El serie protagonizada por una heroína femenina con rasgos andróginos es dirigida a niños de entre 7 y 12 años en un país donde la creación de este tipo de dibujos es casi nula. Foto La Hora: Ariana Cubillos/Ap.

 

Entre trazos, computadoras, monitores y tabletas electrónicas, tres amigos se reúnen por horas en la sala de un apartamento, ubicado al este de Caracas, para dibujar, animar y producir el primer capítulo de una serie infantil animada en un país con poca o casi nula tradición en la creación de ese tipo de dibujos.

La serie, dirigida a niños de entre siete y 12 años, lleva el nombre de su protagonista, Kam-Bur, que a su vez se inspira en la fruta cambur, como se conoce a la banana en Venezuela. La propuesta ha llamado la atención porque el personaje principal, una niña heroína, tiene características andróginas: una persona cuyos rasgos externos no necesariamente corresponden de manera definida a los de su sexo biológico. Su cabello y traje azul, portando un casco rojo, contrasta con tradicionales heroínas de cabello largo y curvas pronunciadas.

Mientras espera la llegada de sus padres en un universo post-apocalíptico, Kam-Bur viaja a otros mundos para ayudar a niños a superar alguna dificultad cotidiana. Por ejemplo, en uno de los capítulos, repara la radio dañada de uno de los personajes.

«Cuando somos niños poco importa cómo te vistes… Quisimos que las niñas y los niños se puedan sentir identificados con este personaje, esa es una de las razones para que sea andrógina», dijo a The Associated Press Ginette Hernández, productora de la serie, desde el apartamento. Tras el estreno en junio de «Buzz Lightyear», una película de Disney, la cinta ha estado envuelta en polémica por la aparición de un beso entre dos mujeres, razón por la que ha sido prohibida en al menos 14 países de Medio Oriente y Asia.

«El tema de la representación en los dibujos animados, en los videojuegos, en las caricaturas, en las películas, es sumamente importante porque abre la posibilidad de crear nuevos referentes… El impacto que puede tener una caricatura que tenga una expresión andrógina es súper positiva», afirmó por videollamada a la AP Yendri Velásquez, activista de la comunidad LGBTIQ+ en la organización no gubernamental Amnistía Internacional.

Para la creación de la serie, Hernández trabaja con su esposo, Adrián Díaz, animador 2D -un estilo de animación común en las caricaturas tradicionales- quien dibuja y añade movimientos de marioneta al cuerpo de los personajes. Desde otra computadora, Leonardo Gimón, un ilustrador, crea los escenarios y mundos a los que viaja la protagonista.

El proyecto independiente, que se lleva adelante en el tiempo libre de sus creadores —quienes también trabajan para compañías de animación o producción internacionales— espera tener listo el capítulo inicial para finales de año y obtener el financiamiento necesario para realizar una temporada de diez episodios, que aspiran transmitir en alguna plataforma en línea interesada en la producción.

Esto supone un precedente en la animación en un país que décadas atrás fue reconocido por producir y exportar telenovelas a decenas de naciones. Sin embargo, con la migración de millones de venezolanos y una fuerte crisis económica, son pocos los proyectos audiovisuales que cuentan con financiamiento.

 

La animación en Venezuela se ha centrado en un público adulto y suele abordar contenido político. Actualmente, la televisora estatal transmite una caricatura inspirada en la figura del presidente venezolano, Nicolás Maduro, llamada «Súper Bigote», en la que dicho personaje destruye a enemigos -representados por personajes con facciones similares a las de conocidos líderes opositores venezolanos- con la ayuda de sus «súper amigos», inspirados en integrantes del gabinete presidencial.

«Siento que nosotros a nivel de animación, como serie televisiva, como producto de entretenimiento, estamos muy lejos de otros países como México, Argentina… pero creo que eso puede cambiar. Espero que esto que estamos haciendo empiece a llamar gente que esté interesada en que haya una industria en la animación» en el país, sostuvo Hernández.

Tras varios trazos en blanco y negro, Kam-Bur cobra vida, movimiento y color en los monitores de la sala. Es difícil identificar al personaje con algún género, pero lejos de la polémica un país de mayoría católica, los creadores esperan marcar una diferencia en las producciones independientes del país.

«A veces no hace falta un gran presupuesto, sino voluntad. Es cuestión de dar los pasos que hay que dar», agregó Hernández.

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