Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Creo que ha sido muy prudente la actitud del Nuncio Apostólico respecto al necesario respeto a la soberanía del país, no obstante que hemos de reconocer que en Guatemala ha habido una intervención permanente de intereses extranjeros en nuestra vida nacional y que ello es posible, fundamentalmente, no por la cercanía o dependencia que podamos tener, sino por la ausencia de una ciudadanía activa y con objetivos que sepa a dónde quiere llevar al país y qué exigir de sus autoridades. Además, carecemos del sentido de la dignidad nacional y nuestra oposición a la intervención extranjera está asociada con las diferentes posturas ideológicas y de esa suerte unas veces la repudiamos y otras la aplaudimos, dependiendo de para donde marque la veleta de esas intervenciones.
La misma gente que no sólo aplaudió sino que promovió la intervención de Estados Unidos en 1954 es la que atacó a la administración de Jimmy Carter cuando condicionó la ayuda al respeto a los derechos humanos y es la que ahora con virulencia se opone a que los gringos se metan en nuestros asuntos, especialmente en cuanto a los juicios que tienen que ver con el conflicto armado interno. Y viceversa, los que consideran buena esa intervención actual son los mismos, o por lo menos sus descendientes, de quienes se sentían insultados por los aspavientos de Puerifoy, sin tomar en cuenta que lo mismo da que se llame Puerifoy o Robinson, puesto que lo que se tiene que tomar en cuenta es el respeto o irrespeto a la soberanía de los pueblos.
Pero como nosotros, el pueblo, no tenemos ni norte ni definición de lo que queremos como país, por eso es que terminamos siendo variables para juzgar el comportamiento de diplomáticos que actúan como procónsules y que no ocultan su prepotente arrogancia para considerar que ellos, mejor que cualquier guatemalteco, son quienes entienden los problemas y quienes saben qué se debe hacer para componer las cosas.
Cuesta mucho exigir respeto cuando ni siquiera sabemos qué queremos y, peor que eso, cuando dejamos que politiqueros sin ningún valor manoseen al país para beneficiarse con la corrupción y la impunidad.
Yo he sido siempre crítico de las intromisiones abusivas de embajadores que se creen pata de rey y que nos tratan como basura, pero cuando se planteó el tema de la Comisión Internacional contra la Impunidad, adversada por muchos con base en principios de soberanía, sostuve que en ese tema no podíamos avanzar sin la ayuda de la cooperación internacional y qué mejor que fuera la misma ONU la patrocinadora del proyecto. Se establecieron parámetros de trabajo para la comisión a fin de fijar los límites de su mandato y de lo que podía hacer de acuerdo a lo que pidió el mismo país, y ese experimento de intervención foránea ha sido muy útil y abrió puertas para la posibilidad de cambios que, por cierto, cada día se alejan más porque nosotros, como pueblo, no estamos dispuestos a dar el siguiente paso y porque la misma comunidad internacional nos detiene en nombre de una institucionalidad de pacotilla que no tiene nada que justifique su ardorosa defensa.
Mientras no entendamos que hay que sacudir al sistema, sin pedir permiso a los gringos o a cualquiera, no esperemos que nos traten de manera diferente.