Alcoholismo desde lo social. Foto La Hora: Cortesía.

 

 

Visto el tema de contagio y alcoholismo desde otro punto de vista, si las condiciones de posibilidad de contagio incluyen compartir un mismo espacio físico, un mismo aire, implican necesariamente, además, compartir un mismo espacio social.

La transmisión de muchas enfermedades de un cuerpo a otro, no ocurre al azar, por simple proximidad corporal. Debe haber proximidad social. En el caso del alcoholismo y el alcohólico, resulta ejemplar a este respecto, los trastornos físicos, mentales y emocionales que ello provoca en el cónyuge, ya que comparte con el bebedor, no sólo el mismo aire, el mismo espacio doméstico, contaminado por el comportamiento del bebedor, sino también el mismo destino, dentro del espacio doméstico y de relación con otros (social), siendo superponible al vínculo matrimonial o al creado por la vida en común, para el caso del hogar. Como bien declaraba una mujer de un bebedor, a su psicóloga: A veces tengo la impresión de que la alcohólica soy yo. Tengo miedo de que me huelan, de que me reconozcan como una mujer alcohólica o me tomen por alcohólica, convencida de que llevo el olor del alcohol en mí, de que estoy imbuida de mi bebedor marido. En este ejemplo, la esposa percibe su cuerpo invadido, investido por el alcohol, del que teme llevar la huella: las conductas, el olor del bebedor (ejemplificado por su aliento) es por lo tanto, tanto una evidencia de su estado patológico (es un signo que los cónyuges rastrean y a partir del cual pueden diagnosticar una recaída) como de la deshonra del cuerpo del bebedor hacia los demás. A partir de entonces, el contagio es tanto el de esta contaminación, como el de la enfermedad.

La idea de contagio sin contacto corporal, está presente en muchas teorías del contagio, apareciendo ya a mediados del siglo XVI entre las formas de contagio distinguidas por Girolano Fracastoro: «contagio de hombre a hombre, contagio indirecto a través de objetos capaces de transmitir la enfermedad, finalmente contagio a distancia, sin intervención del contacto humano o intercambio de objetos». No digamos en las teorías de contagio y contaminación fraguadas por muchas sociedades tradicionales: le hicieron ojo desde chiquito, le encapsularon en hojas de x o y, nació en una mala fecha, etc. Directo, indirecto o por vector, las condiciones de posibilidad de contagio, se encuentran en las representaciones culturales de los sujetos alcohólicos en todas las culturas. El deseo de alejarse del cónyuge bebedor y con aliento alcohólico, se debe a lo que se podría llamar, rechazo al alcohólico por temor a contagiarme, para no dejar que sus causas de tal mal puedan transmitirse a sus seres queridos en otras o la misma causa, de eso están impregnadas todas las culturas.

Si estas diversas representaciones, encuentran su denominador común en la idea de una transmisión sin contacto directo, es notable que, en el caso del alcoholismo, el vehículo del mal no sea, sin embargo, nunca un simple contagio material, y que el olor o ciertos comportamientos, ya sea transmitido por el aire, por el soplo, o por la proximidad del cuerpo y la relación personal con el otro, es siempre al mismo tiempo la huella tangible de una deshonra, inducida por el lazo social que une al bebedor y a su cónyuge y amistades, como un signo de algo que pasa dentro del bebedor.

 

Si retenemos de lo anterior, que los cónyuges se consideran portadores de las marcas de la enfermedad (física, mental, emocional) de su pareja bebedora, al mismo tiempo que derivan de ella cierta deshonra a los ojos de la sociedad, podemos perfectamente considerarlos como que los convivientes de un alcohólico, son portadores de un estigma, en el sentido del término, es decir, como portadores de un atributo que arroja un profundo desprestigio, aunque en realidad, es en términos de relaciones y no de atributos de lo que se debe hablar. En cierto modo, las parejas de bebedores podrían ser objeto del análisis sobre los que denominan “insiders”. En ese sentido, Goffman escribe que: «(…) los que así cogen una parte del estigma, pueden tener ellos mismos relaciones que a su vez se vuelven un poco, contaminante en segundo grado». Este último sujeto contacto, se convierte entonces en lo que él llama un «iniciado», es decir, un «individuo a quien la estructura social une a una persona aquejada de un estigma; relación tal que, en ciertos aspectos, la sociedad llega a tratarlos a ambos como uno solo al padeciente y al contacto» y Agrega: “En general, esta tendencia del estigma a extenderse, explica en parte por qué generalmente se prefiere evitar tener relaciones demasiado cercanas con los individuos estigmatizados, o reprimirlos cuando ya existen”.

Entonces, podemos tener dos situaciones en las parejas o amigos de los bebedores alcohólicos: los socialmente reconocidos como parte del alcoholismo, y los que no son socialmente reconocidos como enfermos, pero que afirman serlo, presentando una serie de rasgos patológicos, que ellos mismos interpretan como síntomas, pero que no son reconocidos como signos de enfermedad alcohólica por la sociedad o parte de ella.

Pero acá entra en juego algo que tiene que ver con lo psicológico; con comportamientos psicológicos de pareja y compañerismo, que remeda mucho al denominado síndrome de Couvade que es un trastorno psicológico relacionado con que algunos hombres sienten síntomas similares a los del embarazo, cuando su pareja va a tener un bebé. El sistema de filiación lo establece la madre. En efecto, la reivindicación por parte del cónyuge de síntomas en parte análogos a los del bebedor puede adoptar patrones a los del síndrome mencionado. En el primer caso, puede ponerse en paralelo con la adopción por parte del padre de una conducta análoga a la de la embarazada (reposo, aislamiento, etc.), En el caso del compañero del alcohólico, un individuo adopta un comportamiento idéntico al de su cónyuge, aunque él mismo no haya experimentado, en su cuerpo, el alcoholismo excesivo.

A pesar del valor negativo de esas situaciones y su relación con el bebedor para el cónyuge y amigos, la afirmación de esta relación simbiótica puede ser, sin embargo, objeto de un uso social positivo, ya que, en última instancia, permite al movimiento de las sociedades de lucha contra el alcoholismo, afirmar la necesidad de que este cónyuge y amigos, también participen en el proceso de curación y abstinencia del bebedor.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
Artículo anteriorEstudio: Sequía en Sudamérica no se debe al cambio climático
Artículo siguienteMéxico acelera reunificación familiar de migrantes cubanos