Martín Banús
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“Porque los gobernantes no están para infundir terror a los que hacen el bien, sino a los que hacen el mal”. (San Pablo)
El Papa Francisco I, siempre políticamente correcto, hizo este domingo recién pasado un llamado a “prohibir” la pena de muerte en todo el mundo, aduciendo que incluso los asesinos más perversos, tienen el «inviolable derecho a la vida».
Argumentar desde lo personal, carece de importancia… Pero desde la perspectiva bíblica no hay mucho dónde perderse; el Viejo Testamento es en este aspecto, cristalino y categórico como en muy pocos temas… Aquel, “ojo por ojo y diente por diente” es demoledor. Pero también aquel otro pasaje aquel en el que Dios le dice a Noé: «Por cierto, de la sangre de ustedes yo habré de pedirles cuentas. Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la suya, porque el ser humano ha sido creado a imagen de Dios mismo.” Es indiscutible, ¿no?… No le busquemos, por favor, los tres pies al gato…
Sin embargo, el Nuevo Testamento (N. T.) podría, –sólo podría–, sugerir otra cosa, pues se supone que el Evangelio del Amor entregado por Jesús de Nazaret, quien predica el perdón a quien te ofende; invita también a poner la otra mejilla, a besar la mano de quien te azota, etc. ¡En fin! Con el N. T. la discusión se pone más interesante.
El N. T. es, sin embargo, contradictorio… Norton Herbst nos recuerda una larga carta escrita por el apóstol Pablo a los cristianos de Roma, en la cual les da instrucciones prácticas sobre su relación con un poder político que comúnmente era enemigo del cristianismo (sic): “Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por Él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. Los que así procedan recibirán castigo. Porque los gobernantes no están para infundir terror a los que hacen el bien sino a los que hacen el mal.”
Da la impresión que interpreta de forma distinta las ofensas entre los seres humanos. Condena por igual, a la ira y a la lujuria, pero también enseña que la venganza no es la respuesta para quien te ofende, pero el principio del Antiguo Testamento del “ojo por ojo” debe hacerse a un lado; el amor y el perdón deben prevalecer.13
La pena de muerte debe ser vista, principalmente, como un determinante factor de freno y advertencia, para aquellos que están dispuestos, pretendan o estén pensando en recurrir al asesinato para obtener algo a cambio, o como un recurso extremo dentro su vida criminal…
La idea de ser ejecutado, luego de oído y vencido en juicio, es el más grande y fuerte disuasivo que puede existir para los asesinos, que crecen en número y audacia, como es el caso en nuestro país.
Nada más efectivo para proteger la vida de los inocentes indefensos, así como a la gente de bien, como la vigencia y la práctica de una pena de muerte bien fundamentada en lo legal, en lo ético y en lo práctico.
Es tan impactante el efecto de las ejecuciones en la psiquis de los asesinos potenciales y consuetudinarios, que resulta un verdadero atentado a la estabilidad del país y un sabotaje a su seguridad, negarlo.
¿Qué se supone que debe hacer un pastor (el Estado) cuando ve que un lobo ha matado a una de sus ovejas? ¿Acaso perdonarlo y ver en ello el divino plan de Dios?
¿Acaso no habría deseado aquel pastor que sus ovejas pudieran haberse defendido y matado al lobo?
En relación a las declaraciones del Papa Francisco I, veremos de promover el envío de dos o tres clicas de las maras Salvatrucha y 18, para que se vayan unos meses al Vaticano a marcar cada una, sus propios territorios…
Ya veremos qué opina “el santo padre”, con la primera monja violada y descuartizada y con el cobro de las extorsiones en cada esquina de ese pequeño Estado…