EL MUNDO DE LOS GESTOS
Los seres humanos hablamos de diferentes maneras; tenemos lenguajes diferentes y para que todos nos comprendan, utilizamos gestos, escritura, arte: los llamados lenguajes informales. Mostrarle a alguien de manera ofensiva que se está enojado con una persona, girando el dorso de la mano hacia esa persona y levantando el dedo medio, es una señal casi universal. Gestos y gesticulación, son un lenguaje universal y en muchos de ellos sabemos exactamente lo que significa.
Existe –es lo primero que concluimos– un mecanismo cerebral que permite la conversión de movimiento, en significado y eso es a la vez de fluido directo, porque estamos dotados de la capacidad de hablar sin hablar y de comprender sin oír. Podemos dirigir la atención señalando, realzar la narración haciendo mímica, enfatizar con trazos rítmicos y transmitir respuestas completas, con una simple combinación de dedos. La tendencia a complementar la comunicación con el movimiento es universal, aunque los matices de la entrega varían ligeramente. En algunas regiones, por ejemplo, las personas señalan un lugar con la nariz y la cabeza, mientras que en otros usan los labios y en otros las manos. En algunos lugares, una señal corporal puede ser un tabú, mientras en otros podría causarle problemas.
En forma general y a pesar de su variedad, los gestos pueden definirse vagamente como movimientos utilizados para reiterar o enfatizar un mensaje, ya sea que ese mensaje se pronuncie explícitamente o no. Un gesto es un movimiento que “representa una acción”, pero también puede transmitir información abstracta o metafórica. Es una herramienta que traemos consigo no desde muy pequeños, sino desde que nacemos; incluso los niños con ceguera congénita, gesticulan naturalmente hasta cierto punto durante el habla. Todo el mundo lo hace. Y, sin embargo, pocos de nosotros nos hemos detenido a pensar mucho en los gestos como un fenómeno: su neurobiología, su desarrollo y su papel, para ayudarnos a comprender las acciones de los demás.
TENDENCIA INNATA DEL GESTO
A medida que la ciencia profundiza en nuestro cableado neuronal, se vuelve cada vez más claro que los gestos guían nuestras percepciones, al igual que las percepciones guían nuestras acciones. Es muy evidente que antes de la década de los setenta, este lenguaje no era “un campo de la ciencia». Un puñado de hombres durante varias épocas, habían trabajado en gestos, pero casi en su totalidad como una rama de la investigación del comportamiento no verbal. Desde la década de los setenta, se viene estudiando el papel de los gestos en el aprendizaje y la creación del lenguaje, incluido el sistema de gestos que crean los niños sordos, cuando no están expuestos al lenguaje de señas. Hay que hacer esa diferencia, pues el lenguaje de señas es distinto de los gestos, porque constituye un sistema lingüístico completamente desarrollado. Así que actualmente, uno puede toparse con laboratorios de gestos. Hace poco comentaba una persona dedicada a estudiar los gestos, que esto resulta una ventana maravillosa a los pensamientos no expresados y añadía que y los pensamientos no expresados, suelen ser de los más interesantes.
Ahora hay un gran interés en entender cómo se desarrollan los gestos a lo largo de la vida. En los humanos, contrario que en los animales cercanos a nosotros como los chimpancés o simios, no usan este lenguaje tan profundamente, a menos que sean criados por personas. Los bebés humanos, por el contrario, a menudo señalan antes de poder hablar, y su capacidad para generar y comprender movimientos simbólicos, continúa evolucionando junto con el lenguaje. El lenguaje de gestos, también es una herramienta valiosa en el salón de clases, donde puede ayudar a los niños pequeños a generalizar verbos, a entender nuevos contextos o resolver ecuaciones matemáticas. Pese a todo ello, no tenemos aún del todo claro, cuando los niños por ejemplo comienzan a entender que los movimientos de nuestras manos son comunicativos, que son parte del mensaje. Muchas veces cuando los niños no pueden encontrar las palabras para expresarse, dejan que sus manos hablen, cosa que pasa desapercibida a los adultos. Los que han estudiado bebés desde el año de edad y un poco más, han visto cómo la capacidad de obtener significado del movimiento, aumenta con la edad. Los adultos lo hacen de forma tan natural, que es fácil olvidar que mapear el significado en la forma y la trayectoria de la mano, no es poca cosa.
Los gestos pueden ser acciones simples, pero no funcionan de forma aislada. La investigación muestra que el gesto no solo aumenta el lenguaje, sino que también ayuda en su adquisición. De hecho, ya se ha visto que los dos pueden compartir algunos de los mismos sistemas neuronales. Adquirir experiencia de gestos a lo largo de la vida, también puede ayudarnos a intuir el significado de los movimientos de los demás. Pero si las células individuales o las redes neuronales completas median en nuestra capacidad para descifrar las acciones de los demás, aún está en debate.
COGNICIÓN ENCARNADA EN EL GESTO
Los trabajos en lingüística y la ciencia cognitiva de Noam Chomsky, han servido de guía a algunos investigadores para sostener que el lenguaje y los sistemas sensoriomotores son entidades distintas; módulos que no necesitan trabajar juntos en la comunicación gestual, incluso si son medios para trasmitir e interpretar pensamiento simbólico. Debido a que los investigadores aún no comprenden completamente cómo se organiza el lenguaje dentro del cerebro o qué circuitos neuronales derivan el significado de los gestos, la afirmación anterior no se prueba aún y una nueva defendida por otros, teoriza que las dos funciones se basan en las mismas estructuras cerebrales. Actualmente utilizando imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) de la actividad cerebral, algunos han demostrado que la interpretación de los gestos de «co-habla» recluta constantemente centros de procesamiento del lenguaje. Las áreas específicas involucradas y el grado de activación varían con la edad, lo que sugiere que el cerebro joven todavía está perfeccionando sus habilidades de integración de gestos y habla y refinando las conexiones entre regiones, a tal punto que se ha considerado que el gesto es esencialmente una aguja en un sistema de lenguaje más amplio: uno que integra tanto las regiones de procesamiento semántico como las áreas sensoriomotoras. Pero, ¿hasta qué punto la percepción del lenguaje en sí misma es una experiencia sensoriomotora, una forma de aprender sobre el mundo que depende tanto de las impresiones sensoriales como de los movimientos? Está aún en discusión.
LAS INVESTIGACIONES DE UNA MAESTRA
Hace muy poco, una maestra de lingüística, notó un patrón recurrente entre los estudiantes a quienes les estaba enseñando italiano, que le llamó poderosamente la atención: No importaba cuántas veces repitieran las mismas palabras, todavía no podían tartamudear una oración coherente. Imprimir frases hasta la saciedad, tampoco hizo mucho para ayudar. Se convertían en muy buenos oyentes, pero no podían hablar. El método de enseñanza así lo mandaba: Hacer que los estudiantes escucharan, escribieran, practicaran y repitieran, pero era evidente que algo faltaba. Eso la llevó a meterse un poco más en la ingeniería de la información y a trabajar sobre la hipótesis de que el lenguaje es de todo menos modular. Por ejemplo, señala Manuela Macedonia, nuestra investigadora, cuando los niños están aprendiendo su primer idioma, absorben información con todo su cuerpo. Una palabra como «estrella», por ejemplo, está estrechamente vinculada a los cinco sentidos: una forma de cinco picos, un destello constante de luz, silencio; pero una “cebolla” tiene una forma bulbosa, una piel parecida al papel que susurra, un sabor amargo y un olor que provoca lágrimas cuando se corta. Incluso vocablos abstractos como “deleite” tienen componentes multisensoriales, como sonrisas, risas y saltos de alegría. Hasta cierto punto, la cognición está “incorporada”: la actividad del cerebro puede ser modificada por las acciones y experiencias del cuerpo y sus sentidos, y viceversa. Entonces, no es de extrañar que las palabras extranjeras no se adhieran si los estudiantes solo escuchan, escriben, practican y repiten, porque esas experiencias verbales están despojadas de sus asociaciones sensoriales.
Macedonia descubrió que los estudiantes que refuerzan las palabras nuevas, mediante la realización de gestos relacionados semánticamente, involucran sus regiones motoras y mejoran la memoria. No se limite a repetir la palabra “puente”: haga un arco con las manos mientras la recita. ¡Recoge esa maleta, toca esa guitarra! Hacerlo conecta el cerebro para la retención, porque las palabras son etiquetas para grupos de experiencias adquiridas a lo largo de la vida.
Entonces nos resulta muy evidente que, el aprendizaje multisensorial que acabamos de ver, permite que palabras como «cebolla» vivan en más de un lugar del cerebro: se distribuyen en redes enteras. Si un nodo se deteriora por negligencia, otro nodo activo puede restaurarlo, porque todos están conectados. “Cada nodo sabe lo que saben los otros nodos”, afirma Macedonia.