Bernardo Arévalo y Karin Herrera empiezan su gobierno con mucha expectativa, principalmente de los jóvenes, cuyo voto les dio el triunfo en las elecciones. Sin embargo, el binomio de Semilla no tiene un cheque en blanco para gobernar, basta recordar que el verdadero ganador de la primera vuelta fue el voto nulo, lo que explica la desconfianza general de los guatemaltecos con la clase política. No obstante, el mandato que se otorgó a Arévalo y a Herrera sí fue claro y contundente: combatir la corrupción.
Existe, además, un factor que es muy importante y que no ha sido parte de la mayoría de los análisis que he podido leer. Los jóvenes no son pacientes. La Generación Y o los Millennials (como se les conoce) y las generaciones subsiguientes han vivido una era en que los avances tecnológicos han crecido a un ritmo exponencial, lo que hace cada vez más instantáneo conseguir cualquier producto o servicio, que, para las generaciones anteriores a los Millennials, podía tardar días o incluso semanas. Las fortunas honestas de antes se hacían en décadas, incluso generaciones. Las fortunas, también honestas, de hoy se pueden hacer en meses con las herramientas disponibles para capitalizar empresas y potenciar las ventas por medio de los canales digitales. Esta velocidad para recibir gratificaciones o recompensas ha formado a generaciones enteras que no tienen paciencia y que esperan recibir lo que piden con una inmediatez sorprendente.
La corrupción es un mal que se ha enraizado durante décadas en un sinfín de instituciones gubernamentales. El Congreso, las Cortes, el Ejecutivo y sus respectivos Ministerios, Direcciones, y Departamentos, así como las Secretarías, las Alcaldías, la Contraloría, el Ministerio Público, el IGSS, los hospitales públicos. A donde uno voltee a ver, existen instituciones totalmente tomadas por corruptos, quienes no dejarán sus fuentes de ingresos, que únicamente pueden hacer a la sombra de la corrupción y jamás podrían competir en un mercado sin privilegios, solo porque cambió el gobierno.
Aunado a lo anterior, el expresidente Giammattei (escondido ahora en el cuchitril de impunidad que provee el Parlacén, del que prometió sacar a Guatemala en una de sus tantas mentiras) y su pareja, se dedicaron durante sus cuatro años de (des)gobierno a perfeccionar un régimen que garantizara impunidad a los actores corruptos, por medio del ente encargado de la persecución penal, pero para sus enemigos, y de cortes amañadas.
Todo lo anterior va a jugar muy en contra de un gobierno que accedió al poder con el voto de las generaciones menos pacientes en la historia. Detener la corrupción en el corto plazo con un sistema corrompido y diseñado para la prosperidad y protección de los actores corruptos, va a ser muy difícil, si no imposible.
Obtener resultados tangibles, por lo menos desarticulando estructuras en los ministerios de Salud, Comunicaciones y Educación, que es donde la corrupción es más visible, va a ser clave para que este gobierno pueda manejar las expectativas de una juventud impaciente en un tiempo relativamente corto.