Hay una diferencia entre los que se van a Estados Unidos y, los que se quedan en Guatemala. En Guatemala son miles los que se arriesgan a migrar de manera irregular y se atreven a pagar miles de quetzales, esto a pesar de los riesgos que significa el viaje.
Entre las motivaciones para arriesgarse a migrar están las adversas condiciones de vida, así como las historias de quienes lograron irse.
En su mayoría, quienes parten de sus comunidades saben los riesgos que eso significa. Pero se arriesgan con el pensamiento de que «bajo la bendición de Dios, todo es posible», según señalaron.
La Hora presenta dos historias que merecen ser contadas. Ninguno de los personajes se conocen entre sí, pero los une el deseo de cambiar sus condiciones de vida. Ambos son originarios de Totonicapán.
«EL HIJO DE JUANA QUIERE IRSE»
Santa María Chiquimula es uno de esos municipios más remotos del país, se encuentra en el referido departamento y allí la pobreza se observa en cada rincón.
Dos de cada diez menores de cinco años padecen de desnutrición crónica, condición difícil de recuperarse en la vida (baja estatura y bajo peso).
Llegar a ese lugar no es fácil. Algunos tramos se pasan caminando, mientras que en otros se requiere de un vehículo 4×4. No es como pagar un transporte como comúnmente se hace en zonas urbanas.
La “dieta” de los locales se basa en maíz, frijol y algunas veces pasta o arroz. Según Blandina Reyes Cifuentes, quien tiene una maestría en nutrición materno infantil, “esos no son los alimentos adecuados para una buena nutrición. Pero en su mayoría eso es lo que se consume”, explica.
Juana Chic es una mujer de baja estatura, apenas tiene 29 años, domina su idioma materno, el Quiché. Su hijo hace un par de meses tenía la intención de irse a Estados Unidos, eso tenía muy preocupada a su mamá, quien recuerda las palabras que le dijo: “me quiero ir para que tengamos una mejor vida, no quiero que mis hermanos sufran”.
José Miguel apenas tiene 14 años. Sin embargo, su semblante es el de una persona de menor edad. Es hijo de Juana, el primogénito. Cuando nació, su madre tenía apenas 15 años, ahora ya tiene cinco hijos y, muchas preocupaciones. Una de ellas es la alimentación.
“Ese pensamiento no ha desaparecido en la mente de Miguel, a veces lo piensa y luego se le va”, cuenta la madre. A ella eso le da tristeza porque sabe que haciendo el viaje puede ser que a él le pase lo más terrible, ella imagina que él puede morir. Al relatar eso, su voz se quiebra mientras empieza a derramar lágrimas.
En diciembre de 2021, los titulares de las noticias de medios nacionales e internacionales dieron a conocer que 55 migrantes habían fallecido en un accidente en un camión cerca de Tuxtla Gutiérrez, la capital del Estado mexicano de Chiapas.
El vehículo partió de Guatemala. Tras el hecho, varios cuerpos quedaron tendidos en la carretera. La tragedia atormentó a las familias.
A esos riesgos se enfrentan los migrantes. A eso le teme mucho la madre de Miguel, quien le niega la partida una y otra vez.
Esa y otras historias trágicas las ha escuchado Juana en un radio que está colgado en un corredor.
«Yo me siento muy triste porque no pudimos estudiar para mejorar nuestra vida, y que el Miguel quiera irse. Siento que como padres esa es nuestra obligación”, afirma la mujer angustiada.
A medía mañana Juana empieza a juntar fuego, pues sus dos hijos ya volverán a casa, y ella quiere esperarlos con comida. Lo que tiene para ofrecerles es arroz con tamales.
UNA CASA COMO LAS DEMÁS, EN UN LUGAR REMOTO
La casa de Juana está construida con adobe, los pisos son de tierra y las láminas están oxidadas y se cuelan algunos rayos de sol. Esa es una de las razones por las cuales su hijo quiere migrar. Sus metas son tres: comprar un carro, tener una mejor casa, y comida; cosas que ahora no tienen.
En la comunidad, las casas son iguales a la que ocupan Miguel y su mamá. La energía eléctrica apenas llegó hace algunos años.
El adolescente está trabajando en una tienda de barrio, logra ganar Q40 al día, es decir, al mes recibe Q1 mil 200.
Él llega a ver a su familia cada 15 días. Juana teme que su hijo ya no vuelva a casa y que de un momento a otro pueda recibir una llamada suya en la cual le diga “ya estoy en Estados Unidos», o que le informen que está desaparecido.
“No queremos que Miguel conozca amigos y ellos digan, vámonos a Estados Unidos, y él parta”, afirma la madre.
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ÁNGEL Y EL PAN
Miles de personas han comido del pan que vende la panadería Momostipan, propiedad de Miguel Ángel Ambrosio. El negocio enlaza el nombre del municipio de donde este emprendedor es originario, con el producto que comercializa.
El dueño de esa panadería se fue a EE. UU., y volvió a Guatemala, no deportado, sino por su voluntad. Su objetivo era realizar uno de sus sueños en su país natal.
Hasta el momento todo marcha bien, pero atrás de lo que ven sus clientes hay una historia que muchos desconocen.
Ángel se recuerda de muchas cosas, todavía tiene en la mente que para irse a EE. UU. en 2005 se debió juntar un grupo de cinco jóvenes. Eso no fue difícil, aseguró.
“El viaje en esos años tenía un costo de Q60 mil. Ese dinero mi padre lo reunió a puros préstamos con varias personas”.
No dijo el día ni el mes en el cual partió de Momostenango, pero sí explicó que eran las 9:30 horas. «Ya no volví», explicó mientras da una pausa a su relato que dura varios segundos.
“Yo no tuve ninguna complicación en el viaje, no sufrí. En 20 días llegué, y a empezar a buscar trabajar”, cuenta.
Ángel decidió migrar por la situación económica que vivía, tal y como muchos. «Dejé los estudios y me fui», aseguró. También detalló que antes de emprender el viaje ya tenía responsabilidades en casa.
De tantas imágenes que tiene Ángel de su infancia, recuerda el oficio que heredó de su familia: la panadería. Pero a él no le gustaba hacerlo, trabajaba de mala gana, según manifestó.
Pero la vida da muchas vueltas, y al llegar a EE. UU. se dio cuenta de que ese oficio que aprendió con poco esmero le sirvió para encontrar un trabajo y salir adelante.
El panadero arribó a los 40 años de edad hace unos cuantos meses, y sobre él hay una tradición familiar que se extiende por más de ocho décadas.
EL TRABAJO MENOS PENSADO
Antes de irse para suelo estadounidense, a Ángel no le gustaba trabajar en la panadería, pero al llegar a su destino confirmó que para cumplir con sus obligaciones en Guatemala tenía que aprovechar sus conocimientos en ese oficio, así como su talento que poco a poco fue labrando con mayor esmero.
Después del algún tiempo, se estableció en restaurantes de EE. UU., en los cuales ya no era llamado como «panadero», sino como «chef».
Mientras fue tomando más experiencia, diversificó su actividad de la panadería a la repostería, y finalmente se especializó en la preparación del café.
“A pocos pasos del trabajo estaba la Casa Blanca. Entonces era un lugar exclusivo y por serlo el pago era muy bueno”, cuenta Ángel.
Mientras cuenta su historia se le ve feliz, y relata muchos detalles. En las paredes de su local se leen varios poemas del escritor k’iché Humberto Ak’abal.
La pared de la panadería de Ángel es de un color que se le va pareciendo al anaranjado, y entre los escritos de Ak’abal se lee: «Vení, bonita, comámonos un chirmol, comámonos unos tamalitos, y tomémonos un vasito de café y hablemos de tus sueños y de los míos».
DATOS
Según estadísticas del Instituto Nacional de Migración (IGM), es difícil saber el dato de quienes se van y de qué lugar. De los que sí se sabe es de los retornados y de los sitios a los cuales son trasladados tras su ingreso al país.
De enero a octubre de este año, desde EE. UU. y México, vía aérea, han ingresado al país 42 mil 335 guatemaltecos; mientras que por la vía terrestre, provenientes del territorio mexicano, han retornado 18 mil 309 connacionales. En total, de acuerdo con Migración, suman 60 mil 644.
En el referido período, los menores no acompañados suman 1 mil 949: 1 mil 324 hombres y 625 mujeres.
Como el caso del hijo de Juana, hay muchos menores no acompañados que tienen la intención de migrar. Una gran parte conoce los riesgos que eso significa.
Según datos del IGM, Huehuetenango, Quiché y San Marcos son los departamentos que de enero a octubre han recibido a la mayor cantidad de guatemaltecos retornados, respectivamente, lo cual hace que sean calificados como los lugares con los más altos índices de migración. En tanto, Sacatepéquez es el lugar de donde pocos quieren emprender el viaje.