Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Los españoles de los años treinta del siglo pasado tenían todo el derecho de optar por un cambio en su sistema político. De manera democrática querían dejar de lado la vetusta e inoperante monarquía y adoptar un régimen republicano. Ya no querían a Alfonso XIII, bisabuelo del regente Felipe VI. Deseaban instalar la República Española en vez del Reino de España. Una república al igual que la República Francesa, como otros países europeos y todos los países americanos y africanos. La Segunda República era pues una legítima aspiración (ya había habido una Primera República en 1873-4). Consideraban que las casas reales pertenecían a otra época de la Historia. Poco a poco iban perdiendo los amplios poderes de los que hicieron gala los monarcas absolutos; valga de ejemplo Luis XIV: “El Estado soy yo, donde yo esté es el centro de Francia, el ombligo del universo”. Para sobrevivir en los nuevos escenarios las monarquías se fueron acomodando a limitar sus poderes. Así fue como prevaleció el mandato constitucional al que los propios reyes debían jurar lealtad. La Revolución Francesa y las guerras napoleónicas impusieron freno y límite a los poderes y caprichos de los monarcas. Valga en España el caso de Fernando VII y la Constitución de Cádiz. 

Los principales líderes republicanos eran personajes destacados en sus actividades personales: Juan Negrín era un médico, científico; Manuel Azaña era escritor y periodista; Niceto Alcalá-Zamora un jurista destacado. No eran fanáticos revolucionarios ni taimados anarquistas. Claro, compartían una ideología de izquierda, pero democrática y republicana. Pero lo malo era que el movimiento republicano era un “combo” en el que se incluyeron todas las corrientes sociales del espectro ideológico. Muchos se colaron.

La República pudo haber resistido el embate del levantamiento (golpe de estado) de los militares de Franco y Mola, el 17 de julio de 1936. La población respaldaba al gobierno, pero la situación se complicaba por la grave polarización de las corrientes. No había espacio para posiciones intermedias. O se era “republicano” o se era “nacional” (franquista). La mesa estaba servida para la más cruel guerra civil de la que se tenga conocimiento. Peleaban pueblos contra pueblos, cuadras contra cuadras, vecinos contra vecinos, familia contra familia. No había realmente “frentes de batalla” porque cada esquina lo era. Era el choque de los “rojos” (rogelios) contra los “fascistas.” En Madrid había por igual partidarios de la república como de los nacionales. 

Los dos bandos estaban integrados por una serie dispar de elementos y no cabían particularidades. Por ejemplo, los franquistas tenían que ser monárquicos, católicos, partidarios de la libre economía, unitarios a nivel nacional (limitar las autonomías), etc. El problema de los republicanos es que se integraron los anarquistas y los comunistas. Entre los anarquistas se distinguen los que respaldan el orden, pero no creen en el estado; los segundos promueven el desorden, la “anarquía”, el caos. Por su parte, entre los comunistas se distinguen los “soviéticos”, fieles peones de las instrucciones y férrea disciplina de Moscú (Stalin); y los más teóricos comunistas sin afiliación concreta. El problema es que se filtraron, supuestamente en favor de la República, bandos de salvajes, bárbaros (más identificados con los anarquistas) que promovían el odio a los curas; mataban sacerdotes y violaban monjas sin causa alguna. Quemaban iglesias y conventos. Eran verdaderas hordas de energúmenos que sólo sabían matar y desolar. 

Esos “aliados” de la causa republicana fueron la razón principal de su derrota. ¿Quién iba a respaldar a los que quemaban templos? ¿Quién iba a acuerpar a quienes obedecían instrucciones de Moscú? Ojo. 

Artículo anteriorManifestación ciudadana en el paro nacional merece una ovación
Artículo siguienteEsto no es fácil para nadie