Ayunar, pues, para llenarnos de incertezas, sospechas y de la fuerza indispensable para ver la escandalosa y sutil relación entre la miseria de un país y la pertenencia de la mayoría de sus habitantes al cristianismo finquero y colonial.

Este ateísmo cuaresmal se alimenta de los vestigios imborrables del cristianismo kenótico y amoroso. Ese que mueve a los creyentes a luchar por los derechos humanos y reproductivos, a propiciar experiencias comunitarias de un Dios menos violento y a levantar atmósferas más livianas. Este ateísmo de índole cristiana quizá convierta a sus practicantes en el blanco del odio vengativo de los feligreses del cristianismo perverso. Para otros, como en el caso del obispo Rolando Álvarez, el precio de la práctica de un ateísmo evangélico será la censura y el encierro. Los partidarios del cristianismo decadente les enviarán sus oraciones en formato de silencio cómplice y de altanería triunfante.

¡Que en esta cuaresma Dios nos libre de creer a ciegas en los que hablan en su nombre!

El reino de Dios tendrá una oportunidad a través de la reducción de la fuerza destructora del cristianismo finquero.