Eduardo Blandón
Mi labor ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; he tratado, sobre todo, de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje.
Italo Calvino
Este año se cumple el centenario del nacimiento de Italo Calvino, un escritor no del todo laureado conforme méritos, pero reconocido tanto por la crítica literaria como por la inmensa cantidad de lectores que cada año se interesan en la lectura de uno de los más grandes intelectuales del pasado siglo XX.
Que la Academia Sueca haya pasado por alto las virtudes del novelista, no disminuye el talento de una prosa afectada siempre por la tragedia de su tiempo. En él, las circunstancias de su vida y las condiciones del carácter contribuirán a la arquitectura de textos en donde la fantasía es el epifenómeno de realidades más profundas.
Así, ya en Il sentiero dei nidi di ragno y en Ultimo viene il corvo aparecen las cualidades ficcionales que nunca abandonarán al escritor y que desarrollará gracias a su madurez intelectual. En ello contribuirán elementos que hay que destacar, desde sus lecturas y trabajo como editor en Einaudi, hasta sus amistades literarias e influencias familiares. Esto último es también importante.
La vida de Calvino, fundamentalmente hasta la adolescencia, estuvo estimulada por la formación científica de sus padres que deriva en la contemplación de lo sencillo. Esa voluntad de observación del mundo animal y vegetal se constata en, por ejemplo, La formica argentina; La gallina di reparto y La nuvola di smog, obras todas impregnadas por una intencionalidad originada en lo agrario.
Los textos primeros, sin embargo, más allá de lo descriptivo anuncian el ánimo metafísico arropado en la ficción de su obra. Efectivamente, el intelectual que en su primera juventud vivió los estragos de la Gran Guerra y posteriormente militó en el Partido Comunista italiano, encontró en la literatura la forma de compromiso por la justicia y los valores del humanismo contemporáneo.
Es lo que se desprende en su estética de madurez y que atestigua su célebre trilogía fantástica: Il visconte dimezzato, Il barone rampante e Il cavaliere inesistente. Su contenido es a la vez crítica social y anuncio de una moral en resistencia. La urgencia de un mundo posible solo desde el compromiso.
Abrazar el cambio consiste en superar las ideologías. Situarse, como Cósimo Piovasco de Rondó en Il barone rampante, al margen de las convenciones, desde espacios con miras más amplias. Solo en virtud de dicha trascendencia se posibilita lo alterno y se gesta lo nuevo. Un ejercicio del pensamiento alejado incluso de la moral y la religión tradicional.
No es casual que, en la misma línea argumental, se refiera en Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millennio a la levedad. Andrea Rizzi considerando esa cualidad lo dice así en un artículo del diario español, El País:
“El autor recordaba cómo en ciertos momentos tenía la sensación de que ‘el mundo se iba volviendo de piedra: una lenta petrificación, más o menos avanzada según las personas y los lugares, pero de la que no se salvaba ningún aspecto de la vida. Era como si nadie pudiera esquivar la mirada inexorable de la Medusa’. Frente a eso, optó por recurrir al arma de la levedad. Una extraordinaria herramienta literaria, política y existencial”.
Es en esta obra póstuma donde, dicen algunos, Calvino opera la crítica madura, alejada del peso del yo y la levedad de la tradición del pensamiento que subyuga. El texto, inconcluso, preparado para un ciclo de estudios en la Universidad de Harvard, rezuma sabiduría, la síntesis teórica impregnada de vivencias, según las necesidades del público a quien se dirigía.
En cada lección, Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad, Multiplicidad y El arte de empezar y el arte de acabar, al tiempo que se ofrecen reflexiones literarias, se revisan las condiciones y retos enfrentados por la humanidad al momento de la escritura. Calvino recoge el fruto de su pensamiento gestado desde el compromiso del militante de la pluma.
Italo Calvino murió el 19 de septiembre de 1985 a los 61 años. La expresión de su levedad quizá se haya verificado en la falta de reconocimiento por parte de la Academia Sueca, cualidad compartida con otros colosos de la literatura, Proust, Kafka, Joyce y Borges. Esto no quita, por supuesto, el valor de su obra, patente en este texto.
Al final, como él mismo refirió, “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Por ello, a cien años de natalicio volvemos a su obra para recrearla y disfrutarla.