Alfonso Mata

Un continente violento, un país violento, una sociedad violenta, todo en uno somos. No se pude hablar de una violencia política sin hablar de una violencia civil ¿por qué se produce ésta? Es un tema que ha intrigado a todos, en todas las épocas. No hay respuesta única, como tampoco hay causas y acciones únicas, para combatirla.

Toda violencia en el ámbito que se produce, genera inestabilidad y ruptura constante del orden constitucional, institucional, familiar e individual y todas las formas de violencia, se alimentan unas con otras.

Las sociedades que hemos formado desde el siglo XVI, tienen su fundamento en un sistema político basado en la exclusión y particularismo, que produce dominados y dominantes. Eso arraigó en el corazón de hombres y mujeres españoles, indígenas y ladinos, generando ciertas características estructurales y cíclicas en cada uno de ellos, hasta llegar a la situación actual, en donde una conciencia de mayor libertad y respeto, deja pocos espacios para interactuar a unos con otros de manera en paz y cordial, creando por tanto espacios para todo tipo de violencias.

La exclusión es algo común en todas las formas de violencia, aunque se llegue a ello por diferentes procedimientos. En lo político empieza con el voto, el voto puede ser legalmente obligado, pero la trampa está en que impone y eso provoca limitaciones. Ese hecho histórico se mantiene y perdura, dando espacio a una estructura colonial, que genera brechas en lo social y económico, produciendo un profundo abismo de diferencias generacionales y étnicas, que separa a los que tienen, de los excluidos y que da y mantiene un espectro continuo de revuelta peligrosa, consistente y perturbadora, que forma el contexto dentro del cual se desarrolla la vida social y política. Todo ello, permite configurar personalidades, con una mezcla de temor, angustia, búsqueda de respeto, acostumbrada a amenazas y recompensas. Ideal para anidar violencia.

Entender entonces la perpetuación de la violencia desde lo político, es comprender un poco una de sus rocas. Guatemala no inventó el estado, pero lo ha hecho un actor central en toda la vida de las personas, cuya función particular es mediar y conducir así como ejemplificar las especificidades de la estructura socio-política de la nación. El Estado, como el único y legítimo centro político que controla un territorio y la población que lo ocupa en lo que hace y pretende, es y ha sido en el continente, una gran contradicción y amenaza y en este momento en que la vida social y las economías se integran, el riesgo aun es mayor.

Si bien la ruptura del orden político a menudo proviene de una crisis, no ha sido propicia dentro de nuestra historia para el acomodamiento de un mejor orden social, sino de grupos dentro de la misma y en raras oportunidades, coincide con la demanda y necesidades de la ciudadanía, más bien, han servido de acomodo a los intentos de aquellos que tienen el poder, para cerrar el frasco destapado por circunstancias y explosiones de violencia. La alternancia entre gobiernos, ha servido para poner un freno al asalto de los «bárbaros» sociales que piden igualdad. El Estado ha inventado un orden social que se consolida no en la cordialidad y cooperación sino en la violencia. Cualquier acto contra el mismo, se percibe directamente como una amenaza para el sistema de dominación, ya que implica tanto la pérdida de control de la élite, como la aceptación legal de igualitarismo.

Así que el ejercicio político es una forma de concebir violencia, producto de ciertas peculiaridades. En primer lugar, hace posible el crecimiento económico, ya que permite la producción para la exportación, pero solo asegura la viabilidad de unos. En segundo lugar, el estado es lugar de transiciones, el comercio entre los grupos locales y poseedores y las burguesías locales y extranjeras. En tercer lugar, en medio de eso, cuenta con la existencia de una clase media que gestiona la multiplicidad de las empresas públicas y privadas, que sostiene y nutre el crecimiento económico de solo algunos y a su vez, buscan el propio a costa de cualquier valor. Todo ello es prueba suficiente, de una producción estatal de clases sociales, que no es una cosa del pasado y que perdura sepultándonos por este. Es entonces el Estado, un generador de violencia.

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