Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Una elección estética no es elección. En verdad, el hecho de elegir es una expresión real y rigurosa de la ética. (…) El único aut-aut absoluto que existe es la elección entre el bien y el mal, y esa elección también es absolutamente ética».
Søren Kierkegaard

 

La contemplación de la belleza es uno de los acontecimientos más hermosos de la vida. Es una especie de hechizo que paraliza en un estado de encantamiento. No basta, sin embargo, la intuición, siempre serán necesarias las condiciones que favorezcan ese reconocimiento sobrecogedor.

Y no se trataría únicamente de que la escuela habilite la experiencia para transformarnos en receptores de lo bello. Que ya es bastante y deseable. En un nivel superior, consistiría también en hacer deseable una vida con carácter estético. La perspectiva de quien se edifica a sí mismo desde el sentido de lo noble.

Obviamente no me refiero a la exquisitez del que pone esmero en su apariencia física, aunque tal vez no deba excluirse. Más bien apunto a la arquitectura moral, el trabajo escrupuloso del atleta que construye músculos virtuosos. La persona de paladar refinado que no admite la fealdad en su vida cotidiana. A eso debe atenerse fundamentalmente la buena educación.

La misión no es fácil. Hay que superar muchos obstáculos. Uno de ellos, la tendencia natural hacia el mal gusto. Un paladar que exige educarse por medio del ejercicio formativo en la escuela. Y luego, el trabajo que debe propiciarse desde la comunidad: la familia y las instituciones sociales.

Casi todo esfuerzo sería inútil si la cultura en general se solaza en lo soso. La sociedad lejos de felicitar al pícaro del Congreso, al bribón que delinque con las drogas o al empresario listo que hace trampa, debe condenar con rigor esas conductas. Indignarse de verdad evitando el pedestal para el sinvergüenza del grupo.

Kierkegaard lo tenía claro. Para el filósofo el negocio de la existencia consistía en ir más allá de la esfera estética, que asociaba a la vida del dilettante, esto es, la del enredado en los avatares de la cotidianidad y lo llano. Pero además, agregaba, la humanidad está llamada a asumir el compromiso ético si se quiere «existir» en más alto grado. Y por si fuera poco, abrirse a la dimensión religiosa.

Considero, sin embargo, que la tarea por ser humanos en un sentido auténtico sería suficiente para expresar una vida decorosa. De modo que el testimonio de una existencia bella bastaría para anunciar los valores pretendidos por cualquier sistema doctrinal en una religión.

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