Esta semana, el papa Francisco tiene una cita con un millón de jóvenes creyentes de todo el mundo en Portugal. Foto: La Hora / AFP

Esta semana, el papa Francisco tiene una cita con un millón de jóvenes creyentes de todo el mundo en Portugal, un país profundamente católico pero que tomó conciencia recientemente de la amplitud del problema de la pederastia dentro de la Iglesia.

Durante su visita, prevista de miércoles a domingo para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el pontífice debería mantener un encuentro privado con víctimas de los abusos sexuales a menores cometidos por miembros del clero.

El pasado febrero, un informe encargado por la conferencia de obispos portugueses, y realizado por una comisión de expertos independientes, reveló que al menos 4.815 menores habían sido víctimas de abusos sexuales desde 1950 por parte de miembros del clero católico portugués.

 

Estas agresiones fueron encubiertas por la jerarquía eclesiástica de forma «sistemática», subrayó el documento de los expertos, que recogieron más de 500 testimonios.

La cúpula eclesiástica de este país de 10 millones de habitantes, donde el 80% de la población se define como católica, pidió perdón a las víctimas y reconoció que había que «cambiar la cultura de la Iglesia». Las divisiones, sin embargo, no tardaron en llegar, ya que algunos obispos se mostraron más reticentes que otros a suspender a los religiosos objeto de denuncias.

Siguiendo las recomendaciones de los expertos, la Conferencia Episcopal portuguesa puso en marcha otra comisión autónoma, llamada «grupo Vita», encargada de apoyar a las víctimas ya identificadas y de recibir nuevas denuncias, así como de acompañar a los agresores para evitar que reincidan.

«Trabajo desde hace 25 años en el área de los abusos sexuales a niños y jóvenes en Portugal y nunca se había hablado tanto del tema», asegura a la AFP la coordinadora de esta instancia, la psicóloga Rute Agulhas.

FIN DE UN «TABÚ»

«La mediatización del tema tuvo la ventaja de sacarlo del cajón de los tabús», continúa, explicando que ya recibieron más de una veintena de nuevas denuncias, algunas sobre situaciones recientes.

En una encuesta realizada por el Centro de estudios y sondeos de la Universidad Católica Portuguesa (Cesop), el 72% de las personas preguntadas valoraron positivamente la iniciativa de la Conferencia Episcopal, aunque más del 68% consideraron que la imagen de la Iglesia se ha deteriorado.

Desde la publicación del informe, «las cosas avanzaron muy poco y lo poco que se hizo fue gracias a la presión de los medios», lamenta Filipa Almeida, una de las tres fundadoras de la primera asociación portuguesa de víctimas de abusos sexuales cometidos por miembros del clero.

Esta mujer de 43 años residente en la región de Coimbra (centro), que testificó ante la comisión que fue violada por un cura en un confesionario cuando tenía 17 años, se mostró decepcionada por no haber sido invitada a participar en el encuentro con el papa.

«Es el más alto representante de la Iglesia en la que nosotros sufrimos los abusos y era importante compartir con él lo que nosotros sentimos y, sobre todo, hacerle propuestas de nuevos caminos», explicó a la AFP durante una entrevista telefónica.

«Es un encuentro privado y, por este motivo, no se darán otras informaciones previas, principalmente para preservar la identidad de las víctimas», indicó de su lado la Conferencia Episcopal portuguesa.

 

«PRIMEROS PASOS»

De Irlanda a Alemania pasando por Estados Unidos, la multiplicación de los escándalos por abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia ha sido uno de los desafíos más dolorosos para el papa Francisco.

Tras un polémico viaje a Chile en 2018, que derivó en una serie de sonadas renuncias y destituciones, Francisco se disculpó públicamente por haber defendido erróneamente a un obispo. También multiplicó sus pedidos de perdón a las víctimas, con las que se ha ido encontrando regularmente.

Se espera que alrededor de un millón de jóvenes peregrinos acudan a Portugal para las JMJ, por lo que los organizadores locales pidieron a la Asociación Portuguesa de Apoyo a la Víctima (APAV) que formen a los responsables y a los voluntarios para que sepan cómo reaccionar ante posibles casos de violencia sexual o un simple robo.

Dentro de esta iniciativa, inédita para una JMJ, la APAV estará presente en los dos lugares donde se esperan las mayores aglomeraciones, para dar «un apoyo emocional, jurídico y social» a quienes lo necesiten, explicó a la AFP Carla Ferreira, responsable de esta asociación laica para temas relacionados con agresiones sexuales a menores.

«Lo que nosotros queremos en el contexto de la Iglesia católica es lo que deseamos para toda la sociedad: una sociedad que no tolere, no acepte y no sea cómplice de situaciones de violencia. Estos son los primeros pasos (…), lo que deseamos es que se den muchos más», indicó.

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