José Manuel Fajardo Salinas

Académico e investigador UNAH

Profesor Visitante Universidad de Panamá

 Entre otras, dos películas que tienen como tema cuentos clásicos para la infancia occidental están disputando la posibilidad de ser elegidas para el Óscar de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood en la categoría de Mejor película de animación. Estas son “Pinocho” del director Guillermo del Toro y “El gato con botas: el último deseo”, producida por DreamWorks Animation. Ambas han estado nominadas a variedad de premios, y aunque la primera ya fue efectivamente ganadora en los Premios Globo de Oro, será en marzo cuando se defina este resultado en Los Ángeles, California.

¿Qué importancia puede tener para la reflexión cultural contemporánea este duelo de películas? Pienso que además de reflejar las emergencias temáticas que laten e irrumpen desde la sensibilidad cultural contemporánea, en el caso de ambas producciones es posible encontrar ricas perspectivas de las preguntas que nunca dejan de apasionar al espíritu humano y que de vez en cuando toman la ruta fílmica para revivir. Si bien el cuento de Pinocho ha sido relacionado usualmente con la conciencia moral, en el estilo desarrollado por Guillermo del Toro es otro el eje de sentido que late con mayor fuerza y que le aproxima a lo tratado por la otra película animada. ¿Cuál tema unifica a ambos objetos culturales e invita a una meditación pausada? Pienso que es el tema de la muerte. De ahí que en lo que sigue trataré de conectar ambos filmes a través de esta característica tan propia de lo humano y que se nos ha hecho tan cercana con el evento pandémico venido del 2019 y el estallido bélico del oriente europeo que ya casi cumple un año de duración.

Iniciando con el personaje conocido como “El Gato con Botas”, perteneciente a la tradición del cuento popular europeo, que narra las aventuras y lances de un gato que gracias a su sagacidad realiza acciones sorprendentes, tenemos una segunda película de DreamWorks Animation con este protagonista. De acuerdo con algunos críticos esta versión tiene una calidad narrativa que supera a la primera edición de 2011, ya que en aquel momento aún estaba muy próxima a la saga de Shrek y a otros cuentos clásicos que en cierto modo no permitían perfilar con predominio al personaje principal. Ahora la figura del astuto felino sí emerge con mayor nitidez y se haya en la paradójica situación de haber perdido ya ocho vidas, colocándolo en el borde de la línea que lo separará de la vida mortal y lo entregará a la muerte definitiva. Ante ello, el miedo lo paraliza y lo hace optar por una vida muelle y distraída en un refugio para mascotas donde no arriesgará más su última carta vital. Gracias a la novedad de encontrar una inesperada vía mágica para recuperar sus vidas, y así eludir a la muerte, el sagaz animal se rearma y emprende la tentativa de lograr esa esperanzadora solución. Luego de una serie de peripecias con otros personajes de aventura, acontece una batalla de tonalidad épica entre el felino y la muerte –que es representada por la figura de un lobo aterrador y lúgubre—y se llega a la conclusión principal de la trama.

¿Qué elementos analógicos a la vida cultural contemporánea pueden rescatarse de esta narrativa? En principio, el miedo a la muerte, que como forma de parálisis hace que el ser humano reduzca su posibilidad vital y se arrope en una vida inauténtica. Esta sintomatología del modo cultural actual, fuertemente señalada desde la corriente filosófica del existencialismo, es especialmente visible en la juventud, ya que su forma fácil de expresar el temor a la muerte es olvidarla, y junto a ella, confiar en que se vive en una especie de eterno momento de lozanía y protección al peso de la vejez y todo lo que esta implica. Como docente del área filosófica he palpado este fenómeno de la sensibilidad juvenil de manera patente cuando, al realizar una dinámica proyectiva titulada “La línea de mi vida”, conduzco a los estudiantes a través de un viaje imaginario por las distintas décadas de su existir y observo cómo surgen sonrisas nerviosas cuando la ruta vital empieza a dibujar arrugas en su rostro, pelo cano o calvicie, uso de bastón o dependencia de otros para las necesidades más básicas. Todo ello es un paisaje de la idea límite que usualmente no se piensa (la trágica muerte), ya que se vive en la inconsciencia de ella como segura pareja y compañera de la vida –ya que al vivir no hay nada más fácil y natural que morir—. Precisamente esta invisibilización de la muerte hace que se la trate como un factor no tomado en cuenta en la vida cotidiana y la consecuencia es desastrosa y triste para la vida humana, ya que al carecer de este límite obvio en su horizonte personal, el sujeto se deja llevar por la novedad de lo que viene y va (al estilo del zapping con control remoto de la televisión, que ha dejado paso a los videos cortos de TikTok), y normaliza para su interior y su entorno, una forma de inconsistencia difícil de romper pues hay un vacío en la opción fundamental de vivir a plenitud.

Pasando ahora al lado de “Pinocho”, que en un escenario dibujado con el fascismo italiano como telón de fondo, en cuanto modo político ideológico de totalitarismo que desprecia y anula toda forma de diferencia que transgreda su normatividad, se tiene una versión sumamente personal e inédita de la historia, ya que como lo expresó Del Toro en alguna entrevista, no era su objetivo repetir el cuento, sino inyectarle su propia visión y exponer así su personal idea del personaje y sus aventuras. Contrasta ello con la otra reciente producción del mismo cuento, con Tom Hanks como papá Geppetto, donde hay un apego evidente a la película original de Walt Disney. En la versión que nos interesa se observa el tratamiento de varios temas recurrentes en las películas del director mexicano Del Toro, como la relación con el padre, la fatalidad como compañera de vidas desdichadas, el autoritarismo, etc., sin embargo, y focalizando la mirada en el tema de la muerte, hay riquezas simbólicas y del imaginario colectivo humano dignas de destacar.

Resumiendo el conjunto de acontecimientos de la película “Pinocho” en breve, antes de analizar sus resonancias culturales, llama la atención que el cuento inicie “desde atrás”, es decir, desde la imagen sencilla y amable del hijo natural de Geppetto, Carlo, cuya muerte trágica es marcada por el sinsentido de una bomba lanzada al acaso, sin mayor objetivo que quitar carga a un bombardero que regresa de misión. Esta ilógica muerte a los pies de la imagen de un Cristo de madera que Geppetto está elaborando en el interior de una iglesia de la campiña italiana, es una de las claves de sentido que marcan la tonalidad total de lo que prosigue y por ello no es extraño que el director latinoamericano haya avanzado en su interpretación del cuento partiendo desde lo remoto. A partir de este suceso, por demás devastador, Geppetto se hunde en el alcoholismo y en una amarga tristeza sin consuelo. Como es usual en todo cuento, la magia hace su aparición y a través de unos espíritus errantes acontece lo que sabemos: Geppetto recupera de modo inusitado la paternidad perdida a través de un muñeco de madera que él labró y que cobra vida, mismo que viene a ser como un sucedáneo del hijo muerto. A diferencia de la producción de Walt Disney, la relación entre Geppetto y Pinocho no es tan amable desde el inicio y por ratos parece incómoda sobre todo para el padre. De un modo u otro, la línea de sucesos avanza y con la innovación de escenas que colocan a Pinocho yendo y viniendo de la vida a la muerte, o en cara a cara con el mismo Mussolini, se llega a la escena mítica de la ballena asesina que engulle a Geppetto y también a Pinocho junto a Pepe Grillo. Es en el “interior” simbólico del cetáceo donde padre e hijo se reencuentran y también es el espacio de un gesto de valentía de Pinocho que pierde su vida para salvar la de sus seres queridos.

Pienso que llegado a este episodio es que la película logra su conexión interna esencial, ya que tanto la muerte del hijo natural de Geppetto bajo la imagen del Cristo de madera, así como la muerte de Pinocho sacrificando su vida son un momento análogo, ya que con la muerte del muñeco de madera se rompe la barrera del tiempo y se otorga sentido al sin-sentido de la primera muerte. De este modo, lo que sigue en la película, donde hay una especie de reanimación mágica del personaje principal, seguida posteriormente de la muerte pacífica y natural de Geppetto, de Pepe Grillo, y probablemente del mismo Pinocho, son un agregado que otorga un final plácido a la historia y que asume a la muerte con gentil sencillez.

Entonces, ¿qué aporta a nuestra reflexión este modo de dar vida a la historia de Pinocho que inaugura estratégicos quiebres con relación a la versión original? Formulo la pregunta pensando especialmente en lo destacado de su hechura de madera como elemento físico abierto a la maleabilidad creativa, pero también a la fragilidad y a lo pasajero, haciendo que la materialidad del personaje emerja como nota distintiva (con proximidad manifiesta a lo humano). Colocando siempre a la muerte como piso conceptual y anímico de esta edición del clásico, creo que la intención de fondo es sacar la historia del modo moralista en que usualmente se le ha hecho ver (un muñeco de madera que debe portarse bien para poder convertirse y ser un niño de verdad), y establecer un reto fuerte al modo de enfrentar los desafíos de las formas veladas de totalitarismo que ahogan la vida contemporánea. Así, y quizá de un modo no tan evidente como el representado por las figuras fascistas que van sucediéndose en escena, se puede hablar de un totalitarismo económico representado por el dueño del circo donde se tiene a Pinocho como mascota productora de capital; también se observa una forma de totalitarismo educativo, cuando en el internado al que Pinocho es enviado se les incentiva a la competencia y a comportamientos agresivos buscando ver a los demás como adversarios más que como compañeros; y, no es menor el totalitarismo ontológico que sufre el mismo Pinocho a ser visto como un ser de madera, por tanto diferente y despreciable, y ello es irónico especialmente por ocurrir en el espacio de una iglesia, que por antonomasia es el sitio idóneo para la vida de comunidad, donde la aceptación incondicional del otro debería ser la señal fundamental de identidad. El mismo Pinocho hace un reclamo al respecto, cuando conversando con Geppetto no entiende el agrado que hay de la gente al Cristo de madera, y el menosprecio que observa hacia él, siendo ambos del mismo material.

De este modo, y pensando en los totalitarismos que nos circundan como formas engañosas de ver la vida, es planteando la muerte en un cara a cara, donde estas maneras falsas de plantear la realidad se desploman por su propio peso ya que no pueden soportar ser enfrentadas desde la verdad. ¿Qué verdad? La fragilidad de la vida humana, que no es hipotética sino categórica, particularmente en la figura de los grandes líderes fascistas que quedan para la historia como un testimonio de lo empobrecida que puede ser la naturaleza humana en su lógica idolátrica. De esta manera, y haciendo ahora una conexión con “El Gato con botas: el último deseo”, vemos que este personaje solo pudo escapar de sus temores cuando enfrentó con coraje el totalitarismo hedonista en que había caído y saliendo de su letargo, pudo luego dar un paso más en la conquista de su verdad al luchar contra la muerte y demostrar con ello que la seguridad de tener que morir no es un obstáculo para vivir felizmente, sino que al contrario, un aliciente para hacerlo con entusiasmo y generosidad de espíritu.

Seguramente se pueden hacer muchas más conexiones interpretativas de ambos cuentos, en estas ediciones tan bien logradas, pero dejo aquí este recorrido, esperando que sea cual sea el ganador de la famosa estatuilla dorada, sus incentivos reflexivos logren horadar de alguna manera misteriosa la conciencia de nuestras vidas y sepamos vernos como seres para la muerte, en la famosa frase de Heidegger, pero impulsados por esta misma tensión a dar lo mejor de nosotros en la aventura de la vida.

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