Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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En las recientes elecciones al Parlamento Europeo el auge de los movimientos de extrema derecha en países como Alemania (el AfD) y Francia (el RN de Marine Le Pen) provocó un cismo en la política francesa.  Dado el carácter semipresidencial de su régimen político el presidente Emmanuel Macron,  en una inesperada maniobra que estaba supuestamente destinada a reforzar su legitimidad hizo algo que le resultó un “tiro por la culata”, pues decidió disolver el parlamento convocando a elecciones legislativas anticipadas. Como sabemos, en el balotaje del domingo pasado resultó vencedor el Frente Popular que obtuvo 182 asientos en la Asamblea Nacional los cuales, aunque signifiquen un triunfo electoral notable ubica al FP todavía lejos de la mayoría absoluta, forzándolos a buscar entendimientos con el centro-derecha del presidente Macron para formar gobierno pues un gobierno de minoría produciría una “cohabitación”  demasiado inestable. Como los partidos de la coalición de Macron están más cercanos a los partidos de derecha que a los de izquierda, seguramente les va a ser muy difícil llegar a un entendimiento con el Frente Popular y menos aún con el partido mayoritario de la izquierda, la  “Francia Insumisa” de Jean Luc Mélenchon, que obtuvo 75 curules junto a las 33 de los ecologistas, 65 de los socialistas del expresidente François Hollande y los 9 del partido comunista, de manera que, teóricamente, siendo la agrupación mayoritaria en la coalición de izquierda, la Francia Insumisa aunque tiene derecho a proponer un primer ministro para formar gobierno es poco probable que tanto la derecha como el centro-derecha acepten las reivindicaciones del partido de Mélenchon como el aumento del salario mínimo, la reducción de la edad para el retiro, o el reconocimiento del Estado palestino, entre otras,  que son vistas por el centro-derecha como demasiado “radicales”.

De modo que lo más probable es que el Frente Popular busque un candidato a la jefatura de gobierno dentro de los partidos de la izquierda “moderada” como los verdes  y socialistas, para que sea más “aceptable” para el centro-derecha de Macron formar un gobierno de cohabitación con la izquierda del Frente Popular. Además hay que considerar que la izquierda está  corriendo el riesgo de que el partido de Macron (que obtuvo 99 escaños)  busque alianzas con otros partidos de la “derecha moderada”, como el MoDem de François Bayrou que ganó 33 escaños, Horizons que obtuvo 26 y los Republicanos de Eduard Philippe con 68, lo cual haría un total de 226 diputados,  que no les alcanza para obtener mayoría, por lo que estarían obligados a negociar la formación de un gobierno de coalición proponiendo una alianza a la “izquierda moderada”. Por supuesto, si tal alianza llegara a darse, esto supondría no solo la “traición” de los socialistas (65 diputados) y de los ecologistas (33) con quienes Macron podría llegar a la mayoría absoluta sino la ruptura del propio FP: pues una alianza del PS, Ensemble (MoDem, Renaissance, Horizons, Divers centre) y la derecha (LR y Divers droite) podría obtener la mayoría absoluta con 295 diputados. Algo poco probable pero no imposible. Razón por la cual es esperable que el FP proponga la candidatura a primer ministro de alguien que no sea Jean Luc Mélenchon.

Pronto veremos qué pasa en una Francia que, a mitad del verano y con los juegos olímpicos de París a las puertas,  lo menos que le conviene es la inestabilidad que provocarían negociaciones  demasiado prolongadas para formar gobierno,  como las que han  sufrido en diferentes ocasiones  países como Holanda, Alemania y recientemente España, en donde al PSOE le tomó tiempo y muchas dificultades formar un gobierno que incluye a los separatistas catalanes. No obstante,  ahora nos interesa detenernos en el análisis del significado de este triunfo de la izquierda en Francia el cual –  junto al triunfo de los laboristas en Gran Bretaña –  debería dar un giro a la política francesa e incluso europea, si consideramos el hecho que las islas británicas,  aunque ya no estén en la UE, pertenecen al continente.

Y la primera cuestión que se nos viene a la mente es ¿por qué un partido de izquierda socialista se llama en Francia el de los “insumisos”? ¿ a qué sumisión aluden? Somos de la opinión que, en términos generales, el “soberanismo” – tanto de la izquierda como de la derecha – en Francia y en otros países europeos  ya que no solo el Brexit se puede ubicar dentro de este tipo de  movimientos  pues también la extrema derecha alemana, polaca, italiana, española, escandinava, húngara etc. responden a este tipo de  “reacciones populares”  frente a una Unión Europea cuyos éxitos residen precisamente en su capacidad para obligar a los distintos países miembros a ceder parte de su soberanía a una unión supranacional la cual, tanto desde Estrasburgo como desde Bruselas,  fija políticas comunes como las de austeridad (pretendidamente destinada a evitar déficits presupuestarios más arriba del 3% del  PIB de cada país)   que han venido repercutiendo en el poder adquisitivo de los sectores populares y en ciertos casos han llevado a crisis financieras de gran envergadura,  como la que tuvo que soportar una Grecia forzada a una durísima austeridad para poder pagar la “deuda alemana”.  Y aunque este tipo de crisis financiera no se haya manifestado de la misma manera en todos los países europeos lo que sí es cierto es que los principales afectados son los asalariados en general, así como los obreros que pierden empleos por la deslocalización de las grandes empresas en otros países, como sucede con la industria automotriz, para señalar un solo, pero muy claro,  ejemplo concreto.

A lo anterior hay que agregar que la guerra de Ucrania (que en realidad es una guerra de Estados Unidos contra Rusia utilizando a los pobres ucranianos como “carne de cañón”)   no solo reforzó a la OTAN sino que la convirtió en la entidad que da las órdenes en materia de política exterior y de defensa europeas, algo que, desde nuestro punto de vista, ha repercutido en las  reacciones  “soberanistas” que en buena medida explican por qué un Jean Luc Mélenchon fundó el partido de quienes rechazan ser sometidos a poderes externos,  es decir el partido de los “insumisos”. Esto recuerda vivamente al general De Gaulle quien – reprendido por Washington cuando anunció que Francia se dotaría de armas nucleares en los años 60 –  no solo las fabricó  sino que expulsó a la OTAN de su sede en París la que tuvo que ser trasladada a Bruselas. O sea que habría mucho de una postura gaullista en las posiciones “nacionalistas” tanto de Le Pen como de Mélenchon  y que también explicaría las declaraciones  de un Macron tratando de desvincularse de “los extremistas” – de derecha e izquierda –  durante la segunda vuelta de las legislativas recientes.

Sin embargo, lo que en todo caso podemos concluir es que los pueblos europeos, sea desde la izquierda o desde la derecha, están hartos de dirigentes acomodaticios y obedientes que carecen de voluntad para formular las políticas que convengan a quienes han votado por ellos mayoritariamente, sean estos socialdemócratas o liberales (cristiano-demócratas como en Alemania, socialistas  y “liberal-sociales” como  Macron  solía decir refiriéndose  a su movimiento o  laboristas y tories como en la Gran Bretaña).  Si Europa (y no solo la UE) quiere encontrar su lugar en el mundo es absolutamente indispensable que sus dirigentes comprendan que el nuevo orden mundial ya es absolutamente multipolar y que Europa tiene un legítimo lugar que ocupar en el mismo, a condición de  adquirir una verdadera  autonomía estratégica – que  Macron  nunca quiso poner en marcha –  respecto a las políticas de Washington.  Y la Casa Blanca también debería tener claro que no puede seguir soñando con una hegemonía mundial cuyos riesgos (una tercera guerra mundial) son de tal magnitud que más vale evitarlos, pues nos exponen  a la extinción de la especie.

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