Adolfo Mazariegos

 

Del libro “Paula, y otros relatos breves” (Magna Terra, 2023)

 

     «Mazariegos vuelve sobre sus pasos: una brevedad con fechas memorables, alejándonos de los tiempos feroces con sus balsámicas palabras. Esta reunión de cuentos posee un esplendor de singulares normalidades. También un coqueteo con Kafka o Bolaño, o una mirada atónita ante males que afloran en cualquier parte…»

 

Gerardo Guinea Diez

 

 

El cielo de la tarde estaba encapotado. Desde la ventana de su habitación, en el segundo piso, Franz podía atisbar parte de la ciudad y los grandes nubarrones de hormigón que a lo lejos parecían impacientes por dejarse caer. Con parsimonia se acercó hasta el cristal empañado, y lo limpió con la manga de la camisa, meditabundo, mientras el saco negro y el sombrero de bombín parecían observarlo todo desde la vieja silla de madera.

Pensó en su padre. Y en lo mucho que deseaba decirle alguna vez lo que en verdad sentía: ese trato suyo, abusivo e hipócrita que le prodigaba, se había desbordado ya desde hacía mucho tiempo.

― ¿Qué piensas hacer con esos papeles? ―Preguntó Max, de pronto, dirigiendo la mirada a la mesa donde descansaban algunos papeles y manuscritos, y algunas cartas, de esas cartas que Franz luego se arrepentía de haber enviado.

Sacudió la cabeza. Y se volvió despacio hasta quedar nuevamente de frente a su amigo.

―Llévatelos ―dijo, al tiempo que le atacaba la tos―, guárdalos o tíralos… ―volvió a toser―…, no, mejor quémalos.

― ¿Quieres que queme todo esto?

No hubo respuesta. Franz se volvió de nuevo a la ventana para observar el cielo plomizo que de pronto le hacía recordar el sueño extraño de la noche anterior. Una suerte de pesadilla que incluso había estado rondando en su cabeza desde las primeras horas de la mañana, desde que despertó.

― ¿Sabes qué he soñado, Max?―, preguntó, pasando la mano por el mentón imberbe.

Max negó, con un movimiento de cabeza.

―Un insecto gigante, grotesco y monstruoso ―dijo―, echado de espaldas sobre un duro caparazón que no le permite darse vuelta en la cama; con esas patas flacas y peludas; con su vientre duro, calloso; con… ―hizo una pausa, como si meditara― ¡¿sabes?, he estado pensando en ello, y creo que yo soy ese insecto!… ¿has notado en mí, acaso, alguna transformación últimamente?

Max sonrió, moviendo la cabeza de lado a lado, acercándose a la mesa para empezar a juntar los papeles, mientras Franz, haciendo un ademán con la mano y tosiendo de nuevo, se sentaba, despacio, para empezar a escribir algo que sin duda sería memorable. «Die verwandlung, verwandlung, verw…», balbuceó, entre dientes. Y comenzó a escribir.

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