Por estas tierras, desde tiempos primitivos hasta la actualidad, el movimiento demográfico de poblaciones ha desempeñado papel central en grandeza y decadencia de poblaciones, culturas, localidades y grupos humanos. En la antigüedad, antes de la era de Cristo, probablemente la causal que predominó en los movimientos demográficos fueron las fuerzas de la naturaleza y su comportamiento y eso eliminó a grupos pequeños y diezmó a los grandes.
Con el advenimiento de la urbanización y los grandes conglomerados, con su proliferación y aumento poblacional y de necesidades básicas, las fuerzas sociales empezaron a alterar las naturales con mayor presencia e impacto y a actuar con mayor predominancia en el desarrollo y la evolución humana.
Con la conquista y colonización española del territorio nacional, esas fuerzas sociales propiciaron terrible impacto demográfico en los grupos originarios de estas tierras, dando nacimiento a nuevos grupos humanos y desplazando a otros y desapareciendo algunos conglomerados. Esa debacle demográfica tiene de origen lo étnico, religioso y cultural cargado de ambición y soberbia, que a la par de la fuerza epidémica de la naturaleza y otras inclemencias naturales, casi hacen desaparecer una cultura autóctona y dieron nacimiento a la ladina. Por lo menos, durante cuatro siglos, las caprichosas andanadas producto de la ambición y la soberbia humana, generan una cultura capitalista basada en privilegios, dádivas y concesiones que perduran como modalidad de gobierno, hasta la actualidad.
Finalmente, el siglo pasado es testigo de un crecimiento no solo de población sino de desigualdades de todo tipo, tanto en el espacio urbano como en el rural, en cuanto a salud y bienestar, educación, trabajo, calidad sanitaria, ambiental y economía y bajo esa atmósfera, una generación tras otra y eso desde nuestra conquista y colonización, ha sufrido inclemencias parecidas en cuanto a su problemática social y ambiental, cuyas características y dimensiones no terminamos de solucionar y ello a pesar de las muchas peripecias belicistas de los dos siglos pasados. Apenas se ha avanzado en el desarrollo de la nación y de la mayoría de sus integrantes, pues no hemos logrado centrar o cimentar nuestro actuar políticosocial bajo las bases de una democracia consolidada en justicia y equidad y tampoco una equidad entre fuerzas naturales y humanas, llevando un ritmo impresionante, el agotamiento de nuestro medio social y ambiental.
Por lo dicho arriba, no es extraño que nuestra historia con carácter de Nación que apenas sí tiene dos centurias, registre primero una pérdida notoria territorial, producto de intereses nacionales e internacionales ajenos a la población; producto de un empoderamiento de poder y financiero de élites nacionales e internacionales, que aún con revoluciones y protestas ha persistido y que lo único que ha propiciado son divisiones aún mayores entre clases; a tal punto que en la actualidad, cuando vale de todo, menos la justicia y la equidad, ya no se puede adivinar lo que pueda ocurrir. Si bien, antes del siglo XX se podría aducir ignorancia para gobernarnos, eso en la actualidad carece de validez. Tampoco se puede aducir que las potencias económicas son las únicas que nos arruinan, aunque, a decir verdad, aún persiste la opresión económica a que nos someten. Lo cierto es que, desde hace más de un siglo, son más las divergencias e injusticias internas las que mantienen a las poblaciones con la soga al cuello. De modo que, sin temor a equivocarnos, aunque esto merece tratarse con mayor cuidado y detalle, es la opresión política y económica, la que en realidad nos tiene oprimidos y como una colonia y sus colonos al servicio de esas dos fuerzas, que generan como resultado fuga de valiosos brazos y cerebros y esta despoblación técnico científica artesanal y obrera, de lo más calificado.