Por Juan Pablo Muñoz Elías y TG
Cuando tu cuerpo te está pidiendo despertar, en tu mente hay imágenes borrosas y lográs abrir los ojos; mirás al techo de tu cuarto -o de la sala en su defecto- y te preguntás: “¿cómo… y a qué horas vine a la casa -si tenés suerte de estar en ella-?, ¿quién me vino a dejar?, ¿habré dejado cerrada la puerta y guardado el carro?, ¿se habrán dado cuenta de que vine bien jalado?, ¿lo que recuerdo, pasó o lo soñé?, ¿qué hora será?… Finalmente, te levantás. Si están cocinando, ese olor que en otras circunstancias te parecería agradable, te provoca un no sé qué estomacal. Vas al baño y en el camino, frente al espejo, mirás que tu cuerpo estrena un novedoso moretón, un ligero rayón o -en el peor de los casos- una cierta irritación allí por el cuello. Si esto te ha sucedido, te informamos que has entrado al mundo de la goma. Aquélla sed y una mezcla de sentimientos encontrados, aferrados a un fuerte dolor de cabeza, se combinan con un clamor porque aparezca alguien que te explique qué pasó… o bien que te regrese el cerebro al cuerpo.
La goma, la cruda, la creedence o la cruz, como le querrás llamar, el resultado de una larga y tendida jornada de tapis siempre será una señora resaca; como diría don Antonio Aguilar: “…se te arruga el corazón, la cabeza te revienta, das aliento de dragón, se te quema la garganta…”. Y es que como no es una cuestión de tener “aguante” o no, no hemos conocido a nadie que no la sufra, aunque claro, haya de gomas a gomas. Dependiendo de qué tapis hayás degustado, de cómo te lo tomaste y de cuántos ingeriste, la goma vacilará entre un simple “amanecí calidad” -pero con algo de sed- o con un malestar físico -y muchas veces moral- que te llevará a decir: “no lo vuelvo a hacer”.
Pero, ¿qué es eso de la goma? Pareciendo un castigo divino, la verdad es que es algo estrictamente fisiológico: es un estado generalizado de malestar en el cuerpo a raíz de una súbita abstinencia de metanol -componente principal del alcohol- en el cuerpo. Como nos explica el Dr. Rony Soto, el alcohol en bajas concentraciones desinhibe: es la excusa perfecta para bailar, cantar, hacerte el chistoso de la reunión, pasarte de confianzudo con tus cuatas… y cuates, soltar de un sólo aquélla verdad guardada, llevártelas de Romeo, creerte fisiquín, hacerlas de machito y busca-cuentasos -al punto de creerte inmortal-, desafiando a cuantas personas y hasta carros pasan a tu alrededor.
Sin embargo, a la larga, el alcohol es un inhibidor del sistema nervioso central, por lo que pasada la concentración de etanol de 0.20 miligramos por decilitro, empezás a balbucear, a caminar torcido y a moverte con torpeza. Se considera que una concentración de 1.50 miligramos por decilitro, podría ser mortal.
Pero, además de la afectación al sistema nervioso, el alcohol desactiva la hormona antidiurética, por lo que las idas al baño se vuelven más frecuentes -sobre todo con la cerveza-, siendo esta la causa de que expulsés cuanto líquido tengás y con él las sales y minerales correspondientes… A veces da testimonio de eso la respectiva marca en el pantalón, sobre todo si ya andas bastante avanzado en la jornada.
Ah, pero después de esa noche de desenfreno en donde sólo ves anécdotas, lágrimas y risotadas, de fondo sucede lo que hemos dicho en los párrafos anteriores… y viene la hora de pagar cuentas… ya no al cantinero, sino al cuerpo.
Y las tres facturas que te pasará el cuerpo son: a) hiperactividad simpática, que es esa tembladera que te hace sentir como que sos araña de corpus, dolor de cabeza e inquietud por otro trago… que en más de alguien habrás notado… si no es que te pasó; b) deshidratación, es decir, falta de electrolitos, que se traduce en necesidad de agua y falta de energía -o sea que tomás todo lo que podés y no te componés-; y, c) irritación del estómago y todo lo que esto conlleva, incluyendo la gastritis.
Pero, a todas y a todos aquéllos nuestros congéneres en el tapis, les tenemos buenas noticias (ya sabidas por la mayoría): hay una luz al final del túnel, “la goma no se puede evitar… pero puede curarse”. Un poquito de amor propio, una mezcla entre ciencia y fe traducidos en un par de buenos consejos de los ancestros en la materia, dale tiempo y al tiempo y listo: quedarás como nuevo, o un poco mejor de como estabas.
Tras un análisis exhaustivo de la situación entre todo el gremio, hemos llegado a la conclusión de que hay algunas maneras de curarse la goma. Si llegara a faltar alguna más, hacéte la caridad y divulgála so pena de que al no hacerlo, habrás faltado a deberes de humanidad.
Primera. El otro tapis. Aconsejado por médicos y por las viejas guardias en el arte del tapis, la forma más rápida de curarte la goma es… con otro tapis. Con el mismo que te la pusiste o con otro tipo para no recordar, lo importante es no dejarle experimentar al cuerpo esa sensación de falta de etanol y equilibrar así los nervios. ¡Ah, salud, pues… porque me caiga bien!, dice el engomado.
Pero, así como existe quien se levanta de madrugada a buscar su respectivo tapis curativo -el guardadito del día anterior o directo a la tienda especializada en mañaneros-, y se lo avienta de a tesón y con tesón -de un sólo y encuchillado atrás de alguna puerta-, también está el menos arrecho que se levanta en ese limbo que te hace dudar si la hora corresponde al desayuno… o al almuerzo. Estos últimos, por lo general prefieren tomarse su quitagomas algo más preparado, generalmente con una michelada, con un calientito (mezcla de licor con jamaica caliente), o de alguna otra ingeniosa manera.
Dicen las malas lenguas que una vez te asienta este trago rezagado, te vuelve el espíritu y hasta el hambre.
El riesgo, claro, de esta medicina, es que se puede convertir en la excusa perfecta para seguir en un largo viaje que te puede hacer perder el día… o hasta los años. Pero eso de los efectos del tapis en tu vida personal, familiar o social, será objeto de discusión en otra entrega de esta columna.
Segunda. Con sueritos y medicamentos. “Es que está malito”, dirá quién te quiere y te mima, y se aprestará a formar parte de la solución y no del problema… que implica la goma. O el más parco: “tomáte esto, vos, te va a caer bien”. Y si no hay un alma piadosa, pues te mimás vos mismo; al fin, como dice el dicho: “quien con su gusto y su gana…”.
Como ya se explicó, la goma es en parte falta de sales y minerales que a la postre provocan poca capacidad para producir energía. Por tal razón, se vuelven necesarios esos productos llamados sueritos, que bien pueden hacerse con productos de abarrotería o adquirirlos ya listos en la farmacia más cercana.
Cada quien y sus mañas, no faltará el irredento y precavido que previo a los tapis, tiene ya la refrigeradora y el botiquín respectivo, listo para acudir a ellos a la primera oportunidad: un jugo de tomate, agua mineral, limones o un sobrecito de sales minerales. Para esas ingeniosas personas, también cuentan -como parte de la canasta básica- algunas bebidas estimulantes y obviamente suficiente agua pura. ¡Sale caro el gusto al tapis!
Tercero. La vía culinaria. En todo grupo de adictos al tapis sale el clásico: “comida hay en la casa, mejor pedí otro trago”. Esta célebre frase da idea de un cierto escepticismo respecto de la importancia del buen comer en el ámbito del buen beber. Y así como sucede durante la faena del tapis, sucede durante la penosa etapa de la goma: “yo no sé cómo pueden comer cuando están así”.
Sin embargo, lo cierto es que cuando comés grasas, ayudás al sistema digestivo a absorber más lentamente el alcohol y que cuando estás de goma, su consumo es un indicio de que la recuperación está cercana: carnitas de cerdo, chicharrones o un buen bistec, ceviches o caldos.
Centrándonos en los últimos dos, resulta lógico que mucha gente prefiera platos como el ceviche porque este se encuentra íntimamente relacionado con un buen trago: “no hay ceviche sin cerveza”, reza el dicho popular. Y en el caso de los caldos, pues porque obviamente llevan implícitos grandes cantidades de agua, sal, limón y algún tipo de carne. Y es que así como hay lugares especializados en ceviches, hay locales especializados en caldos: caldos de pollo o de huevos, -más al estilo casero-, de gallina, de pata, de chunto o de mariscos, son algunas de las variantes de esta cura. No viene al caso, aún, describir un lugar famoso por sus caldos, pero ¡vaya si no tienen afluencia principalmente los sábados, domingos… y lunes! ¿Por qué será?
La última de estas variantes, gira alrededor de los famosos atolitos, cuya gama es tan amplia que se extiende del atolito de maicena hasta el mágico atol blanco que te venden en el mercado: servido en tu tasa de barro, caliente, con frijoles y abundante chile, será un líquido que además de proporcionarte fibras te hará sudar esos malos espíritus que te andás cargando.
Cuarto. El deporte. Con eso de que ejercitarte libera endorfinas y que ello sirve para reactivar el sistema nervioso, hacer deporte te puede ayudar a sacar cuanta toxina tengás en el cuerpo, pues se agiliza tu metabolismo, a la vez que te obliga a rehidratarte apresuradamente. ¡Todo es que podás pararte y moverte con agilidad! ¿Vaya pequeña exigencia, no? Es por eso que esta magnífica cura es la que menos utilizan los seguidores de Baco. En todo caso, si querés hacer la prueba, correr, nadar y bicicletear son excelentes opciones… según nos han contado.
Quinto. El reposo. “El tiempo todo lo cura”, dicen los desamorados y tienen razón… cura hasta la peor goma posible. Vegetar, dejar que tu cuerpo haga lentamente su trabajo de restablecerse, es una opción muy común entre los parranderos que tienen la dicha de descansar al día siguiente. Reposo en cama, en hamaca o en el sofá, poca luz, silencio y un buen sueño, te ayudan a reponer no sólo la fatiga y el desvelo, sino también los efectos de la goma; sólo te levantás a comer, a beber algo o al baño y seguís en lo tuyo.
¿Vas a venir a la junta, vos?
No, vos, no me ha regresado el espíritu al cuerpo…
¡Estás de goma!
Algo así.
Seguí durmiendo, pues.
Y para finalizar, ¿qué es eso de la goma moral? Pues nada menos que el arrepentimiento consciente o inconsciente de todo aquello que creés que hiciste o no hiciste, de lo que gastaste y de lo que dijiste durante una buena farra. Es, por mucho, un acto de vergüenza por lo que pasó, ya sea porque no lo recordés, lo medio recordés o porque te lo contaron, o gracias a ese gran invento de principios del siglo XXI que es el celular con cámara: la documentación de tus reuniones de tapis, nunca más será un problema, ¿o será ya un peor problema?