Por: Juan Manuel Castillo Zamora
In Memoriam
(Héctor Fernando Castillo Rivera)
El compositor José Manuel Custodio dejó un importante legado musical al pentagrama fúnebre guatemalteco. Sus marchas, melancólicas, cadenciosas, evocan emociones y estremecen a centenares de devotos durante diferentes recorridos procesionales en toda Guatemala.
In Memoriam es una de sus composiciones, para mí, la más bella de su autoría. Su ritmo pausado, su armonía dulce y su tonada un tanto repetitiva me conmueve. Entonces imagino a la imagen de Cristo Rey en su imponente cortejo de Jueves Santo. Ahí va con su ritmo cadencioso acompañándose por los primeros rayos de luz en la incipiente jornada.
Abraza su cruz, mientras la danza vuelta rito lo mueve con un vaivén elegante, sobrio y solemne. Durante muchos años, mi papá Héctor Fernando Castillo Rivera, estuvo a mi lado para ver ese espectáculo. Lo miraba extasiado, con una conmovedora admiración y un profundo amor que, trascendía generaciones pasadas y ausentes.
Estar ahí junto a él, era permitirnos el asombro acompañado, compartir una devoción longeva y una felicidad infantil. El Jueves Santo era eso, una sonrisa prolongada, un suspiro, el sollozo de los que se adelantaron y aunque nos abrazase algún atisbo de nostalgia, seguía siendo uno de nuestros más hermosos momentos.
Él, mis hermanos y yo conectábamos, tal cual un solo sístole. Durante sus últimos años, mi papá, a quien muchos recuerdan como el profesor Castillo, solía filmar con su teléfono celular el momento. Días más tarde lo veía en su estudio, sala, comedor o donde fuera y volvía a extraviar su mirada en el rostro del nazareno.
En 2019, lo vi por primera vez mojar sus mejillas. Este era el Jesús de mi mamá, dijo con voz entrecortada. Se refería a mi abuela, quien había fallecido unos años atrás. Pero ni ese dejo de melancolía lograron arrancarle el asombro y la alegría de ver a la imagen de Cristo Rey desfilar por el Cerro del Carmen y demás calles de la ciudad de Guatemala.
Mi papá vestía de forma especial, además de sonriente, asombrado y feliz, estaba impecablemente vestido. Llevaba puesto su traje de etiqueta. Con ese atuendo solía, junto a otros 119 hombres, levantar de su dosel a su tan amada imagen.
En el 2022 mi papá cargó su último turno, fue el único de esa Semana Santa. Estaba ya enfermó y terminó exhausto. Ya no fue con nosotros al Cerro del Carmen y ya no capturó para sí el momento en el que se interpreta In Memoriam. Un año después mi hermano cargó el primer turno de la jornada, el que siempre sentiremos ajeno.
Nunca me ha dado grandes detalles acerca de su experiencia, tampoco he querido preguntarle, pero estoy convencido que no fue un turno del todo feliz. También sé que hubiese preferido no cargarlo. Para ese entonces, mi papá estaba irremediablemente en su lecho de muerte y meses después, un fatídico 8 de julio, cerro sus ojos para siempre.
Soy brutalmente blandengue para lidiar con la ausencia definitiva, esta me suele atropellar, me inmoviliza, me bota y me fractura el alma en varios miles de pedazos.
Lo cierto es que desde que papá se fue, la concepción de la Semana Santa cambió radicalmente para mí. El 9 de marzo, un día antes de escribir este texto, allá por el Barrio Moderno de la zona 2, durante el recorrido procesional de Jesús del Rescate, la banda interpretó In Memoriam, fui incapaz de recordar cuándo había sido la última vez que había escuchado esa pieza fúnebre en vivo, pero inevitablemente pensé en papá y en su embeleso por la imagen de Cristo Rey.
Dirigí mi mirada hacía los músicos y su ausencia nuevamente me fracturó. Entonces el llanto fluyó, pero le interrumpí, es muy pronto para esto, pensé, debo guardar fuerzas para el Jueves Santo, y para cuando sea yo quien, junto a 119 hombres, levante del dosel a la imagen de papá.
Tendré el turno de papá en mi pecho, el traje de él y su desgarradora ausencia. Ojalá Dios le permita cruzar ese umbral que comunica a los vivos con los muertos y me abrace. De momento, sólo puedo decir que mi papá se llevó con él parte de esa felicidad infantil de mi Jueves Santo y que, durante ese turno, no será una lágrima sino muchas más.
Hasta siempre profesor Castillo, cruzaré el umbral del dolor para buscarte, ojalá la vida me permita encontrarte.