Autor: Joseph Castillo
En el corazón de la nación guatemalteca yace una cuestión profunda y fundamental: la ausencia de un propósito claro que guíe tanto a individuos como a la sociedad en su conjunto. Esta falta de dirección se manifiesta en desafíos recurrentes a nivel personal y colectivo, desde luchas económicas hasta el combate de una corrupción sistémica.
A nivel colectivo, la falta de un propósito definido ha contribuido a la erosión de la confianza en las instituciones y ha exacerbado la división social. Sin una brújula moral compartida, problemas como la corrupción y la desigualdad persisten, alejando a Guatemala de su potencial.
A nivel individual, cada guatemalteco enfrenta el desafío de encontrar significado en un entorno lleno de incertidumbre. Las preocupaciones económicas, las aspiraciones educativas, la búsqueda de una vida mejor y la preservación de nuestras tradiciones culturales son solo algunos de los aspectos que nos demandan tomar decisiones constantemente. Estas decisiones diarias, a menudo dictadas por necesidades inmediatas, se toman sin considerar su alineación con un propósito superior.
Al crecer en Guatemala, viví directamente la sensación de desorientación que surge al enfrentarse a desafíos personales y decisiones cruciales. Esta sensación no era solo mía; es un reflejo de una dirección ausente que resuena en las calles y en los corazones de muchos guatemaltecos.
En mi búsqueda de significado, me volví hacia las raíces de mis antepasados. Me sumergí en la tradición judía, y en ese viaje espiritual y cultural, descubrí respuestas a muchas de las preguntas que me atormentaban, en especial sobre mi propósito en la vida. Estas respuestas no solo me ofrecieron claridad a nivel personal, sino que también me mostraron cómo estas enseñanzas pueden ofrecer perspectivas para ayudar a nuestra nación guatemalteca a superar ciertos desafíos y avanzar hacia un futuro más próspero.
Una de las enseñanzas más impactantes que descubrí es que según el judaísmo, una persona sabia es aquella que es receptiva a aprender de todos. Aquel que es verdaderamente rico no se define por la abundancia de sus posesiones, sino por la gratitud y contentamiento con lo que tiene. La verdadera fortaleza radica en el dominio propio, mientras que el auténtico honor no se encuentra en el reconocimiento público, sino en el acto de otorgar respeto genuino a los demás.
Ahora, imaginemos una Guatemala donde los líderes, tanto en el ámbito político como económico, sean individuos que aprendan constantemente de su entorno, que valoren la riqueza no en términos de bienes acumulados, sino en gratitud; que ejerzan autoridad con autocontrol y no a través del dominio sobre los demás; y que busquen honor no en premios y elogios, sino en el acto puro de honrar y servir a la comunidad guatemalteca. Un cambio guiado por estos principios tiene el potencial de renovar y transformar el tejido de nuestra sociedad.
En el transcurso de mi exploración, una particular enseñanza del judaísmo resonó en mí de manera significativa: la idea de que la esencia misma de la creación se centra en la armonización de cuatro valores esenciales: la justicia, la paz, la bondad y la verdad, y que la verdad se acerca a través del diálogo y la democracia.
Este enfoque podría ofrecer a Guatemala una brújula invaluable en la definición de su propósito nacional. Imaginemos estos cuatro valores no sólo como principios éticos, sino como fundamentos de un proyecto nacional, proporcionando metas claras e indicadores para evaluar nuestro progreso. En esta visión, se subraya que la verdad no es patrimonio de un solo individuo, lo que podría reducir la polarización al promover un ambiente de escucha y apertura a distintas perspectivas. Es por medio del diálogo, la escucha activa y la comprensión recíproca que podemos tender hacia el bienestar compartido. Si bien estos valores pueden sonar universales y evidentes, su concreción práctica puede ser compleja. A menudo, estos pilares se entrecruzan y pueden tensionarse mutuamente. Por ejemplo, la búsqueda de verdad podría amenazar la paz momentáneamente, o la justicia podría confrontarse con nociones de bondad. Es aquí donde el diálogo y la escucha se vuelven herramientas esenciales para aproximarnos a un propósito colectivo auténtico.
Para concluir, me gustaría enfatizar que la falta de un propósito claro tanto a nivel individual como en la sociedad es la raíz de muchos de los problemas que enfrentamos. Superar esta carencia requiere un compromiso colectivo para definir, reflexionar y profundizar nuestro propósito como nación. Cada uno de nosotros alberga relatos y experiencias que, si son compartidos, pueden ser la chispa que encienda una visión común. Es en la amalgama de estas vivencias donde podemos hallar el potencial para una transformación significativa. Mi esperanza radica en que mis propias experiencias puedan sembrar, aunque sea un pequeño grano, para un esfuerzo mancomunado de construir una Guatemala más transparente, justa y equitativa.