Adolfo Mazariegos
Escritor y columnista Diario La Hora
Abismo
Abre la ventana
y deja que el suspiro de la noche
raudo acuda,
que las luciérnagas de lumbre
te señalen un sendero
hacia el delirio,
mientras el surco en tus trigales
me conduce hasta el abismo,
mientras los pájaros de lluvia
se refugian
en las sábanas de un tiempo
sin olvido
Apaga la luz
para que pueda convencerme
de que afuera el mundo ya no existe,
para que pueda verte
con las yemas de mis dedos
extraviados en tus laberintos,
para hurgar entre los recovecos
de tus rotundas catedrales,
mientras los minutos de la noche
se consumen
y las brasas en la hoguera
de tu cuerpo estallan
Toma mis manos
cuando empiece la alborada,
escóndelas bajo la almohada
entre los hilos de lo cierto,
que sea mi tacto el que descubra
vendavales de domingos,
y que el suspiro de la noche
que ha cruzado tu ventana
se haga fuego en las entrañas
para al fin, morir de nuevo.
Sólo entonces,
que venga la mañana.
Después del delirio
Amanece entre los
cuerpos moribundos,
entre los escombros y las horas
de un reloj sin tiempo,
entre las estelas
de la noche y del delirio,
en los cuadernos
de la faz de toda gloria
Amanece entre la
arena y la ceniza,
entre los labios y las grietas
de la historia,
en las raíces de
la piedra y de la tierra,
en las canículas
e inviernos torrenciales
Amanece entre los
cuerpos moribundos,
en las aureolas
y en los besos consumidos,
en las conquistas
de los montes confundidos,
y en el hallazgo
de tus ínsulas certeras.
Aves de agua
Que vengan las aves de agua
y caigan sobre los tejados,
que mojen las almas
y los besos,
y que la piel se hunda,
silenciosa,
en un mar sin tiempo
Que vengan las aves de agua
y el cielo reviente en aguacero,
que la duda se ausente,
las miradas floten,
y que las manos,
sigilosas,
se vuelvan terciopelo
Que vengan las aves de agua
y hablar no sea indispensable,
que las voces
sean mínimas,
y el deseo se desnude,
sin olvido,
sobre los minutos de la luna
Que vengan las aves de agua,
que se escurran por la ventana,
que la noche germine
y florezca,
que nada sobre, que nada falte,
y que al alba,
las plumas de las aves de agua,
permanezcan allí.
Instantes
Una campanada suena
a lo lejos,
más allá del monte y los caminos,
más allá del fuego en la hojarasca,
allá donde cantan los cenzontles
en las madrugadas,
donde el sol se vuelve
una pastilla de miel espesa
Una campana suena
a lo lejos,
la golpea su badajo
tras las colinas,
allá donde nacen las historias,
donde anidan sueños conocidos,
donde sanan las mayúsculas heridas
Suena una campanada
y no se pierde el horizonte,
no hacen falta las palabras
ni las voces nuevas,
no hacen falta las miradas
de los ojos encharcados,
porque todo pasa, porque todo queda
allá, donde suena una campanada.
Lo que no ha sido
Se han colmado ya las copas
de los días consumidos,
se han llenado ya
del rojo vino
del cansancio y el olvido,
besos rancios,
huesos fríos,
desmemoria
del invierno y de los pasos
del hastío
¿Pueden las pupilas ver
lo que no ha sido?
Los días idos
Cendal de lluvia
en las pupilas
de los desterrados,
en las ramas de la jacaranda
donde anida el ave
del olvido,
donde llora un hombre,
donde duerme un niño,
¿dónde queda el rostro
de los días idos?
Poemas incluidos en el libro
“Aves de agua” (Magna Terra, 2021)